La bella de la bestia

Thayer casi se había dormido otra vez junto a ella cuando el grupo que estuvo en la habitación la noche anterior llegó de nuevo. Detrás iba una doncella, que llevaba una bandeja con un desayuno glorioso. Como Thayer no pudo despertar a Gytha, tuvo que soportar en solitario las muchas aseveraciones ligeramente procaces de los visitantes. La ceremonia se llevó a cabo con ellos aún en la cama. Para su consternación, no pudo evitar sonrojarse cuando Gytha murmuró su nombre, medio espabilada por el ruido de los testigos, y se acercó todavía más a él en un movimiento descaradamente sensual. Las mujeres salieron de la habitación a toda prisa, sonrojadas y riéndose por lo bajo, pero, para molestia y abatimiento de Thayer, los hombres tardaron en irse y no mostraron ninguna consideración especial.

Cuando todos se fueron al fin, Thayer trató de comer, mientras rodeaba con un brazo a la aún dormida Gytha. Sus movimientos, así como el olor de la comida, surtieron el efecto que él esperaba: Gytha empezó a despertar. Se sentó despacio, pesta?eó un par de veces y se frotó los ojos con las manos, tratando de combatir el sue?o. Thayer pensó que estaba adorable.

—Es mejor que comas —le dijo al tiempo que se ponía la bandeja sobre el regazo—, antes de que yo acabe con todo.

Gytha sonrió y tomó un pan de la bandeja. La timidez la envolvió y le contuvo la lengua, y ni siquiera las suaves sonrisas que su esposo le dirigió la hicieron relajarse. Cuando hubieron terminado, Thayer puso la bandeja en el suelo y ella se acurrucó debajo de la sábanas.

Thayer se acostó de medio lado, junto a ella, y recorrió con el dedo la mancha de rubor que coloreaba sus mejillas.

—?Por qué estás tan callada esta ma?ana? ?No tienes ni un beso para tu marido?

Un poco vacilante, Gytha pasó los brazos por detrás del cuello de Thayer y acercó la cara del hombre hacia ella. Por un momento, él se sintió satisfecho con el beso tímido, dulce y aún inexperto que le dio la joven. Luego lo profundizó. Le metió la lengua hasta los más recónditos rincones de su boca de miel, y para cuando levantó la cabeza, estaba sin aliento. Le alegró ver que ella estaba en las mismas condiciones.

—Ya es de ma?ana —murmuró ella mientras Thayer se quitaba la bata. Lo dijo con cierta timidez, y eso la hizo sentirse insatisfecha consigo misma.

Sonriendo, Thayer le quitó la bata también a ella.

—Sí, peque?a, y tengo una idea para celebrar que el sol está ya en todo lo alto.

A pesar de la timidez que la invadía, y de que el dolor se hacía cada vez más agudo, no lo rechazó cuando él se metió entre sus brazos.

—?No prefieres la oscuridad?

Thayer se apoyó en su antebrazo y observó el cuerpo flexible de la mujer con deseo mal disimulado.

—No, y menos cuando la oscuridad oculta a mis ojos tal belleza.

Acarició a su joven esposa la punta de uno de los pezones, y se excitó al notar que se iba endureciendo por la caricia. Una de las razones por las cuales estaba ansioso de poseerla a plena luz del día era que quería asegurarse de que no era un sue?o la pasión que había percibido en ella la noche anterior. Quería ver en su plenitud la respuesta de la mujer. Quería estar seguro de que la luz tenue de las velas no lo había enga?ado ni había distorsionado sus percepciones.

Después del infierno en que lo había sumido Elizabeth, se juró que nunca más se relacionaría sentimentalmente con una mujer que fuera hermosa y noble; pero ahora se encontraba casado con alguien que tenía esas cualidades. Aún peor, sentía que se estaba ablandando peligrosamente, que respondía como un cordero a cada una de las sonrisas de ella. Cuando puso los labios sobre uno de los senos de Gytha, notó que se abrasaba por dentro.

Temía horriblemente ponerse en ridículo una vez más.

La joven se estremeció de placer cuando su esposo puso la boca sobre su pezón endurecido y chupó despacio, delicadamente. Después, lo acarició con la lengua, rodeándolo y lamiendo la punta. Con mucha seguridad, Gytha le acarició la espalda. Y en un arrebato cada vez más ansioso, se retorció debajo de él, pasó la mano hacia delante y lo acarició entre los muslos.

Un crudo gemido brotó de lo más hondo de Thayer cuando la mano de Gytha alcanzó su miembro palpitante. El cuerpo se le estremeció por el placer que sintió. Ella se sobresaltó y se apresuró a quitar la mano, pero él detuvo esa mano en retirada y volvió a ponerla sobre sus genitales.

—Sí, dulce Gytha, tócame así —el deseo le alteraba la voz y despertó una creciente ansiedad en sus caricias—. Siento un placer cercano al dolor. Sí, amor, sí. Acaricíame; Pon esos bonitos dedos ahí alrededor.

A pesar de los esfuerzos de Thayer por contenerse, la salvaje pasión que sentía le hacía perder contacto con la realidad. Las caricias de su mujer lo hicieron ir más allá de cualquier precaución. Para su infinito gozo, Gytha lo igualaba en ardor.

A ella le parecía increíblemente placentera la creciente ferocidad de su hombre, a pesar de que esta vez el acto sexual casi parecía un asalto. Ahora, la posesión fue ligeramente dolorosa, pero Gytha se deleitó con ella. El climax los alcanzó a los dos a la vez.