Entonces sintió un ligero movimiento por detrás de la falda. Se volvió para ver que ocurría, y se quedó paralizada. Uno de los asaltantes se las había arreglado para entrar en la tienda por la parte trasera, y ahora estaba de pie justo detrás de ella. Impulsada por el peligro inminente, sacó a empujones a Edna y a Margaret de la tienda. Las desconcertadas mujeres se encontraron de repente entre los chicos que custodiaban la entrada. No así Gytha, que no podía zafarse de la presión del intruso, que la sujetaba con fuerza.
A pesar de sus desesperados esfuerzos, el hombre la mantuvo presa mientras la sacaba fuera de la tienda. Estaba muerta de miedo, lo cual no le impidió apreciar el emocionante comportamiento de los pajes. Habían rodeado con presteza a Edna y a Margaret, cada uno con su espada en alto, listos para atacar. Sin embargo, no arremetieron, se mantuvieron inmóviles cuando salieron ella y el hombre que la mantenía sujeta, temiendo que el atacante pudiera hacerle algo a la dama si ellos actuaban primero.
Gytha se dio cuenta de inmediato de que no la iban a asesinar, sino que el hombre quería tomarla como prisionera. De pronto, su miedo se convirtió en furia y luchó con vigor renovado. No logró soltarse del guerrero, pero hizo que su captor estuviese en una situación apurada. La chica escuchó una maldición y de inmediato sintió un dolor agudo en la cabeza. Después, todo fue oscuridad.
Thayer miró hacia la tienda después de sacar su espada del cuerpo de un adversario. Terribles lamentos se escuchaban en el refugio de las mujeres. Al principio los atribuyó al pánico, pero le causaron gran preocupación. Cuando fijó la mirada en el grupo de gente que estaba junto a la tienda, vio que un hombre tenía aferrada a Gytha y le daba un golpe en la cabeza con el mango de la espada. Un grito de furia brotó de la garganta de Thayer al ver a su mujer desvanecerse entre los brazos del enemigo. Sin preocuparse por lo que ocurriera a su espalda, corrió hacia ella. Roger, atento a lo que ocurría, se apresuró a protegerle la retaguardia. Podía desatender la batalla, pues estaba llegando a su final.
Roger siguió a Thayer, tratando de que ninguno de los atacantes que empezaban a replegarse se aprovechara de la falta de atención de su amigo. Y se dio cuenta de que no sólo el captor de Gytha empalidecía al ver a Thayer acercarse a él. Margaret, Edna y los escuderos también perdieron todo el color de las mejillas. Roger pensó que cualquier persona en su sano juicio se asustaría al ver avanzar, fuera de sí, a semejante fuerza de la naturaleza. Se sintió aliviado cuando vio que Thayer, en realidad, no había perdido el control de sus actos.
El guerrero pelirrojo fue capaz de hacer acopio de la cordura suficiente como para detenerse antes de abalanzarse sobre el hombre que sostenía a Gytha. El captor había colocado el cuerpo inerte de la mujer contra él, de tal manera que podía usarlo como escudo protector. Thayer tuvo que contener su furia ciega. Se quedó de pie mirando fijamente al hombre, con la espada presta a atacar y con infinitas ganas de hundir profundamente el acero en el monstruo que se había atrevido a golpear a su esposa.
—Ten cuidado —murmuró Bek. Estaba familiarizado con el gesto de ira que a veces alteraba la cara de su padre—. La se?ora es ahora su escudo.
—Sí —exclamó Thayer—. El muy perro se esconde detrás de sus faldas. Sal de tu guarida, gusano cobarde, y hazme frente como un hombre.
—Deseo rendirme —el hombre fijó la mirada en Roger, que parecía más sosegado—. Quiero deponer la espada.
Roger cogió a Thayer del brazo, para evitar cualquier movimiento imprudente, y se dirigió al asaltante.
—Entonces, arroja la espada.
Después de dudar brevemente, y todavía agarrando a Gytha, el hombre lanzó la espada a los pies de Thayer, que sentía un violento impulso homicida recorriéndole todo el cuerpo. Sin embargo, dejó que Roger recogiera la espada y se acercara al atacante. Sin decir una palabra, envainó su espada y después arrebató a Gytha de las manos del tembloroso individuo. La tomó entre sus brazos y la llevó a la tienda, donde la acostó suavemente sobre la cama. Margaret y Edna entraron deprisa detrás de él.
Edna miró fijamente a su se?ora y habló a Thayer:
—Vete a ver a tus hombres heridos, mi se?or. Lo de la se?ora no es más que un golpe en la cabeza.
—?Estás segura?
—Sí, mi se?or. Mira, ya está recobrando la conciencia. Margaret y yo podemos encargarnos de ella.
Thayer miró a Gytha un momento. Tuvo que luchar contra el pánico que sentía por lo quieta y pálida que la veía. Pero Edna tenía razón: su esposa ya estaba reaccionando; empezaba a arrugar las cejas mientras recuperaba el sentido. Entonces Thayer se dio la vuelta rápidamente y caminó hacia el exterior de la tienda. Casi arrolló a Roger, que estaba esperando junto a la entrada.
—?Cuántos hombres hemos perdido? —preguntó a su compa?ero de armas bruscamente, mientras caminaban hacia su único prisionero.
—Han muerto dos y tres están heridos, pero no de gravedad. Fue una imprudencia de las mujeres ir a pasear solas por el bosque, pero hay que tener en cuenta que sus gritos nos salvaron —al detenerse frente al prisionero, Roger habló a Thayer en voz baja—. No averiguaremos nada si lo matas.
—No, no lo voy a matar —Thayer lanzó una infernal mirada al hombre, que estaba aterrorizado—. ?Cómo te llamas?