La bella de la bestia

—Enseguida te lo ense?aré, esposa —gru?ó Thayer después de ponerla boca arriba.

El beso ávido de Thayer ahogó la suave risa de Gytha. Como siempre, ella se rindió con rapidez a la pasión. Cuando, al cabo de un rato, se encontró satisfecha y recuperándose del arrebato de pasión, con Thayer sobre ella, se preguntó por qué se molestaba en tratar de descifrar sus sentimientos. Significaran lo que significaran, concluyó, eran algo bueno, y no había ninguna razón para tenerles miedo.

Bajó la mirada hacia el hombre medio dormido que yacía entre sus brazos. Mientras le acariciaba con suavidad el pelo fuerte y brillante, se preguntó qué estaría pensando él, qué albergaría su corazón. Thayer le daba pocas pistas sobre sus pensamientos y sentimientos más profundos, y ella sabía que nunca podría conocer a fondo sus ideas basándose sólo en su comportamiento.

Sin embargo, la expresión del rostro de Thayer cuando se la presentaron como su inminente esposa estaba grabada en su mente, y era la principal causa de la preocupación que la embargaba, de las dudas que a veces la asaltaban. Hubiera dado cualquier cosa por no haber visto la cara del caballero en aquella ocasión. Aún ahora, notaba que había algo que lo molestaba, a pesar de la pasión que le demostraba, a pesar de lo bien que la trataba. Tendría que atajar el problema de raíz, de la manera que fuese. Tenía que saber qué le ocurría en realidad, y sólo le quedaba rezar para que el descubrimiento no fuera demasiado doloroso y el problema no fuera demasiado difícil de resolver.





Capítulo 6


—Nos queda poco, apenas otro amanecer, para llegar a Riverfall.

Gytha suspiró de alivio ante el anuncio de Thayer. Estaba más que deseosa de terminar el viaje. El carruaje se calentaba demasiado cuando ponían la capota, pero el viaje se volvía demasiado polvoriento cuando la quitaban. Por el momento decidieron soportar el polvo en lugar del calor. Era agobiante. La joven tenía la sensación de que llevaba encima más kilos de polvo que los que ella misma pesaba. Frunció el ce?o, mirando en dirección a Riverfall, y se preguntó a qué se referiría exactamente Thayer con eso de que faltaba un amanecer más para llegar. Se volvió entonces hacia su marido, que cabalgaba junto al carruaje.

—Ese amanecer parece ser una distancia grande, en todo caso, Thayer.

—Un día más, eso es todo. Acamparemos un poco más adelante, donde hay un peque?o claro y agua para los caballos.

Gytha observó cómo su marido se adelantaba para cabalgar con el grupo que iba en cabeza, y deseó tener algo que tirarle a su enorme espalda. El tono de su respuesta sugería que faltaba muy poco para llegar, pero a ella no le pareció que un día fuera poca distancia. Decididamente, a veces la irritaba. Suspiró y trató de acomodarse lo mejor que pudo al tiempo que le pedía al cielo que hubiera suficiente agua en el lugar donde iban a acampar para poder darse un ba?o.

Ya estaba bien entrada la noche cuando finalmente se detuvieron. Gytha habló muy poco hasta que levantaron la tienda de Thayer. Después, con la ayuda de Bek, y usando lino de los barriles de agua que ya se habían bebido, se dio el relajante y más que necesario lujo de ba?arse. Mientras se iba quitando el polvo y el sudor del cuerpo, notaba que le mejoraba el ánimo. No le sorprendió que nada más salir del barril, Margaret se apresurase a ocupar su lugar. Se vistió deprisa, con una prenda limpia que le alcanzó Edna, se recogió el mojado pelo en una cola, suelta sobre la espalda, y fue en busca de su esposo. Lo encontró sentado frente al fuego, junto a Roger, Merlion, Torr y Reve.

Thayer miró a su mujer con un poco de preocupación mientras ella se sentaba a su lado. Había notado que su habitual ánimo festivo se apagaba más y más con cada kilómetro de polvoriento camino que recorrían. La parte razonable de su cabeza le decía que a cualquier persona se le amargaría el talante con semejante viaje, pero por más que trataba de ignorar semejantes ideas, otra parte de su mente se preguntaba si el ánimo silencioso y oscuro de su esposa se debería más bien a otras causas, como, tal vez, que ya se hubiera cansado de él. Llevaban casados el tiempo suficiente para que a ella se le esfumara el interés que siempre produce la novedad. Ahora que Gytha había saboreado la pasión amorosa, quizá se estuviera dando cuenta de que el grandullón pelirrojo tampoco daba más de sí. Thayer luchó por deshacerse de esas preocupaciones, que consideraba debilidades, y se dijo que tenía cosas mucho más importantes por las cuales preocuparse que el voluble estado de ánimo de una mujer. Pero cuando vio que ella sonreía ampliamente a Torr mientras le servía estofado, sintió una oleada de alivio. Era evidente que el ánimo de Gytha volvía a ser el habitual.