—?Qué quieres decir? —preguntó su prima con un evidente tono de angustia.
Pero no hubo tiempo de que Gytha respondiera, pues Thayer y Roger entraron en el recinto en ese mismo instante. La joven esposa sintió que su corazón daba saltos de alegría y bienvenida, pero se controló y fue, impasible, a saludar a su marido. Sus pensamientos tomaron rápidamente un tinte carnal. Las cosas no podían seguir el curso que ella quería si se dejaba afectar tanto por la mera presencia de su hombre. Tenía que apagar drásticamente el deseo que sentía. De lo contrario, Thayer lo intuiría, como siempre había hecho, y eso malograría todos sus planes.
Gytha caminó hasta su marido y le ofreció la mejilla cuando él se inclinó para besarla.
—Saludos, marido. Y para ti, sir Roger. Vuestra llegada es un poco sorpresiva, pero estoy segura de que ya están preparando las cosas para vosotros en el aposento. Cuando estéis listos, se os servirá la cena —para sus adentros, Gytha se felicitó a sí misma por haber logrado un aire tan distante, cortés y digno.
—Gracias, mi se?ora —murmuró Roger, puesto que Thayer se había quedado paralizado y no podía hablar.
—Ah, Bek —llamó Gytha al chico cuando lo vio aparecer de improviso en el vestíbulo—, ?serías tan amable de ayudar a tu padre y a sir Roger? Han preparado el ba?o para ambos en la habitación de sir Roger. Mientras tanto, iré a ver cómo va la cena —se apresuró a salir del recinto, temerosa de derrumbarse y que su fingimiento quedara al descubierto. Tenía que mantenerse firme hasta el final.
—Hola, Bek —finalmente Thayer logró hablar mientras seguía a su hijo escaleras arriba.
—Hola, papá. ?Estás furioso conmigo porque me fui? —Bek miró con timidez a su padre.
—No. En el séquito real había muchos pajes, y los usé a ellos.
—Qué bien. Ella necesitaba que me quedara a su lado.
Thayer no pudo encontrar una respuesta adecuada a esa afirmación, así que se limitó a guardar silencio hasta que entraron en la habitación de Roger, donde habían preparado dos ba?eras, una al lado de la otra, frente a una enorme chimenea. Thayer despidió secamente a las doncellas, y luego Bek los ayudó a quitarse la armadura. Finalmente, despidió también al muchacho, pero más gentilmente.
—Definitivamente, sopla un viento helado por estos lares —murmuró Thayer mientras se metía en la ba?era humeante.
—Sí, yo también he sentido ese aire —a su vez, Roger se sumergió en su ba?era, exhalando un suspiro de placer.
—Y yo me quedé paralizado como un buey estúpido. No pude emitir ni un solo sonido.
—Gytha todavía está aquí, Thayer. Ya es algo. Bien podría haberse ido a la casa de sus padres.
—Sí, aunque es difícil discernir qué significa eso. Parece tan tiesa, tan cortés… Ella nunca se había comportado de esa manera.
—Al menos sigue estando al frente de tu hogar, y nos ha recibido como se debe.
—?Como se debe?
—Claro. Todo está en orden. Muchas esposas demuestran su descontento preparando ba?os de agua fría y cenas poco apetitosas —contestó Roger encogiéndose de hombros.
—Todavía no hemos cenado —bromeó Thayer débilmente—. Tal vez sea bazofia.
—Es cierto, pero la verdad es que no me imagino a Gytha haciendo algo así —Roger suspiró y miró a su amigo con sincera compasión—. Puede que la venganza se manifieste sólo en la cama matrimonial.
Thayer gru?ó y se hundió en el agua hasta los hombros.
—Sí, eso me temo. Allí se comportará tan cortés y sumisamente como lo hizo cuando nos saludó. Por las barbas de Cristo, creo que eso es más de lo que puedo soportar —murmuró, con el corazón compungido.
—Entonces habla con ella, hombre. Dile todo lo que tengas que decirle.
—?Aunque lo que le diga la haga verme como un soberano imbécil?
—Sí, aunque parezcas un soberano imbécil. No veo que tengas otra salida. Al fin y al cabo, lo eres.
—No, yo tampoco veo otra salida —Thayer suspiró pesadamente, temiendo el momento de las explicaciones.
Pero, a pesar de ello, se aferró a la esperanza de encontrar alguna otra solución. Lo sucedido aquel día en el jardín hacía que se sintiera como un completo idiota. Sabía que había herido a Gytha, pero seguía teniendo la esperanza de que ella podría pensarlo con calma, entender lo que le había ocurrido y olvidar la involuntaria afrenta. A pesar de que sabía que debía disculparse y enmendarse, esperaba poder hacerlo sin tener que revivir todo el penoso incidente.
Para Thayer era una agonía pensar que, en adelante, Gytha no cumpliría en la cama más que por su sentido del deber. Se estremecía al pensarlo. No podía creer que un solo error, por grande que fuese, hubiera matado la pasión que sentía por él. La necesitaba demasiado. La necesitaba como necesitaba comer y respirar.