Gytha percibió en la voz de su marido una decisión tan fría que no pudo por menos que estremecerse. Sin embargo, sabía que no era crueldad. No podían demostrar piedad hacia un hombre que estaba planeando la muerte de Thayer. Si un poco de sangre fría era lo que se necesitaba para mantener a su marido con vida, ella la entendía y la respaldaba. Sabía que, llegado el caso, si la vida de Thayer estaba en peligro, ella podría matar a Pickney con sus propias manos. No podía, pues, objetar nada a la actitud de su esposo.
—?Pudisteis sacarles alguna información sobre sus planes para Gytha? —preguntó Thayer a sus dos hombres. Antes de hacerlo, pensó por un momento pedirle a su mujer que se retirara, pero entonces decidió que era mejor que ella supiera a lo que se enfrentaba, fuera cual fuese la amenaza que pesara sobre su vida.
—Bueno, eso fue bastante fácil —contestó Roger—. Pickney pretende llevar a cabo el frustrado matrimonio entre tu se?ora y Robert. Eso le aseguraría la posesión de la Casa Saitun y le daría también la de esta heredad.
—?Y espera que la familia de Gytha no diga ni haga nada?
—Tiene la intención de retener a Gytha como rehén, lo que le daría suficiente protección contra la familia de ella.
—Sí, sí, así sería. Los Raouille se quedarían con las manos atadas. Independientemente de lo que sintieran y pensaran, no se atreverían a hacer ningún movimiento, por temor a que Pickney le hiciera da?o a Gytha. ?Estoy en lo cierto, querida? —preguntó a su mujer.
—Totalmente. Como poco, dejarían pasar mucho tiempo antes de hacer cualquier cosa. Sólo actuarían movidos por la desesperación.
—Así es. Llegaría un momento en que se darían cuenta de que no tienen nada que perder —Thayer sacudió la cabeza—. Pero no entiendo cómo ese hombre espera salirse con la suya. Tiempo atrás lo tenía más fácil. Nadie hizo preguntas con respecto a la muerte de William o a la presunta muerte mía. Pero ahora ha descubierto sus cartas, me ataca abiertamente. Y tendría que llevarse a Gytha por la fuerza. Habría muchas protestas.
—Creo —contestó Roger— que Pickney ya es prisionero de sus propias intrigas, y no le queda más remedioque llegar hasta el final. No veo cómo podría dar marcha atrás, llegado a este punto. En el mejor de los casos tendrías que cuidarte la espalda por tiempo indefinido. El tipo ha demostrado que no es de fiar. Tienes que tratarlo como a un enemigo.
—Es cierto. Pero ?estáis seguros de que no tiene intención de hacerle da?o a Gytha? ?Que no planea asesinarla a ella también?
—Por ahora no —contestó Roger, encogiéndose de hombros—. Pero esto no significa que no pueda salir lastimada en cualquier emboscada, o si intentan raptarla. Gytha ha estado ya en peligro en todos los ataques. Puede que Pickney la quiera viva, pero lo cierto es que hasta ahora no ha tenido ningún cuidado.
—En fin, por ahora no me queda más que servir al rey. Y creo que tienes razón, Roger, al creer que Pickney no va a intentar nada mientras estemos en la corte. Debemos aprovechar este tiempo para frustrar todos sus planes.
—Pero ?cómo podrías hacerlo? —le preguntó Gytha.
—Me temo que nos llevará bastante tiempo pensarlo —Thayer bebió un sorbo de su cerveza—. Sin embargo, estaremos a salvo en la corte y podremos hacer planes con cierta tranquilidad.
Cuando Gytha dejó finalmente a los hombres, se fue pensando en las palabras de Thayer. Realmente, no era capaz de imaginarse la corte del rey como un refugio seguro, apto para pensar tranquilamente. Aun cuando nunca había estado en la corte, sí había escuchado suficientes chismes y rumores que la hacían sospechar que en ella se corrían muchos peligros, y desde luego no sobraba la calma. Tenía entendido que las intrigas y las traiciones eran cosa de todos los días. Teniendo en cuenta todo aquello, se preguntaba si la corte no sería el sitio perfecto para que Charles Pickney desplegara sus conspiraciones, o incluso intentara algo peor, más directo. Pero espantó esos pensamientos. Thayer sabía mucho mejor que ella cómo funcionaban las cosas en el mundo. Y si él creía que Charles Pickney dejaría de perseguirlos mientras estuvieran en la mismísima corte del rey, entonces ella tendría que confiar en el juicio de su marido.
Gytha llamó suavemente a la puerta de la habitación de Margaret y entró cuando escuchó la ronca invitación a que pasara. La brillante expresión de bienvenida impresa en el rostro de su prima se desvaneció ligeramente cuando vio quién era su visitante. Gytha cerró la puerta detrás de sí casi sin hacer ruido, sin entender al principio el comportamiento de su prima. Pero su confusión duró poco; enseguida se hizo la luz en su mente, y sonrió mientras se dirigía a la cama de Margaret y se sentaba en el borde.
—Te has acordado de tu amor, ?verdad? Roger está ocupado fraguando planes para detener a Charles Pickney. Pero, sin duda alguna, vendrá a visitarte de nuevo en cuanto pueda.
A pesar de que se ruborizó ligeramente por la mención de Roger, Margaret frunció el ce?o.
—?De qué planes hablas?
Gytha le contó a su prima, de manera esquemática, lo que acababa de saber.