Thayer tardó unos instantes en recuperar los sentidos. Cuando lo logró, se levantó sobre los antebrazos y miró hacia abajo a la mujer con quien todavía estaba íntimamente entrelazado. Hizo una mueca cuando vio las marcas rojas que le había dejado en la piel por las bruscas caricias. Sin embargo, el movimiento de las manos de ella sobre su pecho y la amplia sonrisa que le dirigió no mostraron dolor, miedo ni furia, sólo un dulce letargo satisfecho.
Perezosamente, Gytha empezó a jugar con los rizos del pecho de Thayer, los estiraba con la mano y después, encantada, los veía rizarse de nuevo cuando los soltaba. También pasó las piernas de arriba hacia abajo sobre las de él, disfrutando con la sensación que le producía el contacto del áspero vello que las recubría. La unión de sus cuerpos la deleitaba.
—Es asombroso, ?no te parece?
—?Asombroso? —Thayer no sabía a qué se estaba refiriendo Gytha.
—Somos muy diferentes, y sin embargo encajamos a la perfección.
—Sí, así es —y recorriéndole con el dedo las marcas que le había dejado con sus apasionadas caricias en los senos, le preguntó—: ?Te he hecho da?o?
—No —lo miró con aire travieso—. Empiezo a preguntarme si quienes te pusieron el sobrenombre de Demonio Rojo no fueron los hombres con quienes has luchado, sino más bien las mujeres que te has llevado a la cama.
—Bruja —la besó ligeramente—. Tú me vuelves loco, dulce Gytha. Temo que me hagas perder el control.
—Puedo entenderlo.
—?De verdad puedes?
—Sí. No soy precisamente una dama cuando nos amamos.
—Ah, bueno. Con frecuencia una dama no complace a un hombre en la cama —Thayer se relajó en la intimidad de su abrazo—. Que la esposa sea un poco lujuriosa es algo bueno —se dio la vuelta para quedar boca arriba, con ella encima de él.
Gytha se río, bostezando.
—Eres un hombre terrible. Aunque no me guste, hoy debemos levantarnos pronto.
—Sí, pero descansa un poco más, cari?o.
—Parece pecado quedarse en la cama hasta tan tarde un día como hoy.
—Nadie nos va a echar de menos. También tengo que hacer planes para los próximos días.
—Entonces, con mayor razón debemos levantarnos ya.
—Descansa, esposa. La obligación puede esperar un poco.
—Como ordenes, esposo.
—ésa es una muy buena actitud en una esposa. Me gusta.
Gytha se rió de nuevo, y una vez más se perdió entre los brazos de Thayer. Sin duda, eran los brazos en los cuales estaba predestinada a acurrucarse. Tras hacer el amor con él estaba plenamente convencida de que había encontrado a su hombre, al único que podía amar. Sólo una cosa le preocupaba: a pesar de la pasión que Thayer demostraba, Gytha notaba que él trataba de mantener todavía una cierta distancia entre los dos. Comprendía que necesitaba tiempo, y estaba dispuesta a tener paciencia y a hacer todo lo que estuviera a su alcance para demostrarle lo buena pareja que eran.
A medida que el sue?o se fue apoderando de ella, se imaginó cómo serían los hijos que tendrían y el futuro sosegado que se dibujaba en su horizonte. Estaba segura de que Thayer acabaría compartiendo esos sue?os.
El pelirrojo caballero miró a la mujer que descansaba tan cómodamente entre sus brazos y sintió una punzada de sorpresa. A pesar del febril deseo que lo había invadido, pudo observar a Gytha con cierto detenimiento. La pasión que percibió en ella por la noche no fue un enga?o favorecido por la falta de luz. En realidad, había ardido bajo sus caricias. Era emocionante, pero también una fuente de preocupación. Ahora que la había iniciado en los placeres de la pasión amorosa, quizá ya no quisiera tirar de las orejas a los pretendientes oportunistas. La antigua moralidad bien podría tener su raíz en la ignorancia. Y desde ahora ya no vería a los hombres y a las mujeres con ojos de ni?a, sino como una mujer. Temía que él mismo hubiera sellado su propio destino: el de un marido enga?ado e infeliz.
Capítulo 4
Emoción y tristeza invadieron a Gytha. Tras una semana de intensos preparativos, al fin Thayer y ella se encontraban listos para partir. Estaba a punto de empezar una vida nueva. Por desgracia, eso significaba dejar atrás todo lo que había conocido hasta el momento, y por tanto todo lo que amaba. Sabía que su familia siempre estaría disponible si la necesitaba, pero no se le ocultaba que las cosas iban a cambiar para siempre, y así tenía que ser. Su marido era ahora su mundo.
Cuando su padre la despidió y la abrazó emocionado, vio el brillo de las lágrimas en sus ojos, al igual que en los de su hermano. Y su madre estaba a un lado, lejos de ella, sollozando ruidosamente. Temiendo no poder controlar el llanto, Gytha se apresuró a unirse a Margaret y a una emocionada Edna en el carruaje. Al ponerse en camino, a Gytha le pareció imposible ver cómo su hogar quedaba atrás sin que se le escaparan las lágrimas. Hizo un esfuerzo supremo por contenerlas.