—Probablemente ya debe de estar a medio camino de Londres.
—Sólo está prolongando su vida unos días más.
A partir de ese momento, el tiempo se convirtió para Thayer en una carga, en una sucesión de días lentos y pesados que parecían no llegar nunca a su fin. El rey lo mandó, junto con sus hombres, a realizar incursiones punitivas contra peque?os reductos de rebeldes y ladrones que plagaban las comarcas más al norte. Thayer juró cumplir sus cuarenta días de servicio, pero ni una hora más.
Una Margaret recién recuperada de su enfermedad dio la bienvenida a Gytha a Riverfall con sorpresa mal disimulada. La joven le contó a su prima todo lo que había sucedido en cuanto se refrescó un poco. Margaret se quedó consternada, pero expresó comprensión hacia Thayer, lo que molestó a su prima. Gytha se dio cuenta de inmediato de que Margaret tenía la esperanza de poder hacerla cambiar de opinión antes de que Thayer regresara.
A pesar de los esfuerzos persistentes y sutiles de su prima, pasaron varios días antes de que Gytha se decidiera a empezar a pensar en lo que debía hacer con su matrimonio. Estaba atada por la Iglesia, pero además, aunque le costaba admitirlo, quería estarlo. No podía renunciar a Thayer. Ya anhelaba su regreso, o por lo menos unas palabras, una carta, alguna noticia. Por mucho que la hubiera herido, ella le seguía perteneciendo, en cuerpo y alma.
Necesitaba tiempo para calmar el dolor lo suficiente como para poder volver a amarlo tan libre y abiertamente como lo había hecho antes. Thayer le había ense?ado a desconfiar, y ella quería que regresara a casa para hacerle saber que estaba lejos de sentirse agradecida por ello.
La víspera del día cuarenta y uno de permanencia en la corte, Thayer le dijo al rey que en la madrugada del día siguiente partiría hacia Riverfall. El rey era reacio a dejarlo marchar, pero él le recordó que su deuda estaba saldada. También le comentó que tenía problemas en casa que habían quedado desatendidos durante demasiado tiempo. Y puesto que la abrupta ausencia de Gytha había dado mucho que hablar, y algo sabía del asunto, el rey Eduardo no lo presionó más. Thayer se apresuró a marcharse antes de que el soberano reconsiderara su generosa actitud.
Mientras se acomodaba en la cama esa noche, Thayer dio gracias a Dios de que la estancia en la corte terminase. Las noches que había pasado solo en la cama que antes compartiera con Gytha habían sido difíciles de soportar. Muchas veces había bebido en exceso, para embotarse y dormir sin angustia, y fueron demasiadas las noches en las que Roger tuvo que luchar con él para lograr que se desvistiera y se metiera en la cama.
Echaba de menos a Gytha desesperadamente, aunque la maldijo también muchas veces. Se había dado cuenta de lo importante que se había vuelto para él. Todo se la recordaba. Algunas veces se regodeaba en los recuerdos, pero otras hubiera querido tenerla allí para gritarle que lo dejara en paz. Había empezado a dudar, en fin, de su salud mental.
Lady Elizabeth siguió persiguiéndolo y tratando de reavivar el encantamiento que Thayer sintiera por ella hacía tantos a?os. Estaba ansioso por alejarse de esa mujer; algunas veces le había parecido tediosa, pero otras, tentadora. él era un hombre viril a quien habían dejado solo demasiado tiempo, su cuerpo anhelaba una mujer, y la que quería se había puesto lejos de su alcance. Sin embargo, las veces que se encontró cerca de aceptar los favores que lady Elizabeth le ofrecía libremente, se contuvo, y se la quitó de encima sin miramientos ni cortesía alguna. Después de tantos a?os pensando en su revancha, finalmente le había devuelto a lady Elizabeth toda la humillación que había sufrido a manos de ella durante la juventud. Pero lo hizo sin querer, pues ya la mujer no le importaba nada en absoluto, ni siquiera como objeto de venganza. No obstante, sabía que, al hacerlo, probablemente estaba creándose un enemigo que bien valía la pena vigilar de cerca.
Mientras esperaba el amanecer, Thayer trató de hacer acopio de su valentía. No era hábil con las palabras ni con las damas. En Riverfall lo esperaba una mujer a quien había herido profundamente. Enmendar el da?o requeriría pronunciar las palabras justas, en el momento adecuado y de la manera precisa. Thayer no confiaba nada en que fuera capaz de lograrlo.
Capítulo 10