Sabía que Thayer podía volverse distante de nuevo. Había muchas tensiones subyacentes. Sin embargo, tenía claro que la impresión de encontrarse comprometido por sorpresa con ella no era la causa real de su actitud. No sabía qué pensar y, aunque procuraba aclararse las ideas, sencillamente, no era capaz de descubrir la verdadera razón de los recelos del caballero.
Pensó cómo podía iniciar una conversación, y el esfuerzo le provocó dolor de cabeza. Nunca había tenido problemas en ese aspecto. Si acaso, en el pasado había tenido que hacer esfuerzos alguna vez para mantener las conversaciones en un tono frivolo, evitando así que su interlocutor masculino deslizara palabras de amor o deseo en la charla. Siempre acababa controlando esas situaciones sin mayor dificultad.
Suspiró al sentir que la tristeza la embargaba. Ahora no tendría ese problema. No hacía más que pensar en el cruel giro del destino que se le presentaba. Por primera vez en su vida sentía un sincero deseo de escuchar palabras dulces, pero tenía la plena convicción de que el hombre que estaba sentado a su lado no satisfaría ese deseo.
Thayer examinó a la joven sentada a su lado. Cuando ella levantó la cara para mirarlo, no encontró en sus ojos ninguna se?al de hostilidad o ironía. Tampoco en la expresión de su rostro. Ni una pizca de vanidad estropeaba su belleza. Era evidente en ella un delicioso aire de ni?a protegida. Sin embargo, Thayer se aferraba a su desconfianza, y temía abandonarla y quedarse desarmado. Una vez lo había hecho, y ninguna herida que le hubieran infligido en batalla le había causado tanto dolor como el que sintió aquella vez.
—No irán muy lejos —le dijo Thayer, cuidando de que su tono fuera suave. No quería que ella pensara que trataba de ridiculizarla—. Puede que les hayas puesto las cosas difíciles, pero no los has detenido. Sólo se han quitado de tu vista, pero seguirán con el amorío.
—Sí, ya me he dado cuenta. En fin, con seguridad arderán en el infierno.
—Gytha, esto es algo que pasa con frecuencia. Las mujeres se buscan amantes y los hombres tienen queridas. La vida es más complicada de lo que crees.
—Mis padres no cometen esos pecados; cumplen con los votos que hicieron ante Dios. Sin embargo, sé que la fidelidad es más fácil en su matrimonio, porque el amor lo fortalece.
—Sí. Cualquiera que los vea puede darse cuenta de que se aman. Son afortunados, pero no todas las personas tienen la misma suerte, y por eso se echan amantes.
—?Amantes? ?Qué va! Compa?eros de lujuria, más bien. Esa pareja no sentía amor. No hay cari?o del uno por el otro. Ahí es donde realmente radica el pecado —de repente se le pasó por la cabeza una idea que la hizo estremecerse hasta los huesos—. ?Tú vas a tener queridas?
Por un momento, Thayer estuvo tentado de soltarle un severo sermón sobre la impertinencia. La esposa tenía que ser discreta y no decir nunca cosas inconvenientes. Pero Gytha era tan poco experimentada, tan encantadoramente simple, que todavía creía en la santidad del matrimonio. Thayer decidió al final que no era momento para sermones. Sabía que mientras la joven fuera fiel, él no tendría dificultad alguna para comportarse de igual manera. Su apetito sexual era ávido, pero no le exigía variedad. Si Gytha le calentaba la cama, no sentiría la necesidad de buscarse otras mujeres.
—No. No tendré amantes, a menos que tú te lleves a otro hombre a tu cama —Thayer se quedó sin aliento ante la belleza de la sonrisa que esbozó su prometida.
—Entonces espero que hayas escrito ya cartas de despedida a todas tus amantes y queridas.
—No tengo ninguna —el escepticismo que se reflejó en la cara de ella era peligrosamente halagador—. Las mujeres con las que he estado hasta ahora siempre han sopesado el valor de mis monedas antes de ceder —se rió ante la expresión de duda de ella, un ademán que después se convirtió en mortal seriedad—. ?Conocías bien a William?
—No, no muy bien. Sólo pasamos algunas horas juntos. ?Te estás preguntando si me dolió su muerte? —él asintió ligeramente—. No lo conocí lo suficiente como para que me doliera. Lo que sentí fue tristeza ante la pérdida de un hombre joven y saludable.
—Sí. Y en unas circunstancias tan ignominiosas.
Habló con voz ausente, tenía la mente concentrada en lo juntos y solos que estaban. Su futura mujer tenía una belleza como la que los trovadores ensalzaban con frecuencia. Lo embriagaba saber que ella sería suya por la ley del rey y por la ley de Dios. Extendió la mano, le acarició el brillante pelo y fijó la mirada en su rostro levantado, que lo miraba, y en su boca, plena y tentadora.
A pesar de que Gytha reconoció la expresión que asomaba en el rostro de Thayer, no sintió la habitual necesidad de retroceder.
—?Vas a besarme?
—?Siempre eres tan descarada en tus preguntas?
—Dicen que lo soy. Sin embargo, creo que el vino me ha aflojado la lengua más de lo habitual. Entonces, ?me vas a besar o no? —susurró.
—Me ronda esa idea por la cabeza —le acarició la mejilla con los nudillos de una mano—. ?Te besó William?
—Sí, pero tuve que pararle los pies un par de veces. Tenía unas ideas extra?as sobre el arte del cortejo.
A Thayer no le costaba imaginar cómo debió de portarse su primo ante una belleza tal. Sonrió ligeramente.