Thayer terminó de comer su manzana mientras tamborileaba con los dedos sobre el brazo de la silla. De repente notó con enfado que Gytha hablaba muy entusiasmada con Roger y Margaret. Fue como si le hubieran puesto sal sobre una herida abierta. Empezó a sentirse como un extra?o en su propia casa. Ni siquiera lo trataban con la cortesía que se dispensa a un invitado. Se dijo que Roger y Margaret no le habían hecho ningún da?o a Gytha, a diferencia de él, y que era lógico que hablasen con ella, pero eso no sirvió para aplacar su temperamento. No era realmente a Gytha a quien iba dirigida toda su furia; lo que lo hacía rabiar era la situación en la que se encontraba y el hecho doloroso de que había sido él mismo el causante de todo.
Decidió hacer un último esfuerzo consciente y volvió a dirigirse a su mujer.
—?Qué otros planes tienes pensados para Riverfall?
—No hago planes a largo plazo, voy día a día.
—Ya veo. ?Qué planes tienes para ma?ana, entonces?
—Pensaba trabajar en el jardín, en las plantas.
—?Qué plantas?
—Las usuales.
—Por supuesto. ?Piensas hacer un jardín como el de tu padre?
—Si así lo deseas tú, mi se?or, así lo haré.
—Pensé que tú lo querías así.
—Sería muy agradable.
—Entonces siémbralo.
—Como quieras, marido. ?Te apetece más vino?
—?Tienes intención de hacerme beber hasta que caiga inconsciente?
—Lo que te complazca, mi se?or.
Gytha se preguntó si sería bueno para Thayer que apretara tanto los dientes. Se dio un respiro para dirigirle una suave sonrisa a Margaret, que tenía los ojos abiertos de par en par, en clara expresión de temor y preocupación. Gytha se dio cuenta, al toparse con la mirada de Roger, de que los ojos le rebosaban de risa contenida. Rápidamente desvió la mirada cuando él le gui?ó un ojo.
La tormenta de furia que crecía dentro de Thayer se estaba volviendo casi palpable. Gytha se obligó a no sonreír, por mucho que saborease su ya próxima victoria. Fue todo un desafío para su ingenio buscar respuestas cortas y comentarios corteses. Thayer fue haciendo preguntas más y más astutas, que requerían respuestas más largas, más elaboradas. Gytha sabía que cada lacónica y fría respuesta que le daba era nuevo combustible que avivaba la llama que crecía dentro de él. El juego la divertía enormemente. Supuso que se debía a que era como coquetear con el peligro: la emoción del riesgo. Mientras los otros comensales observaban lo que sucedía, el salón se fue quedando en silencio, y todos los ojos se fijaron en ella, lo que confirmó su opinión de que muy pocos se atreverían a azuzar a propósito al Demonio Rojo como ella lo estaba haciendo.
—?Te fue de ayuda Bek? —dijo Thayer, que sentía que le faltaba aliento. Estaba tan lleno de ira que le costaba trabajo respirar.
—Sí. ?Te apetece otra fruta?
—No —gru?ó él.
—Como quieras, marido.
Entonces se preparó. El instinto le dijo que había roto la última amarra de la cordura del Demonio Rojo.
Capítulo 11
—?Ya es suficiente!
Gytha pesta?eó, asombrada por permanecer aún sentada. No la habría sorprendido que Thayer la levantase de su asiento de un tirón. Los oídos le zumbaban, eso sí, tras el violento trueno que emergió de los poderosos pulmones de su marido. Deseó que su capacidad auditiva se restableciese cuanto antes para poder escuchar con claridad lo que él tuviera que decirle una vez que se quedaran solos.
—?Algo te ha molestado, mi se?or? —le preguntó en un tono de voz tan calmado, y por tanto provocativo, que la mitad de la gente que estaba en el salón la miró como si estuviera irremediablemente loca.
—?Thayer! —vociferó él mientras se ponía de pie y daba un golpe sobre la mesa con los pu?os, haciendo temblar los platos.
—Como quieras… Thayer —Gytha se mordió el labio y dejó escapar un ligero grito de temor cuando el marido la levantó de la silla de un tirón y puso su cara a un centímetro de distancia de la de ella.
—Si dices una vez más ?como quieras? te juro que voy a tener que estrangularte. Ven conmigo —le dijo entre dientes. Y puesto que empezó a arrastrarla detrás de él, Gytha no tuvo más opción que obedecerlo.
—?Ya hemos terminado de cenar?
—Sí, ya hemos terminado.
Justo antes de que Thayer la obligara a cruzar la puerta del salón, Gytha pudo gui?arle un ojo a Margaret. Era difícil no reírse ante la mezcla de sorpresa y preocupación que vio en las caras de todos los presentes, salvo Roger. Era obvio que el buen hombre luchaba desesperadamente por no reírse hasta que Thayer saliera de la sala. Gytha escuchó su explosión de carcajadas, fuerte y claramente, en cuanto Thayer cerró la puerta detrás de ellos. La portentosa maldición que soltó su marido le dijo que él también la había escuchado. La joven tenía la esperanza de que el camino hacia su habitación no fuera tan largo como para apaciguar la gloriosa furia de su marido.