La bella de la bestia

—Y en ese momento te podrían haber cortado la cabeza —el mero pensamiento de que podía haber sucedido tal cosa la hizo estremecerse.

—Gytha, apaga las velas, por favor, salvo la que está detrás de la cama.

—?Qué?

—Apaga las velas —la miró mientras ella lo obedecía distraídamente—. Ahora quítate la ropa y ven a la cama.

Gytha suspiró con exasperación, pero hizo lo que su marido le pedía; dejó su ropa cuidadosamente doblada sobre un baúl y se metió en la cama con todo el cuidado que pudo. Cuando Thayer le pasó su brazo sano alrededor del cuerpo, ella prácticamente se arrojó sobre él y se pegó a su cuerpo, tratando de buscar consuelo en su calor, en su fortaleza, en el reconfortante palpito de su corazón. Se prometió que aprendería a controlar sus emociones en el futuro. Esta vez la habían tomado por sorpresa; la impresión la había dejado sin defensa alguna. Se apretó todavía más contra su marido, mientras él le acariciaba la espalda con su enorme y callosa mano, en un gesto tranquilizador.

—Ya has visto mis cicatrices y sabes que cabe la posibilidad de que me hieran alguna que otra vez —murmuró Thayer.

—Sí, lo sé —Gytha se dio cuenta de que nunca había pensado en la sangre, el dolor y el peligro que había detrás de esas cicatrices.

—A pesar de que sangra mucho y me debilita ligeramente, no es una herida grave.

—También sé eso —y era cierto. Sabía que era necesario coser la herida, más que nada, para ayudar a la cicatrización.

—Pues si lo sabes, tranquilízate —le dijo su marido, besándole la frente—. Aleja tus temores.

—No. Mis lágrimas y esta tonta debilidad sí las apartaré. Mis temores, no. Robert y ese gusano apestoso que tiene por tío te quieren ver muerto. Como dijo Roger, esto es una guerra. Así que van a intentarlo de nuevo.

—Estoy preparado para ello —frunció el ce?o, reviviendo la batalla en su cabeza—. No era un simple ataque, un desafío. Se trataba de un plan de asesinato.

—Tu asesinato.

—Sí. Muy astutamente, sacaron a Roger del lugar que habitualmente ocupa a mis espaldas y me dejaron aislado, con dos adversarios frente a mí. Eso no volverá a pasar. Estaremos preparados para evitar tales ardides la próxima vez. He sobrevivido a batallas contra enemigos más peligrosos.

—Lo sé. Perdona mi debilidad. No te volveré a fallar de esta manera otra vez —a medida que recuperaba la calma y el dominio de sí misma, la vergüenza empezó a abrirse paso en su interior.

—No me fallaste. A pesar de las lágrimas y todo tu dolor, atendiste mi herida tan bien como lo habría hecho cualquiera —le soltó el pelo y le acarició dulcemente la cabeza—. En el futuro, trataré de ponerte a salvo de cualquier violencia.

—No fue por la violencia —dijo, y después suspiró, sabiendo que tendría que explicarle sus sentimientos si no quería que la tratara como a una mujer demasiado débil y delicada para soportar el lado duro de la vida—. No fue por la batalla.

—Lo cierto es que te mantuviste firme durante el primer ataque.

Thayer sintió un hormigueo de emoción. Si no había sido la batalla en sí misma, entonces la verdadera preocupación de Gytha era que lo habían herido. Que su suerte la preocupara tanto indicaba que albergaba profundos sentimientos hacia él.

—Sí, así fue. En el primer ataque no fue igual. Y eso es lo más raro. Aquella vez no sentí ninguna preocupación o miedo de que te pudiera pasar algo. Pero ahora no he sido capaz de tener la misma confianza. Desde el primer momento temí por tu vida. Busqué razones para ese cambio de estado de ánimo. No tengo ninguna habilidad para… pues para predecir lo que va a suceder. No me asaltan premoniciones. No soy adivina, pero tenía un miedo inexplicable, de alguna manera sabía que iba a sucederte algo.

—Esos sentimientos no son tan poco comunes como te imaginas. Cuando un hombre se enfrenta a una batalla, con frecuencia intuye su destino o el de los hombres que están cerca a él.

—Por favor, Dios, que yo no sufra esa condena. Ya es suficientemente malo que tengas que pelear.

—Un hombre debe…

—Ya sé, ya sé. Así funciona el mundo. Me acostumbraré a vivir así. Sé que debo hacerlo. La verdad es que lo aprendí hace mucho tiempo, pues mi padre y mis hermanos han tenido que ir a muchas batallas. Pero no quiero predecir cómo te irá cada vez que tengas que pelear. No quiero tener ese terrible don, que no sería más que una maldición.

—Tal vez presentiste que el ataque provenía de Robert, de su deseo de asesinarme —murmuró él.

—No creo que, en el fondo, Robert quiera asesinarte. Su tío…

—Ellos son u?a y carne, la misma persona.

—Sí, tal vez presentí eso. Dudaba que tu advertencia pudiera ser suficiente para frenarlos. Cuando se produjo el ataque, se confirmaron los temores que yo creía haber desechado —Gytha besó suavemente el pecho de Thayer—. No quiero convertirme en una viuda —susurró finalmente.