La bella de la bestia

—No hay ninguna duda sobre eso —contestó una rubia impertinente, de nombre Edwina—. Ay, pero después de haber so?ado con el dulce William, cómo debe de doler tener que casarse con un hombre tan carente de belleza y gracia. Pero no pierdas la esperanza, querida, pues un hombre que está tan casado con su espada rara vez tiene una vida larga.

Justo cuando Gytha había levantado su copa con la intención de derramar el vino sobre la cabeza de Edwina, alguien le agarró la mu?eca. No la complació que su hermano Fulke interviniera. Lo miró con ojos glaciales mientras le quitaba la copa de la mano. La sonrisa de complicidad de su hermano no hizo más que aumentar su furia. Sin embargo, no rechistó cuando Fulke se la llevó lejos del grupo.

Thayer había estado prestándole atención a su nueva esposa, aunque disimuladamente. Después de ver los breves contratiempos que sufría la muchacha, los siguió cuando Fulke llevó a su hermana lejos de las mujeres, con Margaret corriendo detrás de ellos. Gytha se volvió a mirarlo en el momento en que Thayer llegaba a su lado. Al hombre le sorprendió un poco ver la furia que le oscurecía los ojos. Sintió curiosidad por saber qué la había causado.

Fulke se rió, sacudiendo la cabeza, lo que echó abajo su propósito de parecer severo.

—Muy mal, querida hermana. No está bien querer ba?ar en vino a nuestros invitados.

—O hacía eso, o le sacaba los ojos a la puta esa —le arrancó de las manos a su hermano la copa de vino.

—Cuida tu lenguaje —Fulke entornó los ojos en un exagerado y poco sincero gesto de consternación.

Margaret dio unas palmaditas en el brazo a su prima, para tratar de tranquilizarla.

—Lo que pasa, simplemente, es que están celosas. Quisieran que ésta fuera su celebración.

—Ah, ya entiendo —murmuró Thayer y, se llevó la mano de Gytha a los labios—. Afilaron la lengua contigo también, ?no es cierto?

Tratando de calmarse, levantó la cara para mirar al enorme hombre al que ahora llamaba su marido. Su mano fuerte abarcaba con facilidad la de ella, y sin embargo la caricia era delicada. Tal gentileza se veía reflejada en sus hermosos ojos, que eran de un casta?o oscuro, suaves y excitantes. Notó cuan largas y espesas eran las pesta?as de color caoba.

—Sí, pero ya debería saber que hay que hacer caso omiso de tales estupideces. Me temo que tengo un carácter explosivo —miró a Fulke con sorna cuando él estalló en carcajadas—. No le prestes atención a este tonto —le dijo a Thayer, y bebió un trago de su copa de vino.

Empezaron a bromear entre ellos y pronto se les unió Roger. Thayer llegó a la conclusión de que su familia política no le iba a causar preocupaciones, lo cual era un alivio, visto el angustioso panorama que creía tener en el horizonte. Se trataban con una cordialidad contagiosa, y parecían siempre dispuestos a acoger a los nuevos miembros del clan familiar. Era una bendición. Una familia problemática, en la que predominaran las personalidades conflictivas y ambiciosas, podía convertirse en una carga difícil de soportar. Casi en el mismo momento de conocerlos, Thayer supo que podía confiar en los Raouille. Deseó poder confiar también en Gytha.

Empezó el baile y Thayer se dio cuenta enseguida de que a Gytha le encantaba bailar. Para su desgracia, el caballero grandullón había tenido tan pocas oportunidades de hacerlo, que no confiaba mucho en sus habilidades como bailarín. Sin embargo, se impuso la obligación de danzar con ella varias veces, y aborreció cada vez que tuvo que dejar que ella bailara con los lujuriosos jóvenes que la miraban con avidez. Para mantenerlos a raya, acudió a sus hombres, que se mostraron más que dispuestos a bailar con ella. Como confiaba plenamente en ellos, pudo permitirle a su esposa que disfrutase el placer del baile mientras él disfrutaba contemplándola.

Sin embargo, se sintió aliviado cuando llegó la hora de la ceremonia de la noche de bodas, que se hizo en presencia de un grupo peque?o y selecto. Fue breve, y los comentarios burlones no sobrepasaron el límite tolerable ni fueron demasiado procaces. En cuanto la puerta se cerró detrás del grupo, Thayer se volvió a mirar a su nueva mujer.

A pesar de que el grupo sólo la había visto desnuda brevemente, Gytha se sentía abochornada. Se envolvió fuertemente con la sábana y luchó por no sonrojarse. Cuando Thayer le ofreció una copa de vino, sólo fue capaz de lanzarle una tímida mirada en se?al de aceptación.

—?Estás asustada, Gytha? —le preguntó Thayer en voz baja, mientras le acariciaba suavemente el pelo.

—No. Bueno, sí. No sé qué me pasa. No estoy segura. No estoy acostumbrada a que me miren —murmuró ella—. Y no me gusta mucho.