—?Y tu mujer?
—Está acostada y, además, le importa poco cómo me entretengo. Ah, qué encanto: senos tan generosos y dulces como melones maduros.
Gytha ahogó un grito y miró a Margaret, que se había cubierto la ruborizada cara con las manos. Aunque con frecuencia se escuchaban chismes sobre amantes y encuentros furtivos, infidelidades y adulterios, siempre había desestimado las historias como simples cotilleos. Sus padres se amaban profundamente y para ella la fidelidad de ese matrimonio era lo normal, lo que debía ocurrir con todas las parejas. Pero ahora descubría que esos chismes tenían, como poco, alguna pizca de verdad.
Al calor de la indignación, Gytha decidió que tales cosas no serían toleradas en su hogar. Después de echarles una mirada a los hombres, que estaban bastante divertidos, saltó del banco y caminó alrededor de los setos. Sintió que sus tres acompa?antes iban detrás de ella, y entonces apretó el paso para dejarlos atrás. Cuando llegó al otro lado, vio en el suelo a una pareja que se abrazaba, lo que la encolerizó todavía más. Cuando el hombre la vio, se dispuso a ponerse de pie, pero Gytha le dio un puntapié en el trasero, y se quedó de pie allí, mirando a los apurados amantes, que trataban de arreglarse las ropas. Entonces empezó a soltarles un sermón, subrayando algunas frases con un golpe ocasional a uno u otro de los desvergonzados infieles. A pesar de que siempre había creído que entendía las debilidades humanas y podía ser tolerante con los errores de los demás, aquello le pareció demasiado. Que alguien cometiera flagrante adulterio en los recientemente construidos jardines de su padre, que eran el orgullo y la alegría de su madre, era inconcebible, era mucho más de lo que podía tolerar.
Ya totalmente vestida, la mujer se enfureció con Gytha.
—?Y qué sabes tú del amor?
—?Amas a este granuja desleal? —pensó que si la mujer lo amaba de verdad era una tonta, pero estaba dispuesta a suavizar su condena si el amor estaba por medio.
La mujer dudó un momento, y cuando finalmente habló, lo hizo sin una pizca de convencimiento.
—Por supuesto que lo amo.
—?Embustera! A?ades la mentira a tus pecados. Regresa con tu marido legítimo, que es a quien perteneces.
—?Alguna vez has posado los ojos sobre mi marido? —le preguntó la mujer en tono enfurru?ado.
Después de un momento de concentración, Gytha asintió.
—Es cierto que no tiene tan buena cara o figura como este canalla. Sin embargo, es limpio, está sano, tiene todos los dientes y todo el pelo. También parece un hombre de disposición alegre. Podría haberte ido mucho peor. Bueno, y marchaos ya, que os estáis volviendo tediosos —le sorprendió un poco que la pareja obedeciera con prontitud su imperiosa orden.
—Ay, Gytha. Debiste dejarlos en paz —murmuró Margaret, con tono de divertido reproche, cuando la pareja se hubo retirado.
—Pero, Margaret, con frecuencia mi madre pasea por aquí con mi padre.
Aunque a Thayer le dolían las costillas de tanto esforzarse por contener la risa, acabó dando rienda suelta a las carcajadas, al igual que Roger. Gytha se quedó mirando el suelo, como si los amantes hubieran dejado una mancha que marcara el lugar para siempre. Seguía indignada, y la ira contenida le daba un aspecto particularmente hermoso.
Gytha se volvió con lentitud para mirar a Thayer, atraída por el sonido de sus carcajadas. Era una risa profunda, cálida y un poco infantil, y semejante combinación la hacía muy contagiosa. Notó que la risa de Roger era muy similar a la de Thayer, y que había dejado a Margaret perpleja. Fugazmente se preguntó si la risa de Roger hacía que a Margaret se le calentara el alma, y algo más, igual que la risa de Thayer la encendía a ella.
—Supongo que he hecho una tontería al intervenir en este asunto —murmuró la joven mientras caminaba hacia Thayer, que ahora estaba sentado en el suelo bajo un árbol, en cuyo tronco había apoyado la espalda.
Cuando se sentó a su lado, vio que Roger se levantaba cautelosamente, tomaba a Margaret de la mano y se la llevaba. Obviamente, no sólo su padre pensaba que ella y Thayer necesitaban pasar algún tiempo a solas. Luchaba con sus sentimientos. Quería ser fría con su novio; pero, pese a ello, no hizo ningún esfuerzo por detener a Roger y Margaret. El ataque de risa había suavizado a Thayer, que ahora parecía menos distante. Sin embargo, Gytha no estaba segura de lo que debía decir o hacer. Por primera vez desde que tenía memoria, se sentía nerviosa, desconcertada, casi tímida.