La bella de la bestia

—?No! —de inmediato Thayer supo que había protestado demasiado pronto y con tal falta de convicción que casi era una confirmación, más que una negativa.

—Eso es. Todo este tiempo lo único que has esperado es que yo diera un paso en falso. No te diste cuenta de que me estaban violando porque no era lo que esperabas ver. Me dije tantas veces que no debía preocuparme, pero sí tenía motivos para hacerlo. Nunca has confiado en mí. Nunca.

—Gytha, vamos a nuestros aposentos —le pidió Thayer con evidente desesperación—. Necesitas darte un ba?o. Después podremos hablar con calma sobre esto.

—No voy a ir a ninguna parte contigo. ?A ninguna parte! —incluso ella misma se sorprendió por el tono a la vez frío y desolado de su voz.

—No puedes andar por la corte sola.

—?No? ?Y por qué no? Tengo la misma protección sola que si estuviera contigo —Gytha casi disfrutó con la mueca de dolor que hizo Thayer, cuyo rostro empezaba a volverse ligeramente grisáceo—. Puede que me ataque un asesino, me corte el cuello de lado a lado, y pase mucho tiempo antes de que decidas si era un crimen real o una estratagema —suspiró—. Creo que me voy a ir a mi habitación… sola. Ha sido una noche demasiado larga. Primero, tu antigua amante me envenena los oídos, después, os veo a los dos escabulliros entre las sombras, como vulgares amantes. Mientras me digo que no debo dejar que los celos me nublen el pensamiento, me veo arrastrada hasta aquí por un cortesano que casi pierde la razón cuando sus insinuaciones me parecen ofensivas. Y luego, el broche de oro: descubro que mi marido siempre me ha considerado poco más que una puta. Me temo que esto es demasiado para mí —Gytha notó que alguien la tomaba de la mano, entonces volvió la mirada y se encontró con Bek, que estaba de pie a su lado—. ?Bek?

—Yo voy contigo —le dijo el chico.

La compasión que vio en la mirada de Bek fue un bálsamo para sus torturadas emociones. No era posible que él entendiera todo lo que se estaba diciendo allí, y sin embargo, sabía que ella estaba dolida y que tenía todo el derecho a estarlo. Gytha apretó la mano a Bek, en un gesto de gratitud.

Thayer no quería dejarla ir antes de poder hablar con ella. Se le acercó y la sujetó por un brazo. Gytha soltó un improperio que hizo que tanto Thayer como Roger y Bek abrieran los ojos de par en par, y después le dio a su marido un pu?etazo en el estómago con toda la fuerza que pudo. La sorpresa, más que cualquier otra cosa, hizo que Thayer la soltara y se llevara la mano al abdomen. Se quedó encorvado, mirándola mientras se alejaba con Bek de la mano. El muchacho miraba hacia atrás nerviosamente. Cuando finalmente se movió para seguirla, Roger lo detuvo.

—No, Thayer, déjala ir.

—Tengo que hablar con ella.

—?Sobre qué? ?Para decirle que tiene razón?

Thayer dio la espalda a Roger bruscamente y se quedó mirando en la dirección en la que Gytha se había ido.

—Sí, eso, o mentiras. O disculpas… Lo que sea.

—Creo que sería más conveniente que la dejaras sola de momento.

—?Para que su odio hacia mí pueda hacerse más fuerte?

—No creo que sea odio lo que siente en este momento —contestó Roger con una mueca—. Dolor, rabia, decepción… sí. Por Dios santísimo, ?en qué estabas pensando? —le preguntó con exasperación—. ?Cómo pudiste quedarte allí mirando, sin hacer nada, mientras un gusano manoseaba a tu mujer?

—Estaba haciendo exactamente aquello de lo que Gytha me ha acusado —respondió Thayer con voz llena de pesar.

Se dirigió a un banco rústico y largo que había en las proximidades, y se sentó al tiempo que hundía la cara entre las manos. Un momento después, sintió que Roger se sentaba a su lado. En ese momento, realmente no le importaba lo que su amigo pensara de su comportamiento. Necesitaba encontrar la forma de reparar el da?o que le había hecho a Gytha, pero no estaba muy seguro de que pudiera lograr hacer las paces con ella. Con seguridad, sería difícil. Lanzó una mirada a Roger, pero tampoco vio mucha esperanza en su cara.

—Tal vez sea bueno que te humilles ante ella —murmuró Roger después de unos minutos de silencio.

—Es probable que ésa sea la única esperanza que tenga, no ya de que me perdone, sino de que me escuche.

—?Y qué le dirás?

—Pues, la verdad es que no puedo negar las acusaciones que me hace; si lo hiciera, se daría cuenta de inmediato de que miento. Además, sólo empeoraría las cosas, si es que pueden agravarse más. Constantemente temía y esperaba que me fuera infiel. Tú te dabas cuenta —sacudió la cabeza— y me lo dijiste una y otra vez. Debí prestar atención a tus palabras. Los celos me jugaron una mala pasada, volví a portarme como un estúpido.

—Está claro que no escuchaste ni una sola palabra de lo que te dije, o si lo hiciste, no sirvió de nada. No se hizo la miel para la boca del asno.

—De nada sirve ya insultarme.

—Pues no se me ocurre ningún consejo más.