La bella de la bestia

—?Qué puede hacer un hombre para evitar ablandarse ante una mujer hermosa?

—No lo evita. No puede, si es la persona que el destino le ha asignado.

—Gytha estaba destinada a casarse con William.

—Tal vez no. ?Quién sabe cuáles son los designios de Dios?

—Ninguno de los pobres mortales, eso es seguro.

—Yo no me mortificaría. Disfrútala y nada más. A pesar de todos los problemas y el dolor que ese sentimiento puede acarrear, no hay nada que se pueda comparar al amor.

—Hablas como si fueras la voz de la experiencia —Thayer no pudo recordar que Roger tuviera gran experiencia amorosa, ni que destacara por sus consejos en ese terreno.

—Sí, hablo por experiencia propia, aunque han pasado muchos a?os. No había esperanza para aquel amor. Yo era un caballero sin tierras y tan pobre como lo soy ahora. Pero a pesar de lo poco que duró, debo decir que cada minuto fue la gloria.

—?Y de esa experiencia no sacaste la conclusión de que es preciso contener tales sentimientos?

—No quiero hacerlo. Además, por el contrario, aprendí a buscarlos, porque no hay nada más hermoso —respiró profundamente, sabiendo que iba a poner el dedo en la llaga con sus siguientes palabras—. Sabía que mi amor no podría dar frutos, y sin embargo entregué el corazón. Y al entregarlo, la dama no me hizo falsas promesas, sino que siempre me habló con la verdad por delante. Cuando lo poco que teníamos llegó a su final, el dolor fue compartido. No me trató con desdén. Puede ser que su corazón no estuviera tan prendado como el mío, pero no me dio ninguna prueba de ello. Nunca jugó conmigo ni se divirtió a costa de mis sentimientos.

—Y ahí radica la diferencia —murmuró Thayer, tras lo cual Roger asintió con la cabeza.

—Sí, ahí radica la diferencia. Tal vez puedas reflexionar un poco al respecto.

Thayer se retiró a su tienda, no sin antes prometerse que lo haría. En cuanto entró, despidió a Edna y a Margaret. Pensó que Gytha estaba durmiendo, pero de repente la descubrió mirándolo por el ojo entreabierto. Como una ni?a, Gytha pensó que podría parapetarse tras los ojos cerrados para evitar tener que afrontar la furia de su marido.

No sabía que él ya no estaba molesto.

Thayer apagó la vela con un soplido, se quitó la ropa, se metió en la cama y abrazó el cuerpo ligeramente tenso de su mujer.

—?Cómo está esa cabeza? —le preguntó. Le dio un ligero beso en la frente y entonces sintió que ella se relajaba un poco entre sus brazos.

Gytha notó que su marido ya no estaba furioso. Sintió que se había comportado como una cobarde al fingir que dormía para eludir la furia que él sentía, con todo el derecho del mundo. Le daba un poco de miedo cuando sufría aquellos arrebatos. Sabía que si algunas de las palabras de su marido eran hirientes, ella se sentiría muy dolida.

—Me duele un poco, pero no es nada grave —le contestó, y le pasó el brazo sobre la cintura.

—Fue una tontería eso de ir sola al bosque. Te precipitaste.

—No me precipité —sintió el amplio pecho de su marido temblar ligeramente a causa de la suave risa.

—Gytha, te estoy rega?ando, así que guarda silencio y escúchame atentamente.

—Sí, esposo mío.

Thayer hizo caso omiso del leve toque de impertinencia que puso ella en el tono de su respuesta, y continuó:

—Fue una tontería abandonar la seguridad del campamento. Nunca debes andar sola sin antes decirme dónde vas a estar y por qué. Sé que suponías que estaría furioso; y tenías razón, habrías soportado el peso de mi ira si no me hubiera quedado lejos mientras se me enfriaba la sangre. Ninguna de vosotras resultó malherida, y al fin y al cabo disteis la alarma y salvasteis a mis hombres. Un ataque por sorpresa como ése hubiera sido una masacre… habríamos sucumbido. Al final, no perdí más que dos hombres. Pero, díme, ?por qué saliste del campamento?

—Quería cortar flores para perfumar las tiendas.

—La próxima vez que quieras cortar flores, dímelo. Haré que un hombre bien armado te acompa?e. Tal vez dos.

—No les parecerá muy divertido que digamos.

—Pero te acompa?arán de todas formas. ?Lo has comprendido?

Gytha asintió con la cabeza.

—?Qué le pasó al hombre que me golpeó?

—Perdió tres dedos de la mano con la que usa la espada. Después lo envié de vuelta junto a su amo, con una advertencia.

Gytha se estremeció ligeramente, pero sabía que el castigo había sido bastante misericordioso en comparación con lo que muchos otros hubieran hecho.

—?Y quién es su amo?

—Mi primo… Robert.

—?Robert? —sacudió la cabeza, totalmente sorprendida—. ?Estás seguro?

—Sí. En su nombre se llevó a cabo el ataque. Sin embargo, creo que sabes tan bien como yo que fue su tío quien planeó la emboscada y dio la orden de que se efectuara.