En silencio, Thayer admitió que a él tampoco le había hecho gracia. Había escogido a Roger, Merlion, Reve y Torr como sus testigos. Miraron a la recién casada con los ojos abiertos de par en par, en silencioso asombro. A Thayer le complació y le alivió que permitieran a Gytha que se metiese entre las mantas a los pocos segundos de quitarse la bata y quedar desnuda ante la mirada de los caballeros.
—Eran de la familia. Los hombres que escogí son lo más parecido que tengo a una familia, aparte del idiota de Robert. Han estado junto a mí desde el principio y han luchado junto a mí, hombro con hombro, durante muchos a?os. He perdido la cuenta de las veces que nos hemos salvado el pellejo los unos a los otros. En fin, olvida la ceremonia. Es algo que sólo se hace una vez, querida, y ya pasó.
Gytha asintió, relajándose un poco, entonces lo miró y recordó las palabras que le había dicho Edwina.
—?Vas a seguir viviendo de tu espada?
—No. Ahora soy un caballero con tierras. Ya no hace falta que siga combatiendo. Ya tengo la cama y el sustento por los que luchaba. Sin embargo, un hombre debe luchar de cuando en cuando, peque?a, ya sea por el rey o por sus propias razones. Teniendo en cuenta el tiempo y el lugar en que vivimos, dudo que mi espada llegue a oxidarse por falta de uso. No olvidemos que las tierras que me aporta tu dote están incluso más cerca de los conflictos de los galeses que de los propiamente míos, pero deberé afrontarlos. Les he pedido a mis hombres que se queden conmigo en calidad de vasallos.
La amorosa preocupación que veía en la cara de Gytha le colocaba al borde de la decisión de dejar la espada para siempre. Thayer le acarició el hombro desnudo. Tenía la piel suave, como la seda más fina. Sus pesta?as eran largas y gruesas, de color casta?o claro con las puntas doradas. Cuando bajó la mirada, esas pesta?as le rozaron las mejillas, que se acababan de sonrojar. Entonces él se agachó y le dio un beso en la punta de la peque?a y recta nariz.
Por un momento, el sentimiento de culpa embargó a Thayer, al pensar en la mujer que había pagado hacía tan poco tiempo. Pero enseguida apartó de sí la inquietante idea. Cuando pagó a aquella mujer no estaba comprometido aún y ni siquiera se imaginaba que podría llegar a estarlo. En ese momento no podía andarse con remilgos, pues la sangre ya le hervía demasiado por Gytha. Quería introducirla en los misterios de la cama nupcial lenta y delicadamente. Nunca había estado en brazos de una mujer semejante, en semejantes circunstancias.
Thayer le quitó de la mano la copa vacía y la hizo a un lado.
—Trataré de no hacerte da?o, Gytha.
—Sé que debe doler un poco. Mi doncella, Edna, fue bastante clara en su explicación.
—?Tu doncella? —se rió suavemente, mientras la obligaba a recostarse con delicadeza—. ?No habló tu madre contigo sobre esto?
—Sí —le asomó la risa, lo que hizo evidente que estaba nerviosa—. Pero no entendí mucho a causa de sus titubeos, balbuceos y la confusa cháchara sobre el deber y el decoro. Le estaba contando a Margaret esa charla con mi madre, cuando Edna empezó a reírse. Entonces me di cuenta de que ella lo sabía todo, así que la obligué a que me lo contara.
—Una doncella —murmuró Thayer—. Creo que vas a necesitar una para ti. ?Crees que Edna querrá unirse a nuestra casa familiar?
—No veo por qué no. No tiene familia ni amante, ni nada de particular que la retenga aquí. Es muy lista —protestó cuando Thayer empezó a quitarle las sábanas de encima.
Thayer prefería la claridad, la luz, pero sabía que por ahora era mejor respetar el pudor de Gytha. Se levantó y apagó todas las velas, salvo las dos que estaban a los lados de la cama. Al volver, sonrió por la expresión sorprendida de la cara de ella, provocada sin duda por su peluda y extra?a visión. Pensó para sus adentros que no importaba: estaban casados y ella tendría que acostumbrarse a su apariencia. Nada podía hacer para mejorarla.
Gytha observaba, en efecto, a Thayer, pero no sacaba las conclusiones que él creía. Sabía que su opinión era parcial, pero seguía convencida de que era un hombre hermoso. El brillante pelo rojo y las numerosas cicatrices causadas por las batallas no le repugnaban. Detuvo la mirada en los amplios hombros, la cintura angosta, las caderas firmes y las largas y musculosas piernas. Tenía un cuerpo fuerte y delgado, con la gracia de un animal. Y el miembro estaba completamente erecto. Gytha se preguntó si algo tan grande podría acomodarse dentro de su cuerpo, tan peque?o. No pudo evitar mirarlo con un poco de miedo cuando se acostó junto a ella de nuevo. Con recelo inconsciente, soltó las sábanas que la cubrían cuando él tiró de ellas para destaparla.