—Nunca hubiera imaginado que existiera tal cantidad de polvo en toda Inglaterra —Gytha sacudió la cabeza—. Creo que prácticamente me cayó todo encima a mí —después de tomar con avidez unas cuantas cucharadas de estofado, comentó lo delicioso que estaba.
—Sí que hay polvo, sí. Lleva tiempo sin llover —comentó Thayer—. Incluso algunos de los hombres menos inclinados a la limpieza han sentido la necesidad de lavarse esta vez.
—Así es —dijo Roger esbozando una leve sonrisa—. El río no es más que una corriente de lodo. Nunca lo había visto así.
—Algunos de nosotros —comentó Thayer arrastrando las palabras al tiempo que recibía el odre de vino que pasaba de mano en mano— no somos tan remilgados como para tener que calentar el agua con la cual nos vamos a ba?ar —escondió su sonrisa al beber de la bota.
—Hay gente que considera propio de locos meterse en agua congelada cuando hay posibilidad de calentarla primero —Gytha sonrió dulcemente a Thayer, dio un peque?o sorbo de la bota que él le ofrecía y la pasó a quien estaba sentado a su lado—. Yo, por supuesto, no pienso que los que hacen eso estén chiflados. Nunca difamaría de esa manera a mi marido.
—No, por supuesto que no —Thayer se rió y pasó una mano sobre el todavía húmedo pelo de Gytha—. Ha sido un ba?o vigorizante. Una maravilla.
—Sí, claro. Se notaba por los alaridos que seguían a cada uno de los chapuzones —Gytha sonrió cuando los hombres se rieron.
—Ma?ana, a la caída del sol, estaremos en Riverfall —anunció Thayer, cambiando de tema cuando se apagaron las risas.
—?Alguno de los hombres que enviaste delante ha visto el lugar? —le preguntó Gytha.
—Uno. Dice que la construcción parece resistente y buena. Muy adecuada para la defensa.
—Eso está muy bien, pero no es lo que me interesa saber —le contestó ella con una ligera sonrisa.
—Lo sé, pero el hombre tenía la misión de comprobar las características militares del sitio, no otras cosas. Ni tampoco se acercó lo suficiente como para ver nada más.
—?Cómo? ?No avisó a los lugare?os de nuestra inminente llegada?
—No, él no. Pero envié a otro hombre ayer para que se encargara de notificarlo y le ordené que se quedará allí para garantizar que nos reciben como es debido.
—Tendría que haberle preguntado más cosas sobre este lugar a mi padre.
—Estamos curados de espanto. No puede ser peor que la Casa Saitun.
—Por Dios santo, espero que no.
La charla siguió por derroteros superficiales. Sin darse cuenta, Thayer se encontró pensando en otras cosas. Desde la primera noche de viaje había hecho muy poco más que dormir junto a Gytha. El cansancio de la marcha hacía que su esposa se durmiera profundamente al final de cada jornada, antes de que él se acostara. Obviamente, esta vez el ba?o la había refrescado y Thayer sospechaba que la noticia de que estaban cerca de su destino también había ayudado a reanimarla. Empezó a darle vueltas a la idea de llevar a Gytha a la cama antes de que sus ánimos renovados decayeran nuevamente por culpa del cansancio.
Pero justo en el momento en que Thayer la tomaba del brazo, pensando en llevarla lo antes posible a su tienda, un grito de alerta procedente del bosque cercano rompió el silencio de la noche. Entonces se puso de pie como un resorte, arrastrándola con él, y corrió a ponerla a resguardo.
Llegó al campamento, tambaleándose, uno de los guardias que había apostado en el bosque. El hombre estaba ensangrentado y aturdido, y a duras penas pudo gritar un par de veces más que les atacaban. Luego se desplomó.
Gytha dio algunos traspiés detrás de Thayer. Enseguida se hizo cargo de lo que estaba pasando, pero no acababa de gustarle la idea de esconderse en la tienda. Quería ayudar, participar activamente en la lucha contra los atacantes, aunque no se le ocurrió nada que pudiera hacer.
Thayer volvió la mirada hacia ella. A pesar de estar gritando órdenes a sus hombres para que se aprestaran a la lucha, se las arregló para darle instrucciones a su esposa. Le bastó se?alar con el dedo la tienda para dejar claro lo que quería que ella hiciera. Gytha decidió que lo mejor era obedecerlo y corrió hacia la protección de la lona.
En cuanto entró en la tienda, una cuadrilla de pajes y hombres armados la rodeó completamente. Esta vez, Thayer no quería correr riesgo alguno, y no iba a dejar abierta la posibilidad de que un hombre del bando enemigo se colara de nuevo en la tienda sin ser visto.
Ya con ella dentro, uno de los hombres armados cerró a toda prisa la puerta de entrada.
—?Qué está pasando? —chilló Edna, y se aferró a Gytha.
—?Es otro ataque? —preguntó Margaret en un susurro, mientras se acercaba a su prima y se abrazaba a ella.
—Sí, otro ataque. Pero alguien tuvo tiempo de dar la alarma —a pesar del miedo que embargaba a las dos mujeres, a Gytha le pareció reconfortante tenerlas cerca.
—?Entonces no tomaron por sorpresa a nuestros hombres? —preguntó Margaret.
—No del todo. Los vi preparándose para la batalla justo antes de que enemigos armados emergieran corriendo de las sombras del bosque.