La bella de la bestia

Thayer no le dio tiempo para que pudiera reaccionar del todo ante lo que acababa de ver. La cargó de nuevo bajo el brazo, y ella no pudo protestar, pues bastante tenía con esforzarse en respirar normalmente mientras su marido trotaba en busca de otro lugar donde esconderse. Ahogó un grito cuando, sin previo aviso, Thayer la soltó sobre unos arbustos un poco bruscamente. Para no meter la pata soltándole el grito que se merecía, la mujer tuvo que obligarse a pensar que estaban luchando por su vida.

Ambos estaban, pues, agazapados en un nuevo escondite. Gytha escuchó que alguien se acercaba y notó que Thayer se disponía a eliminar al segundo de sus perseguidores.

Esta vez la chica no miró, mantuvo la vista fija en otra dirección mientras él terminaba su implacable labor rápidamente. De nuevo, con aturdida resignación, permitió que Thayer la levantara y la cargara como si fuera una pieza de equipaje, para luego soltarla en otro escondite. Para su consternación, el último de los enemigos no murió ni tan rápida ni tan silenciosamente como los otros dos. Thayer necesitaba algunas respuestas, de modo que se enfrentó al hombre espada contra espada. Obtuvo la poca información que necesitaba antes de acabar con él de una certera estocada.

Thayer supo de esta manera que tan sólo eran tres los atacantes. El matrimonio estaba a salvo, al menos por esta vez. Por eso, la chica se sorprendió cuando la cargó nuevamente y trotó con ella bajo el brazo. En esta ocasión su marido no la soltó, sino que la depositó suavemente sobre un mullido lecho de césped que estaba medio oculto tras unos arbustos. Lo vio quitarse el justillo que llevaba puesto y limpiar su espada con él, y después limpiarse la cara con la misma prenda, para acabar tirándola descuidadamente a un lado.

Tras unos momentos de descanso, Gytha se sintió con fuerzas suficientes para expresar algunas protestas, pero en cuanto Thayer se volvió para mirarla, las palabras se le quedaron en la garganta. Lo que frenó sus quejas fue la expresión que vio en la cara de su marido. El deseo que tan bien conocía le oscurecía una vez más los ojos y le rejuvenecía el rostro maltratado por las cicatrices. La joven sintió que su cuerpo le daba una respuesta inmediata, como si el deseo sexual del hombre fuera contagioso. Decidió entonces que dejaría la rega?ina para más adelante, le abrió los brazos y se rió ligeramente cuando él se precipitó en sus brazos.

Hicieron el amor con frenesí, con brusquedad, casi con desesperación. Gytha se entregó por completo a la ferocidad ciega de la pasión, y hasta que los dos no yacieron satisfechos, uno en brazos del otro, no se dio cuenta de que se había revolcado en el césped como una ordinaria mujer del populacho. Un rápido vistazo le confirmó que ni siquiera se habían molestado en desnudarse. Ella tenía la falda subida hasta la cintura y Thayer llevaba los pantalones enredados en los tobillos. Sintió un poco de vergüenza, pero enseguida se recobró y sonrió. Y cuando Thayer también dio se?ales de estar algo abochornado, mientras se levantaba para arreglarse los pantalones, ella no pudo contener la risa.

Al oírla, el hombre sonrió, con una buena dosis de alivio, y la observó mientras se arreglaba el vestido.

—?Entonces no te he hecho da?o?

—No. Aunque creo que ma?ana me voy a encontrar con uno o dos moretones en ciertas partes del cuerpo.

Thayer la abrazó y le dio un beso.

—Encontrarte junto a mí, con la sangre todavía caliente por la excitación de la batalla, fue una tentación demasiado grande, imposible de resistir.

Recordando los terribles acontecimientos que hicieron hervir la sangre de su marido, Gytha se inclinó hacia él.

—?No crees que hemos pecado por entregarnos a la pasión de esa manera después de todo lo que acaba de pasar?

—No. Esos hombres querían matarnos, Gytha.

—Ya lo sé. Y sé que tenías que hacerlo. Cualquier asomo de piedad sólo nos habría causado la muerte. Sin embargo, ?revolcarse sin ningún miramiento, a pesar de que hay tres hombres recién muertos no muy lejos…? Lo más raro es que no siento que me haya comportado mal, aunque parece tan despiadado…

Thayer suspiró aliviado al oírla decir que no le había parecido mal hacer el amor en tales circunstancias. Tomó aire y se dispuso a explicarle sentimientos con los cuales estaba muy familiarizado.

—Con frecuencia me he preguntado lo mismo. La lascivia que me invade tras la lucha no llega nunca en mitad de la batalla; no tengo un corazón tan sórdido como para que derramar la sangre de un hombre me excite. No, siento la urgencia de hacer el amor cuando la lucha ya ha terminado. Siempre es así.

—Cuando te ves de pie, entre los muertos y los agonizantes, pero tú sigues con vida.

—Sí —la miró, apreciando su agudeza—. En ese momento es cuando siento la necesidad de entregarme a una mujer. Miro a mi alrededor y sé que he sobrevivido para ver un nuevo día —se encogió de hombros. No sabía cómo explicar claramente lo que sentía en esos trances.

—Así que buscas la confirmación de que de verdad estas vivo —murmuró Gytha, sonriendo a medias—. ?No crees que puede ser una especie de celebración?

—Sí, puede ser. Tú no participaste en esta batalla, pero te viste atrapada en medio de ella. Tal vez te pasó lo mismo que suele ocurrirme a mí.