La bella de la bestia

—Es cierto que estoy buscando un marido, pero mientras lo consigo, tengo que seguir viviendo. Thayer ya no es un caballero pobre, como era antes. Estoy segura de que como amante sería de lo más generoso. Sí, muy, muy generoso. Sin duda.

—No creo que vayas a tener la oportunidad de comprobarlo —Gytha procuró fingir la mayor seguridad en sí misma.

—?Crees que no? Thayer es un hombre tan grande y fuerte. Saludable y bastante lujurioso. Ah, sí, recuerdo muy bien lo lujurioso que puede ser. Y cuan complaciente. Una sola mujer jamás podrá satisfacer las necesidades de semejante hombre.

—Una sola mujer lo ha hecho lo suficientemente bien hasta ahora.

—?En serio? Tal vez sea porque no se le han presentado otras opciones. Así que ya veremos.

—Thayer es un hombre que honra sus votos y promesas —Gytha pidió a Dios que la hiciera sentir la misma convicción que estaba imprimiendo a sus palabras.

—?Te refieres a los votos matrimoniales? —lady Elizabeth se rio—. Eres una chica muy poco inteligente. Ningún hombre honra sus votos matrimoniales. Cómo se te nota la ingenuidad. Voy a demostrarte, mi inocente ni?a, cuan fácilmente puede un hombre olvidar las palabras murmuradas de forma rutinaria frente a un sacerdote.

Gytha observó a lady Elizabeth mientras se alejaba con paso descarado, sugerente. La mujer se dirigió hacia donde Thayer se encontraba hablando con el rey, y empezó a coquetear, allí al lado, con un joven cortesano que Gytha reconoció, un hombre bastante apuesto llamado Dennis. Pero vio a dónde miraban en realidad los hermosos ojos verdes de lady Elizabeth: a Thayer. También observó atentamente a su marido. Le hubiera gustado tener la presencia de ánimo suficiente para irse, y así hacer caso omiso del juego burlón de Elizabeth. Pero se quedó.

A pesar de que Gytha odiaba las dudas que la embargaban, no podía hacer nada para deshacerse de ellas. No podía sacarse de la cabeza el recuerdo de Thayer diciéndole que había estado enamorado de Elizabeth, y no podía dejar de pensar que no había dicho que ya no amaba a aquella mujer. Lady Elizabeth era una dama de carácter obstinado. Gytha temió que hubiera una posibilidad real de que él sucumbiera de nuevo a los encantos de esa bruja. Sabía que cuando el corazón estaba involucrado, incluso el más inteligente de los hombres podía volverse idiota. Y uno de sus peores miedos era que su propio corazón pudiera estar a punto de convertirla también a ella en una idiota.

Cuando Thayer acompa?ó a lady Elizabeth fuera del salón, Gytha sintió que algo se congelaba en su interior. Thayer no se volvió a mirarla ni siquiera una sola vez, y tuvo la mirada fija todo el tiempo en el bello rostro de la dama, que se había inclinado hacia él, mientras el hombre le ponía el brazo sobre los hombros. Parecían una pareja de amantes que se escabullía de la multitud para tener un momento de intimidad. Gytha no quería creer que Thayer la fuera a tratar de esa manera delante de tantas personas, pero sintió que todas las miradas del recinto se dirigían hacia ella.

—Ah, mi se?ora, ven conmigo. Permíteme llevarte a los jardines —le susurró al oído una suave voz masculina.

Gytha miró con un poco de desconcierto al joven que le había ofrecido gentilmente su brazo y la instaba a moverse.

—?A los jardines? —Gytha cayó en la cuenta de que el joven era Dennis—. ?A los jardines, dices?

—Sí —sin dejar que opusiera resistencia, Dennis la llevó hacia fuera—. Pareces tan impresionada… No es bueno dejar ver las propias debilidades en un nido de víboras como éste. Ah, Dios, estas cosas siempre suceden, aunque sea triste decirlo, pero uno debe aprender a mantener la dignidad.

La dignidad era lo último en lo que pensaba Gytha en esos momentos. Tenía la mente colmada de imágenes de Thayer y Elizabeth unidos en abrazos tórridos. Luchó por sacarse esas torturadoras imágenes de la cabeza, pero no pudo, e incluso se le deslizaron hasta el corazón y la hicieron sentirse extremadamente violenta. Se asustó por el camino que tomaron sus pensamientos: junto a las imágenes de Thayer rompiendo sus votos matrimoniales, surgieron otras de ella descendiendo sobre los amantes como un ángel vengador que no dejaría vivo nada que pudiera abrazarse. Sintió el deseo de matar, de mutilar, y esa sensación la horrorizó, pues era algo totalmente nuevo para ella, del todo ajeno a su naturaleza.

—?Qué cosas suceden siempre? —espetó a Dennis, luchando por reunir algo de serenidad, por esconder el dolor que le retorcía las entra?as.

—Los amoríos, mi querida se?ora —Dennis se detuvo en un punto alejado de las otras personas que paseaban por el jardín.

Gytha se recostó contra un árbol. Empezaba a sentirse enferma, como si le fallaran todos los huesos del cuerpo.

—Llama al pecado por su verdadero nombre, mi se?or; lo que llamas amorío es adulterio —Gytha deseó poder escabullirse a su habitación sin que nadie la viera, aunque temía actuar como un perro al que han azotado.