La bella de la bestia

—Creo que sería mejor que no lo supieras —respondió, alejándose de los brazos de Thayer—. Sé que huele mal y que debí ba?arme antes de venir a la cama, pero no pude. Sencillamente, estoy demasiado cansada. Voy a dormir en el borde de la cama, para que no percibas este olor.

—Eso ayudaría poco —gru?ó Thayer al tiempo que se levantaba.

Gytha lo llamó para que volviera a la cama, pero no pudo hacer mucho esfuerzo ni siquiera con la voz. Hundida, se acomodó para dejar que finalmente el sue?o se apoderara de ella. Sabía que por la ma?ana se iba a sentir mal por haber hecho salir a Thayer de su cama, pero en ese momento estaba demasiado cansada como para que le importara. Justo en el instante en que estaba dando el último paso hacia el olvido reparador del sue?o, Thayer le quitó las sábanas de encima.

—?Qué estás haciendo? —trató de quitarle las sábanas para cubrirse de nuevo, pero Thayer la cogió en brazos—. ?Quiero dormir!

—Vas a darte un ba?o.

—Debería, lo sé, pero estoy demasiado cansada. Es probable que me quede dormida en la ba?era y me ahogue.

—No, hay pocas probabilidades de que ocurra algo así, porque pretendo realizar la tarea yo mismo —la sentó junto a la ba?era que había llevado a la habitación y la llenó de agua.

—?Huelo tan mal? —le preguntó ella cuando se despertó lo suficiente para darse plena cuenta de lo que estaba ocurriendo.

—Me temo que sí, amor mío —le dijo riéndose y quitándole el camisón.

Gytha estaba demasiado cansada como para avergonzarse. A pesar de que todavía no se sentía totalmente cómoda estando desnuda frente a él, el cansancio atenuó su pudor habitual. Como se sentía tan débil como un ni?o enfermo, se abandonó completamente al cuidado de su marido.

La labor de ba?arla le pareció a Thayer un placer frustrante. Era una delicia tener tanta libertad para observarla y tocarla. Sin embargo, como estaba tan cansada, no iba a tener la posibilidad de aliviar la excitación que dicha libertad le producía. A veces pensaba que la facilidad con la que Gytha lo excitaba y despertaba su pasión, por más gloriosa que fuera, sólo podía calificarse como debilidad.

La miró mientras le frotaba los senos. Suspiró y decidió que esa mujer causaría esa misma debilidad a cualquier hombre. Era difícil para él aceptar que era due?o de tal belleza. Cada ma?ana que despertaba con ella en sus brazos, se sentía igual de sorprendido. Y esa sensación ayudaba poco a aliviar la desconfianza que anidaba todavía en su corazón. Se dijo que no debía intentar dominar esa desconfianza.

Mientras la secaba y le ponía un camisón limpio, Thayer se vio obligado a sonreír. Gytha parecía un mu?eco borracho y ciego, debido a su inmenso cansancio. Con delicadeza, la levantó de nuevo entre sus brazos y la metió en la cama, apagó las velas, se acostó junto a ella y la abrazó.

—Ah, mucho mejor —murmuró, olisqueándole el pelo.

—Apestaba, ?no es cierto?

—Sí, así es. Pero ahora hueles maravillosamente otra vez.

—Gracias, Thayer —a pesar de su estado casi inconsciente, Gytha se había dado cuenta de que él estaba excitado, pero se hallaba demasiado cansada para satisfacer sus necesidades—. Lamento estar tan agotada esta noche.

—Por la ma?ana estarás descansada —contestó, y sonrió picaramente.

—Sí, estaré mejor. Entonces, ?puedes esperar?

—Sí, puedo esperar.

—Bien.

Gytha se quedó dormida mientras se reía por lo bajo, haciendo eco a la risa de Thayer, que se sorprendió de que ella pudiera reírse a pesar del estado en el que se encontraba. Thayer decidió que no permitiría que su mujer volviera a cansarse de esa manera. Y no sólo las necesidades de su cuerpo provocaron esa decisión, sino que le parecía que ella ponía en riesgo su salud si trabajaba tanto. La enfermedad era un precio demasiado alto por una simple limpieza, por necesaria que ésta fuera, y por muy bien que quedara la casa después de la faena. Medio en broma, pensó que su frustración sexual también era un precio demasiado alto. Cerró los ojos y trató de alcanzar el sue?o que aliviara sus necesidades insatisfechas.

Gytha se estiró perezosamente mientras veía ba?arse a su marido. Pensó que era agradable despertarse y encontrarse con un hombre ávido de ella y que lo primero que experimentase por la ma?ana fueran suaves caricias y besos cálidos y húmedos. El feliz bienestar que le había dejado la pasión de su esposo no se atenuó ni siquiera ante los pensamientos del trabajo que le esperaba.

—Bien, Gytha —Thayer le dirigió una mirada severa cuando empezaba a vestirse—. No vas a trabajar de esa manera otra vez. No lo consentiré.

—?No?

—No. Entiendo la necesidad de limpiar esta pocilga, pero ya está suficientemente limpia y el trabajo que queda por hacer no es tan urgente. Tu salud es más importante que cualquier mejora en la casa. Es la pura verdad. Si enfermas, no podrás trabajar ni mucho ni poco.

—Sí, tienes razón. Pensé en ello anoche cuando me arrastraba hasta la cama. Pero es que no podía soportar tanta suciedad.