La bella de la bestia

Finalmente, la cabeza se le quedó en blanco cuando vio llegar a Gytha. Su encanto le robó el aliento. Su total inconsciencia de lo bella que era la hacía parecer incluso más hermosa a los ojos de todos. Caminó lentamente hacia él, y su avance se vio interrumpido por los invitados que la detenían para felicitarla o para expresarle sus buenos deseos. Pero a pesar de ellos, Gytha no dejó de sonreír ni un segundo a Thayer, que no vio ninguna se?al de resistencia a la boda en ella. Ese descubrimiento alivió un poco la tensión que amenazaba con hacerle saltar los nervios.

Gytha no tenía ninguna duda mientras caminaba hacia su prometido. A pesar de que se sentía un poco nerviosa, también estaba ansiosa. Ni William ni Robert le habían transmitido la sensación de que eran la persona adecuada, el marido ideal, pero Thayer Saitun sí. Ni William ni Robert le inspiraron sue?os sensuales, pero Thayer Saitun sí. Esos sue?os le habían despertado una enorme e íntima curiosidad. En cuanto puso su mano en la de Thayer, se dio cuenta de que estaba ansiosa de que llegara su noche de bodas, a pesar de los miedos que la asaltaban a causa de su inexperiencia.

La ceremonia fue más corta de lo que había augurado Gytha. Aunque sospechó por un momento que en realidad había perdido la noción del tiempo a causa de los nervios. Mantuvo toda su atención concentrada en el sacerdote, en su propia voz y en la voz profunda y grave de Thayer, mientras repetía sus votos. Se había arrodillado junto a él con la plena certeza de que estaba tomando el camino acertado, fueran cuales fuesen los problemas que debieran afrontar en el futuro. Cuando en la algarabía de la celebración se separó de Thayer, se dio cuenta de que incluso un distanciamiento tan leve le molestaba.

La celebración ya estaba avanzada cuando finalmente Roger pudo hablar con Thayer a solas.

—Hermosa novia, Thayer.

—Ningún ser viviente podría discutírtelo.

—Pero desearías que fuera menos bella.

—Sí, a pesar de que, por ello, muchos podrían decir que estoy loco. Incluso tú lo piensas. Pero mírala: llevamos casados unas pocas horas y ya está rodeada de lunáticos.

—Es cierto, pero fíjate en sus ojos, amigo mío. Esa dulce mirada se posa constantemente en ti, no en esos muchachos que están reunidos a su alrededor. No seas injusto; no la condenes sin pruebas y sin juicio.

Thayer exhaló un largo suspiro.

—Sé que eso sería lo mejor. Sin embargo, será una batalla difícil de ganar. Demasiados rivales buscan alimentar mis temores. Demasiadas personas me han dicho que me he casado con alguien muy superior a mí, que ahora tengo algo que es más valioso que yo. Me recuerdan que muchos tratarán de robarme ese preciado premio.

—Entonces haz oídos sordos.

—No es fácil aislarse de esas cosas, como bien sabrás.

—Si la chica no busca más que hombres apuestos, caras bonitas, entonces no merece ni tu preocupación ni tu dolor.

—Ya lo sé —murmuró Thayer, con la mirada fija en Gytha, mientras rezaba por ser capaz de hacer caso a las sabias palabras de Roger.

Muchas de las personas presentes juzgaban que aquella cara que buscaba constantemente entre la multitud estaba lejos de ser atractiva, y algunas hasta se sentían obligadas a decírselo. Gytha se limitaba a sonreír y comportarse de forma cortés con los jóvenes que la asediaban, pero apenas les prestaba atención y seguía a Thayer con la mirada todo el rato. Por todos los medios, trataba de hacerle saber que quería que la rescatara de la corte que la rodeaba; pero fracasaba una y otra vez. Finalmente, buscó a su padre para que la ayudara. Lord John resultó no ser tan obtuso como Thayer y pudo librarla, con alguna dificultad, del acoso de los jóvenes.

Pero, para su consternación, no la llevó junto a Thayer, sino que la acercó a un grupo de mujeres jóvenes. Margaret estaba allí, lo que la complació, pero pronto se dio cuenta de que era lo único bueno del grupo. Margaret fue la única que midió sus palabras; las otras mujeres la colmaron de expresiones de compasión por la espantosa suerte que tenía con el nuevo novio. A pesar de sus esfuerzos por mantenerse calmada, por hacer oídos sordos a tales palabras, Gytha empezó a sentir que la ira crecía en su interior.

Una joven poco agraciada, de nombre Anne, suspiró ruidosamente y habló.

—Qué valiente eres. Qué bien soportas el peso de ladesgracia.

—No he sufrido ninguna desgracia —Gytha soltó esas palabras entre dientes. Sin embargo, nadie se dio cuenta de que estaba enfadada.

Su prima Isobel le habló en un tono demasiado dulce, con una voz falsamente tranquilizadora.

—No hay necesidad de que escondas lo que sientes. Ese hombre es un palurdo, y horriblemente peludo, pelirrojo…

Gytha no pudo más que sisear entre dientes cuando alguien se refirió a Thayer como ?un patán grandullón?.

—Thayer es un hombre bueno y fuerte. Ha probado su valentía incontables veces.