Cuando sintió que Gytha estaba próxima al climax, la atrajo hacía sí y la abrazó mientras le cubría la boca con un beso. La forma en que ella acompasaba el movimiento de su cuerpo con las embestidas de su lengua lo hizo perder completamente el control. Se aferró a las caderas de la mujer y la mantuvo firmemente pegada a sí, hasta que el gemido de la culminación le llenó la boca. Entonces la levantó ligeramente para penetrarla con mayor profundidad, mientras se le unía en un orgasmo asombroso, enloquecedor.
Habían perdido la noción del espacio y del tiempo. Con cuidado, el caballero se salió de ella, rompiendo la intimidad del abrazo, y acomodó el cuerpo de la mujer, ahora relajado y somnoliento, a su lado. La cálida satisfacción sensual era evidente en cada una de las respiraciones de Gytha, se notaba hasta en la manera en que lo abrazaba. Como siempre, lo había complacido y sorprendido por igual. No podía dejar de preguntarse cómo una belleza delicada como ella podía encontrar un placer tan grande con un hombre como él. Si bien le avergonzaba admitirlo, sabía que ésa era la razón, aunque peque?a, por la cual había luchado por mantener los ojos abiertos y mirarla mientras hacían el amor. Una parte de él temía comprobar que todo aquel gozo era fingido, que el placer que ella encontraba en sus brazos no era más que una farsa.
—?Cómo va la herida? —le preguntó Gytha, y después bostezó perezosamente.
—Casi ni la siento —mintió él, porque la verdad era que le dolía, pero consideró que el dolor era un peque?o precio que tenía que pagar por lo que acababa de disfrutar.
Gytha se rió suavemente y sacudió la cabeza. Sabía que no le estaba diciendo la verdad, pero decidió no reprochárselo. Si le dolía, pensó, no debía de ser un dolor muy agudo. No percibía debilidad en su abrazo ni escuchaba vestigios de dolor en su voz. Y ceder al deseo, evidentemente, no le había causado mayor da?o.
Entonces los pensamientos de Gytha volvieron a lo que acababa de disfrutar con su marido. Había tomado firmemente las riendas del coito y había actuado lasciva y salvajemente. El recuerdo de ello la hizo sonrojarse. También la hizo fruncir el ce?o.
—Thayer… lo que acabamos de hacer… ?La Iglesia lo condena?
Thayer no pudo evitarlo: se rio.
—Lo dudo, cari?o. De todas maneras, no creo que requiera una penitencia demasiado penosa.
—No. Probablemente tengas razón. Pero incluso si te equivocas, dudo que pueda confesar el pecado. No podría explicarlo con palabras —murmuró y después sonrió al ver que Thayer se reía.
—Sin duda, escuchar tal confesión podría perturbar al pobre sacerdote —levantó la mano y apagó la vela que tenía detrás de la cabeza—. Es hora de descansar, esposa. Ma?ana será un largo día, incluso si trae consigo el final de este viaje.
—?Estás seguro de que quieres continuar? Tal vez debas tomarte un día de descanso.
—Podré descansar cuanto quiera cuando lleguemos a Riverfall.
Gytha abrió la boca para empezar a discutir, pero la cerró de nuevo al percibir una decisión de acero detrás de sus palabras.
—?Por lo menos te tomarás lo que queda de viaje con calma? ?Te mantendrás quieto en el carruaje?
—?Qué? ?Viajar en el carruaje como si fuera una dama delicada y fina? Pues, quizá lo haga si veo que es necesario tomar esa decisión, o también podemos detenernos otra vez antes de llegar a Riverfall. No me mires así. Conozco bien este maltrecho cuerpo de guerrero y sé hasta dónde puedo llegar. No soy tan tonto como para forzarlo más allá de sus posibilidades. Incluso ahora, cuando ya tengo en mis manos las tierras y el título por los cuales luché, sigo necesitando la espada, y para usarla he de conservar las fuerzas. No tienes nada de qué preocuparte, no voy a arriesgarme a quedar indefenso para siempre. Así que —le dio un beso ligero sobre la frente— duerme tranquila.
Gytha soltó un enorme y placentero bostezo.
—ésa es una orden que puedo obedecer con toda facilidad —y frotó la mejilla contra el pecho de su marido—. ?Así que llegaremos a Riverfall al final del día de ma?ana?
—Sí, así es —Thayer rezó en silencio por que encontraran Riverfall en mejores condiciones que la casa de Saitun.
Capítulo 7
—Ah, veo que sigues estando saludable y feliz, Janet —Gytha esbozó una sonrisa mientras saludaba a la robusta mujer junto a los lavaderos.
—Aún es muy pronto para confiarse, mi se?ora. Todavía puedo coger un mal resfriado.