—Sí, pero nunca ha dicho que ya no la ama. La evita, y ésa es su única respuesta al asunto. Eso me hace pensar que el hechizo que la mujer ejercía sobre él bien puede seguir existiendo. Si no fuera así, Thayer no tendría necesidad real de mantenerse alejado de ella, ?no te parece?
Margaret sonrió débilmente mientras se frotaba las sienes.
—Sé que podría esgrimir un montón de argumentos para debilitar tus sospechas, pero, la verdad, no soy capaz de pensar con claridad en este momento. También tengo el humor tan negro por culpa de la enfermedad, que me inclinaría a decir que si Thayer prefiere a esa bruja fría y cruel, es mejor que dejes que el muy estúpido se revuelque en su propia desgracia.
Gytha se rió de buena gana, sorprendida por la insólita acidez de su prima. Impulsiva como siempre, se levantó y le dio un beso en la mejilla.
—Descansa. Tendré que llevarme a Edna, pero no te preocupes, que no te voy a dejar desatendida. Janet se ha ofrecido a cuidarte, dado que al parecer las demás habitantes de Riverfall son unas cobardes. Y aunque no está entrenada para ser una doncella, es fuerte, lista y bien dispuesta.
—Gracias. Y espero que todos tus temores sean infundados.
—También yo.
Gytha no se sorprendió al encontrarse con Roger a la salida de la habitación de Margaret, pues había notado que el interés del caballero por su prima crecía día a día.
—?Dónde está Thayer? —le preguntó.
—Con el armero; he venido a visitar a Margaret antes de ir a hablar con él sobre lo que Merlion y yo descubrimos. ?Crees que la enfermedad de Margaret es grave? —bajó la voz al hacer esta última pregunta.
—No, no lo creo. Conozco esos síntomas. Su mal es un suplicio, pero muy pocas veces resulta mortal. Se curará.
—?Y los estornudos? He oído decir que preceden a la peste.
—El polvo del camino también produce estornudos. Los síntomas de la peste, si la tuviera, ya se habrían hecho evidentes, Roger.
—Sí, por supuesto. Con los nervios, he prestado demasiada atención a las habladurías de las sirvientas —gru?ó, molesto consigo mismo, mientras se dirigía a la cama de Margaret.
Gytha sacudió la cabeza, divertida. Comprendía muy bien los temores de Roger. Sonrió para sí y se fue en busca de su marido. Desde la primera aparición mortal de la peste, cualquier enfermedad sembraba el terror, por leve y conocida que fuese. El miedo que se había apoderado de Riverfall se aplacaría pronto. Incluso los más cortos de entendimiento se darían cuenta, sin que pasara demasiado tiempo, de que Margaret no tenía la peste. Llevaba enferma dos días; si tuviera la peste, ya la habrían enterrado, y habría otras personas con los siniestros síntomas, preparándose para seguirla.
Justo cuando estaba llegando al armero, salía de allí Thayer. Devolvió la sonrisa de saludo de su marido, aunque percibió que el gesto de éste era poco halagüe?o. Gytha estaba cada vez más convencida de que le resultaba casi imposible ahuyentar sus miedos. En condiciones normales, viajar a la corte del rey debería emocionarla, como si fuera una aventura, pero, dadas las circunstancias, sólo podía ver el viaje como una amenaza a su matrimonio y a su felicidad.
Se preguntó por un instante si debía confesarle a Thayer que lo amaba. Hacerlo podía darle razones para quedarse a su lado y fortaleza para seguir esquivando a lady Elizabeth. Sin embargo, desestimó la idea, pues le pareció que no era buena. Lo que quería era un compromiso sincero y definitivo por parte de él, y que saliera de él, sin necesidad de pedírselo. Si Thayer no correspondía a sus sentimientos, los vínculos entre ellos serían sólo la culpabilidad y la obligación, y no era eso lo que Gytha quería. El orgullo también desempe?aba un papel en todo el asunto. Si su marido ignoraba cuánto significaba para ella, no podría saber cuan profundamente la heriría si volvía a los brazos de Elizabeth.
—Todo está listo para nuestra marcha —le dijo Thayer, pasando los brazos sobre los hombros de su mujer mientras empezaban a caminar hacia la casa.
—?Todo? —Gytha trató de fingir que le parecían buenas noticias, pero sospechó que había fracasado en el intento.
—Sí… Todo. Partiremos al encuentro con la corte del rey con la primera luz de la ma?ana.
—?Cuánto tiempo durará, entonces, el viaje?
—Unos pocos días, no muchos. No será, ni de lejos, un viaje tan arduo como los anteriores.
—?Cuánto tiempo nos vamos a quedar allí? —preguntó Gytha mientras entraban en el vestíbulo. Hicieron una pausa para pedirle a una de las doncellas que les llevara bebida, pan y queso al comedor, para tomarlos a modo de refrigerio ligero.
—Me temo que tendrán que ser cuarenta días completos —le contestó Thayer, sentándose a la mesa del comedor—. Todos los que le debo.