Thayer caminó hasta el borde de la cama y se inclinó para darle un beso a su esposa.
—Lo sé. Pero ya no hay tanta suciedad, y de lo que queda por hacer se pueden encargar los otros, con tu supervisión. Tienes que cuidarte. Y no es un consejo, es una orden —agregó en tono de advertencia, al tiempo que sacudía el dedo índice, antes de salir de la habitación.
Gytha no protestó. Al fin y al cabo, se trataba de una orden que podía obedecer sin dificultad. Podía renunciar a muchas cosas, pero la limpieza no era una de ellas. No habría podido dejar, sin más, todo el polvo y todos los desperdicios que encontró acumulados en cada rincón de la casa. Pero ya no había suciedad, y se sentía contenta de poder bajar el ritmo de trabajo. Tenía tiempo más que suficiente para dejar la casa tan bonita como imaginaba que podía llegar a ser. Pero lo haría poco a poco, una cosa detrás de otra, no todas a la vez. No tardaría mucho tiempo en preguntarse si incluso ese ritmo pausado no sería demasiado para ella.
—No se distinguen las plantas de la maleza —murmuró Gytha mirando el jardín.
—Sí —le contestó Margaret con un suspiro—. A esos idiotas les importaban poco las plantas medicinales.
—Y aún menos los perfumes agradables —Gytha se subió las mangas del vestido y se arrodilló en la tierra—. Pero necesitamos ambas cosas, plantas y buen olor, con urgencia. Tendremos que revisar qué plantas útiles han sobrevivido en esta mara?a. Pueden haberse debilitado a causa de la negligencia de esas personas. Sin embargo, creo que tenemos tiempo en esta estación para que se recuperen.
—Sí, y para que florezcan —Margaret se arrodilló junto a Gytha y también se subió las mangas del vestido mientras miraba el estado del jardín a su alrededor—. Creo que se pueden encontrar algunas buenas plantas ocultas debajo de la maleza.
Gytha y Margaret se sumieron en un silencio amistoso mientras trabajaban mano a mano en el jardín. A Gytha le gustaba la jardinería, le complacía laborar en cualquier jardín, ya fuera de plantas útiles o simplemente ornamentales. A pesar de lo pesado que era ese tipo de trabajo, siempre le proporcionaba gran satisfacción.
—Gytha, ?eres feliz?
La muchacha se sintió desconcertada ante la pregunta abrupta de Margaret. Levantó la mirada y la fijó en su prima por un momento, antes de contestarle.
—Sí. ?Temías que no fuera así?
—Pues no. Pero es que hablas demasiado poco sobre tus sentimientos y tu estado de ánimo.
—No tengo mucho que decir. Creo que uno encuentra bastante más fácilmente palabras para hablar de lo malo que de lo bueno.
—Sí, algunas veces. Entonces, ?amas a Thayer?
—Ay, Dios. Qué pregunta.
—Sí, ésa es la principal pregunta. ?Lo amas?
—Me temo que no estoy segura. Saberlo no es tan fácil como me imaginaba. De lo que sí estoy segura es de que él me importa. ?Pero el amor es que a uno le importe y le apasione alguien? Creo que a uno le puede importar mucho, profundamente, una persona, sin por ello amarla. O sin amarla como suele pensarse… no sé. Es un misterio —sacudió la cabeza.
—?Y él te ama a ti?
—?Quién puede saberlo! Nunca hablamos de eso. Yo creo que es su silencio lo que hace que me sienta insegura.
—Bueno, yo sí estoy segura de que Thayer se preocupa por ti. Le importas mucho.
—Le importo. Sí. ?Pero es un sentimiento que se convertirá en amor, o se trata sencillamente del cari?o que un hombre debe sentir por la mujer que comparte su cama y que dará a luz a sus hijos? ?Entiendes lo que quiero decir? Existen demasiadas respuestas para cada pregunta. Y hay demasiadas preguntas. Podría ser amor. O podría ser cualquier otra cosa, tanto por su parte como por la mía. Tal vez si Thayer y yo habláramos sobre el tema, se aclararía tanta confusión. Pero la verdad es que nunca tocamos este asunto. Es una especie de tabú.
—Tienes que darle tiempo.
—Tal vez, pero no estoy segura. Thayer es un hombre que podría hablar de tales cosas. Algunos hombres no pueden, pero él sí. Ya le conozco lo suficiente para saberlo.
—Es cierto. Pero también hay quienes hablan de amor con toda libertad, demasiada, tal vez, y mienten.
—Creo que prefiero el silencio a las mentiras.
—Sí, es preferible. Pero quizá haya algún equívoco que empeore las cosas; algo que si se aclarara, permitiría que las respuestas a muchas preguntas emergieran a la luz.
—Pues sí hay algo, tienes razón —le dijo encogiéndose de hombros—. Pero no creo que aclararlo sirviera de gran ayuda. Thayer no confía en mí.
—No, Gytha, estás imaginándote cosas.