La bella de la bestia

—No estoy herido de gravedad —murmuró Thayer, pero Roger guardó silencio, enfadado, hasta que llegaron a la tienda.

Gytha pensaba que ya había recuperado la serenidad… hasta que Roger entró con Thayer en la tienda. Ver a su marido ensangrentado de aquella manera revivió otra vez el terror que la había atenazado momentos antes. A duras penas pudo hacer acopio de fuerzas para tender una sábana sobre la cama, antes de que Thayer se acostara en ella. Temblando de miedo, aunque tratando de contenerse, ayudó a Roger a desvestir a Thayer. Merlion entró cuando Gytha empezaba a limpiar la sangre. Sabía que iban a discutir sobre la batalla, y contuvo el impulso inicial de pedir a Roger y Merlion que se fueran. Se concentró en la atención a Thayer, luchando contra las ganas de llorar que le producía la visión de la profunda herida que surcaba el brazo de su marido. Muy atareada y angustiada, escuchaba a medias lo que decían los hombres.

—?Las mujeres van a hacerse cargo de los heridos? —preguntó Thayer a Merlion, tratando de hacer caso omiso del dolor.

—Sí. Creo que incluso podrán salvarle la vida al hombre que yo daba por muerto, el que dio la voz de alarma.

—El hombre que, por tanto, nos salvó a todos. Rezo por que no le cueste la vida. ?Tenemos algún prisionero?

—No. No frunzas el ce?o de esa manera. Uno de los muertos me dijo, sin quererlo, lo que necesitamos saber.

—?Cómo es eso?

—Luché con él en la batalla anterior.

—?Estás seguro?

—Uno no olvida una cara tan fea como la suya.

—Entonces —murmuró Roger—, Robert y su tío no prestaron atención a tu advertencia.

—Eso parece. Malditos bribones. Ese primer ataque no fue un arrebato, un irreflexivo arranque de ira.

—No —Roger suspiró, consciente de lo mucho que afectaría a Thayer una guerra con su familia—. Robert, o más probablemente su tío, pretenden llevar esta lucha hasta sus últimas consecuencias.

Estas eran noticias que sólo podían empeorar el malestar de Gytha. Sabía que estaba perdiendo la batalla contra las emociones que se agolpaban en su interior y la afligían. Echó un último vistazo a la herida para asegurarse de que la había curado bien, y empezó a vendar el brazo a Thayer mientras escuchaba los planes que trazaban los tres hombres para neutralizar a Robert y a su tío. La sombría conversación exacerbó sus sentimientos, de modo que se sintió aliviada cuando Roger y Merlion salieron de la tienda.

Gytha se levantó de la cama y fue a lavarse; se quedó mirando fijamente sus manos cuando las puso sobre la palangana llena de agua. Ver la sangre de Thayer manchándole las manos hizo que perdiera la poca serenidad que le quedaba. Sumergió las manos en el agua y empezó a frotárselas con furia, llorando desconsoladamente. No podía contener las lágrimas en ese momento, pero se esmeró para que, por lo menos, fueran silenciosas. No quería que Thayer pensara que era una mujer débil e inútil, que ni siquiera era capaz de atender las heridas de su marido, como era su obligación.

—Gytha —murmuró Thayer después de observar durante un momento cómo su mujer se frotaba con ahínco las manos—, ya deben de estar limpias.

Un asentimiento brusco con la cabeza fue la única respuesta de Gytha. Thayer frunció el ce?o al verla secarse las manos y después caminar nerviosamente hacia un rincón, para deshacerse del material que había usado para curarle la herida. Sus movimientos no eran gráciles como de costumbre, y por eso Thayer tuvo la certeza de que Gytha estaba llorando, a pesar de que no escuchaba nada más que una respiración algo alterada.

El comportamiento de su esposa lo confundía. Al parecer, estaba profundamente afectada porque lo habían herido.

—Gytha.

Ella se volvió para mirar a su marido y ahogó un grito. Thayer estaba intentando ponerse de pie, así que olvidó que quería disimular su llanto y corrió hacia él.

—?Qué estás haciendo? —ella intentó acostarlo de nuevo, pero sólo logró evitar que se pusiera de pie.

Thayer levantó las manos y las puso alrededor de la cara de su mujer, haciendo caso omiso de la aguda punzada de dolor que sintió en la herida.

—Has estado llorando —sintió que le mojaban las manos las calientes lágrimas que brotaban de los ojos de Gytha—. O mejor dicho, todavía estás llorando.

—No estoy llorando. Acuéstate, ?o se te olvida que estás herido?

Con lentitud, Thayer dejó que Gytha lo acostara boca arriba, mientras la miraba fijamente a la cara empapada de lágrimas.

—Parece que estás más preocupada que yo por este rasgu?o.

—?Rasgu?o? ?Rasgu?o lo llamas? Los rasgu?os no necesitan que los cosan. Los rasgu?os no empapan de sangre una túnica —Gytha podía escuchar el tono frenético de su voz, pero le daba igual, no podía quedarse callada—. Los rasgu?os no menguan la fuerza de un hombre hasta el punto de que necesite ayuda para llegar a su cama.

—Me debilitó tan sólo por un momento —contuvo las ganas de sonreír.