Viendo el temor pintado en su cara, Thayer ansió poder vencerlo, aunque sentía que iba a ser difícil controlar su furioso deseo. Y esa sensación se confirmó cuando la descubrió del todo y vio a su esposa completamente desnuda, a la tenue luz de las velas. Un pudoroso rubor ti?ó la piel de la joven, e instintivamente trató de cubrirse con las manos. Suavemente, pero con firmeza, Thayer la tomó por las mu?ecas y le mantuvo los brazos a los lados del cuerpo, mientras recorría libremente con la mirada la delicada belleza de Gytha.
Los sonrosados pezones de sus generosos senos se endurecieron bajo la mirada del marido. Deseó rodear con sus manos la peque?a cintura. Las caderas, suavemente delineadas, daban paso a unas delgadas y bien formadas piernas, que parecían largas a pesar de su baja estatura. Descansó la mirada un momento en el nido de rizos dorados que decoraba la unión de sus bellos muslos. Respirando temblorosamente, volvió a mirarla a la cara.
—Ah, Gytha, mi mujer, en verdad eres hermosa —murmuró con voz ronca, y después se agachó para besarla.
Gytha pasó los brazos alrededor del cuello de Thayer y abrió la boca sin dudar. Cuando él cubrió parcialmente su cuerpo, se estremeció. La sensación de la piel desnuda de su marido tocando la de ella hizo que la recorrieran estremecimientos desde la cabeza hasta los pies.
Thayer empezó a mover las manos lentamente sobre sus peque?as curvas, mientras la sostenía entre los brazos. Gytha se sintió aturdida por los besos del hombre. Un suave gemido, similar a un ronroneo, se le escapó cuando le acarició los senos. La mano callosa de largos dedos jugueteó con un pezón, hasta que le dolió. Se sentía como si le corriera lava, en lugar de sangre, por las venas. Cuando dejó de besarla en la boca, gimoteó ligeramente en se?al de protesta, pero se convirtió en un grito de placer cuando los tibios labios de su marido se posaron sobre el lugar donde le palpitaba la yugular, en el cuello, y la lamió.
Al sentirla temblar mientras le cubría de besos el pecho, habló.
—Te voy a tratar con delicadeza. Confía en mí, Gytha.
—Confío en ti —respondió en un susurro; su voz sonaba ahora tan grave como la de su marido.
Thayer levantó la cara y la miró a los ojos. No encontró ninguna se?al de recelo o enga?o en su expresión.
—Entonces, ?por qué tiemblas de miedo, peque?a?
—No es miedo —le resultaba difícil hablar mientras él seguía acariciándole los senos. La sensación de las manos de Thayer sobre su piel eliminaba toda claridad de su mente—. No sé por qué tiemblo.
—?Qué sientes, cari?o? —acarició con lentitud su abdomen y sintió el ligero estremecimiento de la mujer bajo su mano.
—Calor. Es como si la sangre me corriera hirviendo por las venas. Eso me asusta un poco.
Ahogado por la euforia de saber que su contacto la afectaba hasta ese punto, le costó trabajo hablar, y su voz sonó apenas como un susurro ronco.
—No hay por qué tenerle miedo a esa sensación.
—No quiero decepcionarte. Ah, Thayer —hundió las manos en el espeso y brillante pelo del hombre, que empezó a lamerle los pezones.
—No me vas a decepcionar, cari?o. Por Dios, ?cómo podrías hacerlo? —murmuró Thayer antes de cubrir completamente con su boca uno de los pezones endurecidos de Gytha.
La doncella se retorció debajo de Thayer mientras él la acariciaba y le chupaba los tersos senos. Los miedos que la embargaban pronto se vieron anulados por la pasión. Tímidamente al principio, con descaro después, Gytha empezó a acariciarle la amplia espalda y los fuertes brazos. El tacto de la piel tibia de su marido, que cubría los poderosos músculos, no hizo más que acrecentar su deseo.
Thayer le acarició los muslos de tal manera que le produjo una extra?a pesadez en las piernas. El guerrero puso ligeramente a prueba la pasión de Gytha cuando tocó los rizos que le cubrían el pubis. La chica intentó alejarse de la mano de Thayer y abrió los ojos de par en par. Enseguida buscó la mirada de su compa?ero.
—Tranquila, amor —le dio besos ligeros en la cara, tratando de tranquilizarla—. ábrete para mí, cari?o, descúbreme tus secretos.
Gytha se dio cuenta de que no tenía escapatoria. Su cuerpo le ordenaba entregarse. Thayer dibujó caminos de besos calientes y húmedos entre su boca y sus senos, caminos maravillosos, de ida y vuelta. El tacto íntimo de su mano hizo que se reavivara el fuego interno que el pudor había apagado brevemente. Las caricias de la joven se volvieron, de alguna manera, frenéticas. Gytha estaba tan inmersa en las sensaciones que se apoderaban de su cuerpo que no se dio cuenta del cambio de posición de Thayer. Cuando sintió contra ella la potente y sólida prueba de la excitación de su marido, gimió y frotó su cuerpo contra el de él, en un arranque de pasión. El marido empezó a abrirse paso dentro de ella y Gytha pudo comprobar el alcance de su pasión. Un vértigo, un placer desconocido, la invadió.
Thayer se aferró a sus caderas y la inmovilizó. Decidió que un dolor era más fácil de soportar cuando pasaba con rapidez, de modo que la penetró con la mayor velocidad que pudo. Hizo una mueca cuando Gytha gritó ligeramente. Sintió que alcanzaba la barrera de su inocencia, y la atravesó.