La bella de la bestia

Gritos de bienvenida resonaron a lo largo y ancho de Riverfall. De repente se desató una actividad frenética. Pero Gytha no se sorprendió al oírlo, pues sabía que Thayer había regresado. Había pasado demasiadas horas asomada a la ventana de la torre, desde donde lo vio llegar. Con lentitud, caminó hacia el vestíbulo para saludarlo. Con cada paso que dio se fue armando de la fortaleza necesaria para saludarlo con dignidad fría y distante.

Lo había echado de menos mucho más de lo que esperaba y deseaba. Cada noche se le acabó haciendo eterna. Tuvo que llenar sus días de trabajo, porque de lo contrario el tiempo transcurría con demasiada lentitud. Naturalmente, no quería que Thayer lo supiera, o, por lo menos, prefería que de momento no se enterara, pues saberlo le daría una ventaja que sin duda el marido utilizaría de inmediato.

Thayer la había herido, y ella pretendía que, como mínimo, se arrepintiera y prometiese enmendarse. No podía permitirle que pensara que tenía derecho a tratarla de esa manera y después comportarse como si nada hubiera cambiado. Si dejaba que eso sucediera, podría pasarse la vida soportando los dolores infligidos por su marido. Dudaba que él quisiera una esposa que tolerara esos desplantes, una esposa tan débil y tan falta de orgullo.

La verdad era que el tiempo había atenuado la intensidad del dolor. Paradójicamente, gracias al dolor había llegado a entender mejor las cosas. Lady Elizabeth había dejado en Thayer una cicatriz profunda y Gytha sospechaba que a lo largo de los a?os otras mujeres hurgaron en la herida. Sin embargo, se sentía profundamente insultada porque él la comparase con su antigua amante, aunque estaba dispuesta a comprender que sintiese desconfianza. Podía y quería perdonarle, pero tenía que encontrar una manera de cambiar su forma de pensar.

Después de repasar mentalmente una y otra vez lo sucedido, ahora creía verlo con mayor claridad. Entendía la reacción de Thayer al verla tumbada debajo de Dennis: una profunda consternación se había reflejado en su rostro. Estaba segura de que, por un breve instante, había mezclado el pasado con el presente, y había visto a Elizabeth y el ridículo que lo abrumara a?os atrás, en lugar de verla a ella y hacerse cargo del ataque del que era víctima. Su marido, en fin, se cegó en el momento menos oportuno, y por ello dejó de cumplir con su deber.

También era preciso considerar el largo tiempo que estuvieron separados. ?Cómo lo había pasado Thayer? ?Habría sucumbido otra vez a los encantos de Elizabeth? ?Al irse, cedió terreno y entregó a su marido a esa víbora? Gytha quería pensar que él era demasiado inteligente como para caer víctima de esa mujer de nuevo, pero la torturaba el hecho de que nunca le había dicho que ya no la amaba. Muchas veces había oído que el tiempo lo curaba todo, y aunque su dolor era menor, en efecto, por el simple paso de los días, dudaba que estuviese realmente curada.

—Thayer ha regresado, Gytha.

La joven dama sonrió débilmente a Margaret, que estaba de pie en la parte de abajo de la escalera, con Edna, que parecía igual de preocupada que ella. Respondió con frialdad.

—Ya me lo imaginaba.

—Entonces, ?qué piensas hacer?

—Saludar a mi marido, como lo haría cualquier esposa cumplidora de su deber.

—Ay, Gytha.

—Margaret, sé que predicas el perdón. Es verdad; lo has hecho un día sí y otro también. Pues bien, estoy dispuesta a perdonar. Sin embargo, no se lo voy a poner fácil, no me echaré a sus pies. Lo que pasó no fue una nimiedad, no fue una pelea sin importancia. Se quedó sin hacer nada mientras intentaban violarme. Es cierto que ahora puedo entender las razones, pero eso sólo atenúa un poco el insulto y la sensación de traición. Piensa en lo que te digo: si me comporto como si nada hubiera sucedido, le resto importancia a su abominable comportamiento. Además, si él no viene con intención de enmendarse, sufriría más de lo que he sufrido, y me destruiría por dentro. No, Margaret, Thayer debe pedirme disculpas por lo menos, o con seguridad esta unión no tendrá futuro —terminó de bajar las escaleras—. También me gustaría que me diera una explicación, aunque entendería que no me diera ninguna. Puede ser que él mismo no entienda bien lo que pasó —hizo una pausa a una distancia prudente de la puerta, y después reanudó el discurso—. No voy a faltar a mis obligaciones como esposa, nunca me rebajaría de esa manera, que equivaldría también a avergonzar a mi familia. Sin embargo, si Thayer quiere algo más que frías obligaciones de este matrimonio, tendrá que enmendarse —luchó contra la tentación de suavizar su postura, de eliminar la dolorosa preocupación que se hacía evidente a los ojos de su prima—. Estaba pensando una cosa, Margaret…

—?Qué pensabas?

—Pues que tal vez la mejor cura para la herida de este matrimonio sea una buena sangría —sonrió irónicamente cuando vio que sus palabras habían incrementado la alarma en la expresión de Margaret.