—Y resultó que los rumores eran ciertos, ?no es verdad?
—Sí, muy ciertos. Descubrí esa verdad en un jardín, una noche. La encontré retozando con uno de sus pretendientes, como sí fuera una prostituta que se esconde entre los setos. ?Sabes lo peor del asunto? Creo que hubiera sido lo suficientemente estúpido como para perdonarla otra vez. Sin embargo, lo que se dijo esa noche fue lo que finalmente rompió el lazo con el que me tenía prisionero. El hombre habló como si me hubiera derrotado en alguna clase de competición. Pensaba que había salido victorioso por acostarse con ella. Jamás habría podido ganarme si hubiéramos combatido con la espada. Elizabeth se rió y dijo que yo no era más que el amante que le había durado más tiempo. Dijo también que mi enamoramiento de ella la divertía. El hombre confesó que le sorprendía que ella se acostara con alguien tan grande, tan pelirrojo y tan falto de atractivo como yo. Elizabeth estuvo de acuerdo en que yo era una bestia espantosa que me merecía todas las pullas, pero que estaba maravillosamente dotado. No he estado cerca de ella desde ese día —suspiró—. Bien. Ahí está toda la horrible historia. Ahora tengo que preguntarte: ?qué va a pasar con Bek?
El dolor se agolpó en una esquina del corazón de Gytha cuando se dio cuenta de que Thayer no había dicho que ya no amaba a esa mujer. Pero dejó a un lado esa preocupación. Ahora lo que él necesitaba era saber si ella aceptaría a su hijo. Necesitaba saber que no lo despreciaría ni a él ni al muchacho, a causa del pasado.
—Bek es tu hijo, y por lo poco que he visto, me parece que es un buen chico. Nunca lo abandonaría sólo por las infortunadas circunstancias de su nacimiento.
—Te lo agradezco.
—No necesitas agradecerme nada. Y… tú no eres una bestia espantosa.
—No soy apuesto, Gytha —murmuró, pensando que ahora ella trataría de enga?arlo con falsos halagos—. No soy un William, no. Ni un Robert, ni un Roger.
—No he dicho que seas apuesto —le dirigió una sonrisa traviesa—. Es cierto que bien podrías acabar siendo espantoso si sigues dejando que te golpeen o te corten la cara —se puso seria otra vez—. Sí, eres grande y muy rojizo, pero también eres fuerte y saludable, y tienes toda la gracia que el destino puede conceder. Posees una complexión gigantesca, pero eres bien proporcionado; nada es demasiado peque?o o demasiado grande, demasiado largo o demasiado corto en todo tu cuerpo. Puede que no tengas una cara hermosa, pero es fuerte e inspira confianza. Tienes una voz y una risa mucho más que agradables. Cuando sonríes se nota que no tratas de enga?ar o esconder ninguna mentira. Tienes una sonrisa encantadora —se levantó para tocarle el borde de los ojos—. Tienes unos bellos ojos. Ese color marrón suave y profundo trae a la mente cosas delicadas, promesas sugerentes.
—?Bellos ojos?
—Sí. Me di cuenta de que tienes unos ojos muy bonitos la primera vez que te vi.
Thayer la abrazó con fuerza. El instinto le dijo que Gytha hablaba con la verdad de su corazón, y que le había dicho exactamente lo que sentía. Identificó y elogió sus pocas cualidades al instante. De repente sintió una urgencia desesperada, un impulso irrefrenable de hacerle el amor, pero se contuvo. Después de todos los sucesos del día, Gytha necesitaba descansar.
—Ya es suficiente, mujer. Vas a hacerme sonrojar, y ya soy lo suficientemente colorado —sonrió al ver que ella se reía—. Duerme, esposa mía, que el sue?o es la mejor cura para una cabeza dolorida.
Cuando Gytha se abrazó estrechamente a él, la evidencia de la excitación de Thayer presionó sin pudor sobre el vientre de la joven.
—?De qué cabeza dolorida hablas? —le preguntó con sugerente descaro.
Riéndose, Thayer se dio la vuelta para quedar sobre ella, y entonces empezó a besarla y acariciarla aceptando su invitación implícita.
Capítulo 5
—Mi primo y ese gusano que lo tiene dominado se han ocupado muy poco de este lugar.
Gytha no contestó nada, pues bastante tenía con esforzarse por caminar al lado de su marido, que daba enormes zancadas. No obstante, compartía la indignación de Thayer al caminar por la Casa Saitun. Toda la belleza que pudiera tener estaba sepultada por el abandono, la negligencia… y también la suciedad. La hermosa y rica Casa Saitun, de la que tanto había oído hablar, a duras penas era apta para albergar a las alima?as que corrían libremente por los pasillos y los salones.
Trató de dominar la ira que sentía, pues pensó que no serviría de nada. El da?o ya estaba hecho. Trabajo, enormes cantidades de trabajo, era lo que se necesitaba, y no un ataque de ira contra los causantes del desastre, ahora ausentes.
—No creo que William hubiera dejado que la casa se deteriorase de esta manera —murmuró Thayer.