—?Te ha gustado? —a Thayer la voz le sonó un poquito forzada, pues estaba haciendo grandes esfuerzos para no reír, feliz como se sentía. Sabía que Gytha podría tomárselo como una burla, y no como la expresión de dicha que sería en verdad.
Gytha se sonrojó y bajó la mirada hacia sus manos.
—Sí, pero no tenemos que hablar de ello nunca más.
A Thayer se le dibujó una amplia sonrisa, que le iluminó la cara. Entonces la atrajo hacia sí y la abrazó.
—Ah, creo que sí vamos a tener que hablar más de ello. Eres una loca maravillosa.
Al escuchar el tono afectuoso y divertido de la voz de Thayer, Gytha levantó la cara y lo miró a través de sus largas pesta?as.
—?No te importa que me haya gustado?
—Es una carga que estoy dispuesto a soportar.
La chica hizo una mueca con la boca, fingiendo disgusto, al ver que Thayer contenía la risa a duras penas.
—Te estás burlando de mí. Eres un hombre horrible.
—Sí. Nuestros pensamientos caminan en dirección contraria a nuestros sentimientos. Yo pensé que te había repugnado el coito. Tú pensaste que me repugnaría saber que te gustó —sacudió la cabeza—. No sé qué pensarían otros hombres, pero una esposa que disfrute del sexo me parece muy bien. Lo encuentro maravilloso.
—?Te parece…? —Gytha se aclaró la garganta nerviosamente—. ?Te ha gustado hacerlo conmigo?
Thayer levantó a Gytha y la puso sobre su cuerpo, de tal manera que se quedaron nariz contra nariz. Luego le puso las manos, con delicadeza, en sus dulces mejillas.
—Nunca me había gustado tanto hacer el amor —la besó suavemente—. La verdad es que he disfrutado tanto que deseo probar otra vez cuanto antes.
Gytha sintió que la pasión se reavivaba en su vientre, y se arqueó, moviendo el cuerpo de manera tan inconsciente como insinuante.
—?Ahora mismo?
—?Estás dolorida, amor?
—No, no es nada.
—Eso es todo lo que necesito saber.
Y una vez más, Thayer la llevó a las más altas cimas de la pasión. Como ya sabía lo que le esperaba, a Gytha se le fueron desvaneciendo los temores, lo que le dio una mayor libertad para disfrutar del encuentro carnal. Gozó con las increíbles sensaciones que su marido provocaba en ella.
Thayer le hizo el amor con menos restricciones y precauciones que la primera vez, y dejó que la pasión lo gobernara. Conocía un poquito mejor su cuerpo, lo que le gustaba a la joven. Y ese conocimiento lo embriagó. Su flamante esposa era una auténtica droga del placer.
Thayer se despertó cuando la tenue claridad del amanecer estaba convirtiéndose en luz del día. Miró a la peque?a mujer que estaba acurrucada tan cómodamente sobre su pecho. Pronto les llevarían a la habitación el desayuno nupcial. Y los testigos inspeccionarían debidamente las sábanas manchadas, para dar fe de la inocencia de la novia y de que el matrimonio se había consumado. Como no quería que volvieran a verla desnuda, la echó a un lado con delicadeza, cubriéndola con las sábanas. Sonrió al oírla protestar en sue?os, y murmurar su nombre. Se apresuró a levantarse en busca de las batas. Después de ponerse la suya, trató de despertar a Gytha para que hiciera lo mismo, pero descubrió que su mujer era difícil de despertar.
—?Ya es por la ma?ana? —murmuró Gytha cuando Thayer la sentó en la cama y empezó a ponerle la bata.
—Sí, y pronto van a venir los testigos, y no creo que haya necesidad de que vean otra vez tus encantos.
—Muy considerado por tu parte —bostezó y dejó que la cabeza descansara sobre el pecho de Thayer, mientras, finalmente, él terminaba de ponerle la bata.
—No tan considerado. Recuerda que casi no te he dejado dormir —le dijo entre suaves risas.
—Mmmmm. Sí, me has tenido despierta casi toda la noche —se acurrucó entre los brazos de su marido, y se sintió amada y feliz—. ?Ahora sí podemos dormir?
Bostezó y frotó, somnolienta, la mejilla contra los vellos que cubrían el pecho de Thayer. A pesar de que Gytha no era una persona perezosa, levantarse temprano nunca había sido de su gusto. Sin embargo, jamás le había costado tanto trabajo como esa ma?ana. Pero, pensó con divertida pereza, tampoco su sue?o se había visto tan interrumpido antes. El sue?o y las noches de bodas no parecían ser compatibles del todo. El placer de acurrucarse contra Thayer la hacía odiar aún más la idea de abandonar el paraíso de la caliente cama.