Thayer era fuerte, un guerrero habilidoso que se había hecho merecedor de infinidad de elogios. Podía sentirse contenta de que su marido fuera ducho en el arte de la espada, puesto que eso significaba que tanto ella como sus hijos estarían bien protegidos.
Por otro lado, estaba el honor, pensó. El honor era una parte importante de la personalidad de su esposo, sin duda un hombre honorable y justo. El dinero nunca fue el único factor que consideró a la hora de prestar sus servicios con la espada a un noble. La causa tenía que ser noble y tenía que ser justa.
Además, Thayer tenía un indiscutible aire elegante, gentil, a pesar de su forma de vida. Gytha lo había notado en la forma en que se relacionaba con las otras personas, y en la manera en que la trataba a ella. Dios había bendecido a Thayer con un cuerpo grande y fuerte, y sin embargo nunca abusaba del poder que ese cuerpo le brindaba.
La abrupta entrada del marido en la habitación puso fin a sus reflexiones. Gytha se lamentó ligeramente por la interrupción de sus meditaciones, pues se produjo justo cuando creía que estaba llegando a alguna conclusión, que por fin se acercaba a la comprensión de sus propios sentimientos. Se prometió para sus adentros que regresaría a sus consideraciones en cuanto pudiera. Se sentó en la cama y contempló a Thayer, que se preparaba para acostarse junto a ella.
El marido se desvistió hasta quedarse en ropa interior, miró a Gytha y empezó a asearse.
—Por tu aspecto, parece que has cumplido la promesa de no excederte en el trabajo —murmuró.
—Sí, lo he hecho.
—Me alegra escucharlo.
—Hoy he sido de lo más obediente. He cumplido todas tus órdenes.
—Obediente e impertinente —le contestó arrastrando las palabras y sonriendo ligeramente.
—?Cómo va tu trabajo? —dijo la joven, cambiando de tema y sonriendo también.
Otra cualidad que le agradaba de Thayer era su sentido del humor. Y que le gustara tomarle el pelo. Apreciaba ambos aspectos de la personalidad de su marido.
—Mi trabajo va suficientemente bien —contestó Thayer—. Para ser más preciso te diré que las cosas van tan bien que podemos empezar a planear nuestro siguiente movimiento. Creo que pronto será posible que viajemos a las tierras que aportaste al matrimonio.
—Se dice que las regiones occidentales son peligrosas y problemáticas.
—También yo he oído eso, sí —apagó de un soplo todas las velas, salvo una que estaba junto a la cama.
—?Y crees que es cierto?
—A veces se cuentan cosas que no son ciertas, o al menos no del todo —respondió Thayer, mientras se quitaba el calzón y se metía en la cama—. No sabremos lo que nos espera allí hasta que hayamos llegado. Necesito ver las tierras por mí mismo. Con frecuencia los problemas se agrandan por culpa de los hombres que los subestiman, y también de los que se quejan todo el tiempo —frunció el ce?o y la miró—. Tal vez debas quedarte aquí mientras compruebo cuál es la situación en Riverfall.
—Yo preferiría ir contigo.
—Vaya, vaya. ?Así que tienes ganas de discutir con tu marido? —dijo el hombre con tono burlón.
—Pues… no exactamente.
—?No exactamente? ?Entonces cómo lo llamarías exactamente?
—Sencillamente, le llamaría hablar sobre el asunto. Se puede hablar sin discutir.
Thayer se rió por lo bajo y le dio un ligero beso en la frente.
—Puedes ahorrarte la retórica, peque?a. Yo también prefiero que vengas conmigo. De esa manera, por lo menos sabré cómo estás en todo momento y podré encargarme personalmente de tu comodidad y tu protección, en lugar de sentarme en Riverfall a esperar a que llegues custodiada por otros.
—Nunca he escuchado a mi padre decir que haya grandes problemas en Riverfall. Tal vez todo esté bien.
—Bueno, sí, tal vez.
Realmente Gytha no necesitó el tono ausente de la respuesta de Thayer para darse cuenta de que su atención ya no estaba concentrada en la conversación. La forma en que le quitó el camisón y empezó a acariciarla le dejó muy claro en qué estaba pensando en realidad. Encantada, sonrió, al tiempo que pasaba los brazos alrededor del cuello de su marido. Un ligero estremecimiento de placer la recorrió cuando Thayer la atrajo hacia sí haciendo que se unieran los dos cuerpos desnudos.
—?Estás cansado de mi conversación, Thayer? —murmuró Gytha mientras él le daba besos y leves mordiscos en los labios.
—Sí. Qué lista que eres, cómo te das cuenta de todo.
—Una buena esposa debe saber cuándo tiene que dejar de importunar a su marido con demasiada conversación —Gytha trató de poner cara de virtuosa cuando él le sonrió, pero fracasó miserablemente. Su expresión era irremediablemente pícara.
—Podemos hablar después —le contestó Thayer mientras frotaba suavemente sus genitales contra ella. Los suaves gemidos de placer de la joven aumentaron el deseo que siempre tenía de ella—. En este momento tengo puesta mi atención en otra parte.
—?En serio? ?Y dónde está, si puede saberse?