La bella de la bestia

—No —a Gytha le faltaba el aliento en tal medida, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para hablar—. William parecía una persona amante del orden y la limpieza.

Thayer notó que Gytha estaba jadeando y que le faltaba el aire. Por ello se detuvo y la abrazó. Se daba cuenta de que era como una delicada y ligera flor. También notó que sus senos generosos subían y bajaban mientras trataba de normalizar la respiración. Thayer tuvo que hacer un esfuerzo para fijar la mirada en el rostro congestionado de su esposa. Sin embargo, todavía sentía un gran enojo corriendo por sus venas. Entonces empezó a caminar de nuevo; la ira lo obligaba a moverse. Pero salir de la casa no sirvió para endulzarle el ánimo, pues en el exterior las cosas estaban tan mal como dentro.

—Hay tanto trabajo por hacer… —murmuró.

—Más que nada, hay que limpiar —le contestó Gytha, al tiempo que se acomodaba de nuevo entre los brazos de su marido.

—Sí, cada piedra, cada esquina. ?Tendremos suficientes manos para todo el trabajo que hay que hacer?

—Si no es así, podemos traer gente del pueblo —respondió la joven esposa, tras pasarle los brazos alrededor del cuello y darle un beso en la mejilla.

Thayer se acercó a un árbol, comprobó que había una superficie más o menos limpia junto a las raíces, y se sentó allí. No tuvo más remedio que sonreír al ver que Gytha, en lugar de colocarse en el suelo, a su lado, se sentaba directamente en su regazo. Sabía muy bien que su esposa era una persona generosa en su afecto, y eso le agradaba, le producía una sensación placentera; también sabía que su cari?o podía ser muy peligroso, pues debilitaba su resolución de no involucrarse emocionalmente para proteger así su pobre corazón, del que habían abusado tanto en el pasado. Pero tuvo que devolverle la sonrisa. No tenía suficiente fortaleza de ánimo para rechazar tan maravillosa demostración de cari?o.

—Estás soportando muy bien todo esto, Gytha.

—Pues debo admitir que me siento un poco decepcionada al encontrar tanto trabajo esperándome. Sin embargo, es un trabajo que se puede hacer con facilidad, si contamos con suficientes manos que nos ayuden. Obtendremos una gran recompensa al final, porque debajo de la negligencia y la suciedad yace un lugar que merece la pena. Eso se nota a poca atención que una preste.

En los días siguientes, Gytha se vio enfrentada a un duro trabajo. Confirmando sus previsiones, la tarea fue enorme, tanto para los hombres como para las mujeres. Contrató algunos ayudantes más, pero lo hizo con sumo cuidado. En casa la habían ense?ado a administrar el dinero de forma racional. Como la peste había diezmado la población, sabía que ya no podía contar con el esmerado trabajo gratuito de los siervos. Su padre aprendió con rapidez el arte de la contratación y el pago de honorarios, y en aquel trance Gytha se sintió contenta de que lord John se hubiera tomado la molestia de ense?arle todo lo que había aprendido. Thayer lo dejó todo en sus manos, puesto que nunca había tenido que preocuparse de tales menesteres.

La primera decisión de Gytha fue limpiarlo todo. Estaba segura de que una vez que la casa estuviera aseada, podría determinar con mayor facilidad qué cosas había que arreglar y cuáles era preciso reemplazar. Durante una semana entera, la joven trabajó hombro con hombro con los demás. Cuando al fin tuvieron la casa suficientemente limpia, estaba exhausta.

Al final de la semana, se dio cuenta de que sencillamente estaba tan cansada que no podía ni disfrutar el espectáculo de la limpieza que habían logrado realizar con tanto esfuerzo. Dejó ir a los empleados, cenó y finalmente cayó rendida en la cama. Apenas pudo entreabrir los ojos y medio despertarse, cuando Thayer se metió bajo las sábanas, junto a ella. Por primera vez estaba demasiado cansada para atenderle, e incluso para darle las buenas noches.

Thayer se abrazó a su agotada esposa sonriendo ligeramente, deseoso de experimentar la pasión que solían compartir a diario. Sin embargo, era consciente de lo exhausta que estaba su mujer. Gytha murmuró su nombre, pero prácticamente no se movió; su esbelto cuerpo se quedó inerte entre los brazos de su marido. Todo parecía indicar que Thayer tendría que olvidar sus necesidades esta vez. Estaba claro que ninguna clase de caricias, por hábiles que fueran, podrían despertar el interés de la mujer en ese momento. Al tiempo que ella se acurrucaba perezosamente más cerca de él, Thayer arrugó la nariz y sus pensamientos se apartaron abruptamente de la frustración que sentía.

—?Qué es ese olor?

—Me temo que soy yo —le contestó Gytha mientras bostezaba, lo que hizo que sus palabras sonaran de manera extra?a.

—Sí, ya suponía que el olor provenía de ti. ?Qué es?

—Algo que usamos para limpiar.

—Huele bastante mal. ?Qué contiene?