Temblando por el esfuerzo, se quedó quieto, manteniéndola muy pegada a él mientras trataba de reavivarle el deseo.
Gytha se quedó inmóvil, mirando a Thayer, a quien se le habían oscurecido los ojos hasta el punto de tenerlos ahora casi negros. Algo había alisado las arrugas de su rostro y parecía ligeramente ruborizado. El dolor que le había causado había sido fugaz y agudo. Ella tomó fiera conciencia de la íntima unión de sus cuerpos, de cómo eran un solo cuerpo en ese momento. El extra?o calor que él era capaz de causarle empezó a recorrerla de nuevo, reavivado por los besos suaves pero candentes de Thayer.
—Temía que no fueras a caber en mí —balbuceó Gytha con voz temblorosa, y pesta?eó, sorprendida por su propia franqueza.
Recorriendo las suaves líneas de su oreja con la lengua, Thayer se rió por lo bajo.
—Sí, sí, perfectamente. Y me he sentido como si entrara en el paraíso. Pon tus bonitas piernas a mi alrededor, cari?o.
—?Así? —le rodeó firmemente la cadera con sus fuertes piernas.
—Sí —se movió lentamente dentro de ella y la oyó gemir—. ?Te estoy lastimando?
—No —se aferró a los hombros de Thayer cuando el placer la obligó a cerrar los ojos.
Apoyado sobre los antebrazos, Thayer la observó, mientras luchaba por mantener un ritmo suave y lento.
—Responde a mis movimientos, cari?o. Sí, así.
Gytha se agarró más a Thayer y pronto acompasaron el ritmo de sus movimientos. Los del hombre se tornaron más fieros, pero ella no se quedó atrás. Una tensión desconocida la invadió y la obligó a acelerar. Llevó las manos a las caderas de él y las agarró con fuerza, al tiempo que apretaba cuanto podía las piernas a su alrededor. Trató de que la penetración fuera más profunda. Una peque?a parte de ella era consciente de que le estaba clavando las u?as en la piel, pero no fue capaz de detenerse. De repente, algo estalló dentro de ella y se escuchó a sí misma gritar el nombre de Thayer, luego perdió toda conciencia. No se dio cuenta de que Thayer deslizaba un brazo bajo sus caderas para mantenerla firmemente unida a él.
Los repentinos movimientos salvajes de Gytha advirtieron a Thayer que el climax era inminente. Cuando Gytha lo alcanzó, Thayer se vio arrastrado por ella y rugió su nombre, enloquecido en la cumbre del éxtasis. Un segundo después se desplomó sobre ella. Vagamente, advertía cómo temblaban sus cuerpos y cómo la respiración se había convertido, para los dos, en un caos de jadeos roncos y temblorosos. Thayer apretó la cara contra el cuello de su esposa y disfrutó de su perfume mientras se esforzaba por recuperar la compostura.
Poco a poco, Gytha recuperó el sentido de la realidad, y se sintió demasiado avergonzada como para hablar. Echó un vistazo a Thayer, de reojo, cuando él se puso de pie y fue a por algo para limpiar a ambos. Escondió la cara entre las manos mientras Thayer lavaba suavemente la mancha de su inocencia perdida. Y cuando él se llevó el trapo y luego volvió a la cama junto a ella, se perdió en su abrazo y escondió la cara de nuevo, esta vez entre la gruesa pelambre del pecho de su marido.
A medida que el silencio se fue haciendo más denso sobre ellos, Thayer empezó a ponerse más y más ansioso, pues temía que a ella el encuentro le hubiera parecido repugnante.
—Entonces, tu doncella, Edna, ?te dijo la verdad?
—Sí, pero… —se mordió la lengua; de pronto tuvo miedo de que él sintiera aversión hacia ella si hablaba demasiado, si se refería demasiado abiertamente a las cosas que se suponía que una mujer no debía mencionar.
—?Pero qué, Gytha? —insistió. Estaba preparado para cualquier respuesta, pero no para el silencio, y al no escuchar ninguna palabra, se sintió molesto. Temía haberle causado repugnancia, pero necesitaba saber cuáles eran los verdaderos sentimientos de su joven esposa.
—No creo que deba hablar sobre ello.
—Dime, Gytha… ?Pero qué?
Respiró profundamente y deseó de corazón que no la castigaran por decir la verdad.
—Edna me dijo la verdad en cuanto a lo que iba a pasar. Y mi madre me dijo que era mi obligación complacerte, pues es parte importante del matrimonio engendrar herederos. Pero ninguna de las dos me dijo que podría gustarme… Y la verdad es que sí me ha gustado —el temor a la reacción de Thayer ante sus palabras procaces fue restando fortaleza a su voz—. No debo hablar de ello, porque a una verdadera dama no debe gustarle el acto, y sobre todo no debe decir que es así.
Gytha sintió que el cuerpo se le ponía tenso y que el corazón se le encogía. Una y otra vez le habían advertido que no era prudente que hablara tan abiertamente, una y otra vez le habían dicho que una mujer decente debía cuidar sus palabras. Cuando finalmente hizo acopio de todo su valor para sentarse y mirarlo, vio en la cara de Thayer una expresión divertida.