La bella de la bestia

—?Quién es Robert? —murmuró mientras la besaba con pasión y excitación crecientes.

Robert entró tambaleándose en la caba?a, y lanzó una breve y torva mirada a su tío antes de desplomarse sobre su rústica cama. Había bebido cerveza hasta sentirse enfermo, pero la paz que buscaba le era esquiva. Imágenes y pensamientos inquietantes todavía le inundaban la cabeza, pero ahora giraban dentro de ella de una manera discordante y caótica. Sentía mareos, náuseas y una sorda angustia. Se acostó boca arriba, con los ojos cerrados y deseando que su tío y los dos hombres allí presentes subieran pronto al desván y lo dejaran en paz.

—?Por qué sigues con ese imbécil ebrio?

—Porque él es el heredero legal de todo lo que quiero, Thomas —Charles lanzó una mirada asqueada a su borracho sobrino—. ésa ha sido su única utilidad para mí. ?Crees que si tuviera otra posibilidad escogería cargar con semejante lastre?

—?No hay manera de que te apoderes de lo que quieres sin él? —preguntó Bertrand, echándose un poco hacia atrás para rascarse la fofa panza.

—No se me ha ocurrido todavía. Cuando sus padres murieron, me quedé con todo a través de él. Y cuando se case con la hermosa Gytha y engendre un hijo, entonces me quedaré con todo a través de ese ni?o, y ya no necesitaré más a este maldito sobrino mío.

—Es difícil de creer que semejante pelele provenga de la misma familia que tú —afirmó Thomas sacudiendo la cabeza.

—Mi hermana era débil. Me encargué de que el chico jamás desarrollara valor y carácter suficientes como para desafiarme. Hay que empezar desde que son muy jóvenes, doblegarlos, someterlos a la voluntad propia desde que todavía toman pecho. Por eso siempre se pliega a mis órdenes, a pesar de que, la verdad sea dicha, tiene legítimo derecho a decidir sobre todo lo que yo dirijo. Someteré a su prole de la misma manera.

—Y lo manejarás todo hasta que mueras.

—Exactamente —Charles se levantó y se encaminó hacia el desván—. Es hora de irse a la cama. Hay muchas cosas que hacer con la primera luz de la ma?ana.

Cuando dejaron de escucharse los pasos de los hombres, y después de que cesaran todos los sonidos procedentes del desván, Robert abrió los ojos y se levantó en la oscuridad. Todo lo que acababa de escuchar, todo lo que habían dicho los hombres mientras lo creían inconsciente por el alcohol, empezó a repetirse dentro de su cabeza una y otra vez.

Por un breve momento sintió la emoción del valor, de la fortaleza, una determinación nacida de la furia. Robert también sintió deseos de matar a Charles Pickney y casi lloró por sentirse demasiado borracho como para aprovechar su repentino arranque de valentía y decisión. Pero enseguida volvió la debilidad, y con ella regresó la duda. Estaba ebrio y era posible que no hubiera escuchado lo que creía haber oído. Entonces pensó en Gytha, la dulce y bella Gytha. Ella era la única cosa que realmente había deseado tener en toda su vida. Ella era la razón por la cual había decidido apoyar a su tío en sus planes. Por perversos que fueran, le darían a Gytha. Ella alejaría todas sus pesadillas. Ella le daría fortaleza, haría de él un hombre de verdad. No haría nada de momento. Esperaría a tener a Gytha para estudiar a su tío y pensar más detalladamente en lo que había escuchado. Sonrió al sentir que la consoladora oscuridad lo envolvía. Gytha le ayudaría a liberarse de Charles Pickney. Ahora debía dormir, dormir.





Capítulo 9


Cytha suspiró y se hizo un último retoque en el peinado. Llevaban en la corte una semana y ya le parecía demasiado tiempo. No era más que un nido de víboras inmorales. Al parecer el pasatiempo favorito de los cortesanos consistía en seducir a la esposa, el marido o los amantes de los otros cortesanos, y sólo una cosa los divertía más que ese deporte: minar la posición de otras personas en la corte para mejorar la propia. A Gytha le parecía imposible llegar a desentra?ar las infinitas intrigas que se urdían allí. Pensó que era sorprendente que aquel grupo humano pudiera permanecer junto, tragándose tantas mentiras, disimulando de una manera tan asombrosa.

?Además, —pensó mirándose al espejo con el ce?o fruncido—, está lady Elizabeth?. Apretó los pu?os y se entregó por un momento a la fantasía de sacarle los ojos a tan detestable mujer. La primera reacción de Thayer ante Elizabeth había sido fría, pero la alegría que Gytha sintió por ello se desvaneció pronto. Ahora volvía a temer que su marido se acercase a su antigua amante. La cortesía lo obligaba a no rechazar brutalmente a una dama de tan alto rango, pero, ?eso era todo? A pesar de todos los esfuerzos de Gytha por controlarse, la verdad era que tenía miedo tanto a la belleza como a las famosas tretas galantes de Elizabeth. Temía que de nuevo estuviera tratando de conquistar con sus encantos el corazón de su marido, un corazón que tal vez nunca había dejado de latir por ella.