—Me temo que no, Margaret. Yo represento todo aquello en lo que Thayer ha aprendido a desconfiar. Definitivamente, hay en él una lejana suspicacia que puedo percibir. Siento que es así, aunque no podría decir hasta qué punto es irreversible. Y, tristemente, no sé cómo hacer para que confíe en mí. Es como una barrera que se interpone entre los dos y que impide que podamos sentir lo que deberíamos el uno hacia el otro.
—Claro que es una barrera. Pero yo creo que lo único que debes hacer es lo que estás haciendo. Si se puede confiar en cualquier mujer, por supuesto que se puede confiar en ti. Thayer no tardará en darse cuenta de que esa desconfianza es una tontería; sólo necesita tiempo. Después de todo, a pesar de que estáis casados, la verdad es que todavía sois unos extra?os el uno para el otro. Todavía os falta mucho que aprender de cada cual. Y como ese conocimiento mutuo lleva tiempo, es normal que haya desconfianza.
—Puede ser. El solo hecho de decir unos votos delante de un sacerdote no implica que de inmediato uno pueda confiar en su pareja y amarla, por muchos deseos que se tengan de honrar esos votos. Yo he tenido más suerte, pues nunca han abusado de mi confianza, cosa que sí le ha ocurrido a él, y de la manera más horrenda. Por tanto, puedo confiar con más facilidad que él —sonrió a su prima—. Pero dime, ?qué piensas tú sobre mi marido?
—En realidad no tengo un juicio claro. No me hago una idea completa, al menos. Lo único que puedo decir es que a veces me hace sentirme muy insegura.
—Sí, cuando brama con furia —se rió ligeramente cuando Margaret se sonrojó—. Pero no hay por qué tenerle miedo, prima.
—Pareces muy segura de ello.
—Lo estoy, confía en mí. No hay que temer a los enfados de Thayer, salvo porque es posible que la deje sorda a una. Fíjate en esos pu?os que sacude en el aire con frecuencia, prima. Pueden destrozar cualquier cosa, como hizo con esa puerta del establo la semana pasada; pero muy rara vez se dirigen contra una persona. Thayer es consciente de su propia fuerza y conoce las consecuencias que puede tener su temperamento explosivo. Sí, claro, puede que vocifere, pero todavía no lo he visto herir a nadie en un arrebato de ira.
—Al caballerizo le habría gustado saber eso. Estoy convencida de que en algún momento temió por su vida.
—Y bien merecido que se lo tenía. Por dejadez, casi mutila al mejor semental que tiene Thayer. Muchos otros caballeros lo habrían matado en ese mismo instante. Sin embargo, el hombre aún conserva su vida. Y puede que el muy imbécil salve incluso su cargo como caballerizo, si no vuelve a cometer un error de tal magnitud.
—Por supuesto. Trataré de recordar lo que dices la próxima vez que Thayer haga temblar las paredes —contestó Margaret, arrastrando las palabras con fingido terror, lo que hizo que ambas se rieran.
—?Esto es albahaca? —Gytha frunció el ce?o ante el manojo de hojas maltrechas que se alzaba delante de sus ojos.
—Pues creo que las tres del centro sí lo son —contestó Margaret examinando las plantas con atención.
Gytha hizo una pausa en su labor y se rascó vigorosamente la nariz. Después, continuó arrancando la maleza que crecía alrededor de las plantas.
—Creo que sería más sencillo arrancar la albahaca y dejar la maleza.
Margaret se rió y después de un momento recuperó la seriedad.
—No sé con qué carta quedarme en cuanto a tu confusión. La entiendo, pero tenía la esperanza de que me dieras algunas respuestas, de que podrías aclararme un poco las ideas. Pensé que tal vez pudieras hacerme alguna revelación.
—?Una revelación? ?Sobre qué?
—Sobre el amor —murmuró Margaret, y después se sonrojó.
—?No!… Se trata de Roger, ?verdad?
—Sí, Roger. Creo. Me resulta difícil estar segura, y no me refiero sólo a mis sentimientos, sino también a los suyos. Tiene una manera de ser tan coqueta, que a veces temo ver más de lo que en realidad hay en sus palabras bonitas y en sus sonrisas ligeras. Pensé que tú podrías ayudarme a eliminar mi propia confusión y, tal vez, a ver con más claridad, a entender mejor el asunto.
—Sin embargo, me encuentras tan confundida como lo estás tú —Gytha continuó con la siguiente mara?a verde—. Lo lamento, Margaret. Pero lo que sí puedo decirte es que nunca he visto a Roger tratando de coquetear con ninguna de las doncellas de la casa. Tampoco he tenido noticias de que vaya al pueblo en busca de compa?ía, como lo hacen algunas veces los otros hombres.
—Ya me he dado cuenta de ello. Sin embargo, temo estar viendo sólo lo que quiero ver. Pero si dices que también lo has notado, entonces debe de ser verdad. Puede que Roger sea sincero.
—?Quieres saber lo que haría yo?
—Sí, podría serme de ayuda —después de arrancar otro manojo de maleza y ponerla sobre un montón que iba en ascenso, Margaret se sentó junto a Gytha.
—Yo confiaría en Roger hasta que me diera razones para no hacerlo. Creería que es sincero y que se comporta de acuerdo con lo que dice. Pienso que, si fuera demasiado desconfiada, podría perder todo lo que realmente quiero. Es cierto que me arriesgaría a sufrir un gran dolor si comprobara que sus palabras no son sinceras, pero el premio que podría ganar haría que mereciera la pena correr ese riesgo.