La bella de la bestia

Su primer destino sería la Casa Saitun. Gytha estaba impaciente por verla, puesto que no había hecho más que oír cosas buenas de ella. Una vez que se hubieran instalado allí, viajarían a la peque?a hacienda que ella había aportado como dote al matrimonio. Le resultaba difícil no sentirse emocionada por el viaje. En su corta vida había viajado muy poco, y nunca había ido muy lejos. También era natural que se sintiera un poco asustada.

Pero al observar por la ventanilla a los veinte hombres que cabalgaban al lado del carruaje, pensó que los miedos que la asaltaban eran una tontería. Thayer y Roger, junto con los doce hombres a su servicio, eran guerreros altamente entrenados, y muchos de ellos habían sido ordenados caballeros por sus méritos en el campo de batalla. Su padre había contribuido con seis soldados más, todos ellos guerreros recios y dispuestos. A los seis les había costado trabajo ocultar el placer que les producía cabalgar junto al famoso Demonio Rojo. Gytha sabía, pues, que no tenía nada que temer.

Lo poco que la muchacha pudo descubrir confirmaba lo que le había dicho Edna sobre Thayer y sus hombres. La mayoría eran hijos ilegítimos de nobles, igual que muchos componentes del peque?o grupo de pajes y escuderos que los atendían. De hecho, la mayoría de esos subalternos eran medio hermanos de los hombres a los cuales servían.

Le llamó la atención un paje en particular. Tenía el cabello rojo como el fuego, y Gytha estaba decidida a preguntarle a Thayer por el chico. La primera vez que lo vio, los celos se apoderaron de ella, pero hizo todo lo posible por deshacerse de la sospecha de que pudiera ser un vástago de su marido. No debía de tener más que ocho o nueve a?os, así que ella misma no era más que una ni?a cuando él nació. En esa época, difícilmente podía serle fiel su Thayer. Sin embargo, quería descubrir la verdad. Sólo deseaba, si se confirmaban sus sospechas, saber a qué atenerse.

Roger se dio cuenta de que Gytha miraba con insistencia al chico.

—Es mejor que se lo digas —le murmuró entonces a Thayer.

—Sí —contestó el caballero pelirrojo con un suspiro, mientras observaba a su mujer—. Me estoy metiendo en el sendero de los cobardes. No he hecho sino temer que me pregunte por Bek. Es una historia sórdida, y no tengo valor para contarla. Especialmente a ella.

—Gytha es una de las pocas personas que tiene derecho a saber la verdad. Sin embargo, entiendo tu renuencia. La inocencia que la envuelve es una maravilla. Cuanto la rodea, incluso la doncella y Margaret, tienen esa misma dulzura. Es como si hubieran estado viviendo en un mundo paralelo al nuestro. Un mundo virginal, puro.

—Lord John ha mantenido su hogar lejos del mundo real. ?Pero quién puede culparlo? Hay tanta oscuridad en la vida… Su gente es fiel a su estilo. Es gente buena, temerosa de Dios, que cree que las reglas están hechas para cumplirlas. Lord John trata a sus subditos con amabilidad y comprensión, y ellos lo agradecen con una lealtad a toda prueba. Es un gran ejemplo de cómo podrían ser las cosas en todas partes.

—Pero se ven muy pocas familias como la suya.

—Sí, desgraciadamente.

—De todas formas, confieso que hubiera preferido un poco menos de santidad. Eché mucho de menos a las sirvientas ligeras que encuentra uno en otros lugares. Son demasiado estrictos. Sus propios hijos deben viajar al pueblo para poder llevarse a una mujer a la cama —ambos se rieron—. Bueno, claro que ahora que lo pienso, creo que eso tiene algo de bueno.

—?Qué?

—No hay posibilidad de que alguna sirvienta tenga preponderancia sobre la esposa ni de que llegue a pensar que es mejor de lo que realmente es. Además, así, a la se?ora de la casa no le toca lidiar con esos conflictos.

—Sí —Thayer frunció el ce?o—. Creo que voy a tener que limpiar mi propia casa. Quizá haya en ella alguna tentación.

—Las mujeres se encargarán de ello; no tienes nada de qué preocuparte.

Horas más tarde, cuando se dispusieron a acampar para pasar la noche, Gytha ya no se sentía tan emocionada por el viaje. La marcha estaba resultando tediosa y sucia. En cuanto levantaron la tienda de Thayer, Gytha pidió que le llevaran agua. Fue el chico pelirrojo, Bek, quien se la llevó, y le recordó lo que estaba tratando de olvidar. Observó cómo se alejaba el muchacho, y entonces entró en la tienda.

Margaret sacudió la cabeza.

—?Por qué dudas tanto en preguntarle por el chico?

—Es una pregunta difícil.

—Nunca te había visto tan reticente a preguntar una cosa. ?Si eres la más descarada del reino!

—Ay, Margaret. Tal vez sea que temo escuchar la historia que me va a contar.

—Pero es mejor que la sepas, se?ora mía —le dijo Edna mientras recogía el recipiente de agua.

—?Por qué lo dices? Se dice que una esposa es más feliz cuando se mantiene en la ignorancia.