Gytha entornó los ojos en un gesto de ligera exasperación mientras, de todas formas, se reía de buena gana. Riverfall había sido una grata sorpresa, pues al final no hizo falta mucho trabajo para convertirlo en un sitio habitable, aunque no tenía, eso sí, demasiado encanto. Pero a ella no le importaba, ya que podría disfrutar decorando el sencillo hogar con su toque personal.
Sin embargo, al contrario que la casa, los trabajadores y la gente que vivía alrededor de Riverfall necesitaban con urgencia un buen ba?o. Gytha hizo caso omiso de los aullidos de los lugare?os y desestimó sus augurios de que podían pescar un resfriado mortal debido al ba?o, y se encargó de que su gente siguiera las mismas reglas de limpieza que ella. Quejas y recelos cesaron en su mayor parte cuando pasó el tiempo y nadie se murió por perder su gruesa capa de suciedad. Algunas personas como Janet se sintieron suficientemente aliviadas para tomarse la libertad de bromear sobre el asunto. Gytha tenía la esperanza de que no le dieran tanta guerra cuando conocieran la nueva norma que pensaba imponer: la gente debía ba?arse y limpiar la casa una vez a la semana.
—Bien, dentro de dos días intentaremos matarte de nuevo —dijo a Janet, bromeando, mientras inspeccionaba la colada—. Veo que el joven Bek ha estado saltando sobre la cama con los pies llenos de barro.
Janet se rió mientras continuaba restregando enérgicamente las sábanas embarradas.
—Sí, parece un muchacho muy vivaz e inquieto.
—Puede ser, pero tendré que hablar con él sobre esto. Tiene que aprender a no hacer trabajar innecesariamente a los demás. Y si una charla no es suficiente para que lo entienda, tendrá que lavar sus propias sábanas, lo cual será bastante eficaz —Janet rió de buena gana, encantada, y la joven marchó, sonriente, para seguir su ronda por la casa.
En el poco tiempo que llevaba en Riverfall no había encontrado grandes cosas que reparar. Aunque la gente era laxa en su aseo personal, no tenía nada de holgazana. Todos trabajaban con dedicación y eficiencia. Gytha se preguntó si eso contribuía al profundo apego que sintió por el lugar casi de inmediato. Riverfall. Si le dieran la posibilidad de escoger un lugar para vivir, elegiría éste sin ninguna duda; pero no estaba segura de cómo convencer a Thayer de que se quedaran allí. La Casa Saitun, después de todo, era el feudo de su familia.
Gytha vio a Bek a lo lejos, y se dirigió hacia él. Estaba de pie junto a su padre, observando a los hombres que se entrenaban en el manejo de la espada. La presencia de Thayer, a quien al principio no había visto, la hizo vacilar un momento. Bek era hijo de Thayer, no de ella. Sacudió la cabeza y continuó caminando. Tenían que ser una familia, y, si quería que el clan funcionara, debía tratar al muchacho como si fuera su propio hijo. Rezó para que Thayer lo entendiera y estuviera de acuerdo con lo que iba a decirle al muchacho. Las cosas podrían ponerse dolorosamente complicadas si no era así.
Thayer sonrió a Gytha cuando ella se detuvo a su lado.
—Hemos encontrado a unos guerreros bastante hábiles aquí. Tu padre eligió muy buenos hombres para este lugar.
—Envió a los hombres que parecían… aburridos con la relativa calma que reina en casa.
—Buena decisión. Encontraron suficiente acción para mantenerse ocupados, aunque no tanta como los rumores nos habían hecho creer.
—Es un gran consuelo —intercambió una breve sonrisa con su marido.
—?Puedo hacer algo por ti? —le preguntó Thayer cuando notó la seriedad de la expresión de su esposa.
—En realidad he venido a hablar con Bek —Gytha miró al chico, que le sonrió con cautela.
—?Quieres que te ayude en alguna cosa? —Bek se esforzó por desviar la atención de los hombres.
—En cierto modo, sí, Bek. Parece que has sido descuidado y no te has limpiado bien los pies antes de meterte en la cama. La verdad es que el aspecto de tus sábanas parece delatar que has corrido y saltado sobre la cama con los pies llenos de barro.
—Las sábanas se lavan. Las mujeres lo hacen —le contestó Bek, frunciendo el ce?o y encogiéndose de hombros.
—Ahí radica el problema. Ensucias tanto las sábanas que a las mujeres les lleva mucho más tiempo lavar las tuyas que las de las otras personas.
—Es su trabajo.
—Lo sé, pero eso no significa que podamos ser tan desconsiderados como para hacerlas trabajar más duramente de lo que ya lo hacen de por sí —observó el gesto que ensombreció el hermoso rostro del muchacho y suspiró para sus adentros—. Me gustaría que te preocupases de tener los pies limpios antes de meterte en la cama, y que pienses un poco más en las personas que hacen el aseo de la casa. ?De acuerdo? —el muchacho, enfurru?ado, la miraba en silencio.
—Sí —dijo al fin, y se marchó.
Gytha frunció el ce?o y miró a Thayer.
—No era mi intención ofenderle.
Thayer se rió por lo bajo, pasó el brazo sobre los hombros de Gytha y le dio un beso en la frente.
—Me temo que tiene el carácter de su padre, pero como es tan joven, todavía no ha aprendido a controlarlo.
La joven sonrió brevemente y después se quedó mirando a su marido durante un momento.