La bella de la bestia

—Es cierto. Siempre ha vivido en un mundo de hombres, juegos masculinos y batallas —frunció el ce?o cuando su caballo empezó a inquietarse.

Gytha sintió la repentina tensión que se apoderaba del cuerpo de Thayer, y quiso saber qué ocurría.

—?Algo anda mal?

—No estoy seguro —dejó a Gytha a un lado y se puso de pie, con la mano en la espada—. Algo ha puesto nervioso al caballo.

Gytha se estaba poniendo de pie cautelosamente cuando una flecha cortó el aire. Gritó ahogadamente de puro terror cuando ésta clavó a Thayer contra el árbol. Se apresuró a levantarse para auxiliar a Thayer, pero él la mantuvo agachada con su mano libre.

Thayer maldijo atrozmente por lo bajo y sacó su daga para librarse de la flecha, que ni siquiera le había rozado la piel, pero lo había clavado por la túnica al árbol. Era un objetivo peligrosamente fácil. Mientras cortaba la tela de la túnica y se liberaba, otra flecha se clavó en el árbol, esta vez rozándole el pelo.

Cuando estuvo libre, cargó a Gytha con un brazo y corrió hacia el caballo, pero tuvo que detenerse en seco, maldiciendo nuevamente, porque una flecha alcanzó al animal. Se dio la vuelta con rapidez y corrió hacia el bosque, en busca de la protección de los árboles.

Avistó un buen lugar para esconderse, dejó a Gytha en el suelo y se acurrucó junto a ella. Ahora, su enemigo tendría que cazarlo. Tendría que salir a la luz para buscar a su presa. Eso le daba a Thayer una peque?a ventaja, un respiro que aprovechó completamente. Dedicó unos instantes a ver cómo estaba su esposa y después de asegurarse de que no le ocurría nada, paseó la mirada por toda la zona que los rodeaba.

Gytha procuró no hacer ningún ruido mientras luchaba por normalizar su respiración. Le echó un vistazo a Thayer para comprobar que no estaba herido. Pensó que su marido era la persona con más suerte que había conocido jamás, y rezó por que siguiera siendo así. Sabía que necesitaban montones de suerte para escapar ilesos de la nueva emboscada.

Sintió que alguien se aproximaba y vio que su marido se ponía en guardia, extremadamente tenso, y fijaba la mirada en la dirección de donde procedía el ruido de pasos. Thayer le puso los dedos sobre la boca, pero realmente no habría sido necesario, puesto que ella no tenía la menor intención de hacer ningún ruido. Conocía bien el valor del silencio en un trance como aquél. Dirigió la mirada hacia el mismo punto que su marido, moviéndose lo menos posible, y vio a tres hombres que caminaban cautelosamente hacia ellos. Estaba claro que el tío de Robert los había enviado para asesinar a Thayer.

—Creo que esto es una estupidez —gru?ó uno de los hombres—. Aquí hay demasiados escondites. No lo encontraremos.

—?Silencio, perro quejumbroso! Es sólo un hombre. Además, una mujer le entorpece la huida. Separémonos —el más alto de los tres indicó con el dedo a uno de los hombres que siguiera por la izquierda; después se dirigió al que se quejaba—. Tú sigue de frente. Yo miraré por la derecha. Vamos a cazar a ese pájaro.

—Creo que…

—No te pagan para creer ni para pensar. Encuéntralo. Y también a esa maldita mujer —sin decir nada más, el jefe se desvió hacia la derecha.

Una sonrisa fría se le dibujó a Thayer en la cara, y Gytha se estremeció ligeramente cuando la vio. Acababa de aparecer el hombre al que llamaban Demonio Rojo. Como había corrido a protegerse durante los dos ataques anteriores, no había tenido la oportunidad de ver a su marido en acción. Supo que pronto sería testigo de la muerte de una o más personas y sintió angustia, pero de inmediato endureció su corazón. Aquellos hombres tenían intención de matar a Thayer, y la piedad podía ser peligrosa.

Pese a que estaba convencida de que era absolutamente necesario, Gytha sufrió una fuerte impresión cuando Thayer hizo lo que tenía que hacer. Su marido, aunque era un hombre enorme, se movió con tal agilidad y sigilo que la joven se quedó estupefacta. El Demonio Rojo atacó al primer enemigo en cuanto éste pasó frente al lugar en que estaban agazapados. Se colocó detrás de él de un salto, le tapó la boca con una mano y tiró de él hacia atrás, aprovechando la sorpresa y su mayor tama?o. El hombre trató de alzar las manos para zafarse del abrazo asfixiante de Thayer, pero antes de que pudiera hace nada, éste le clavó una daga en el corazón. Gytha ahogó un grito de espanto al oír los estertores que salían del cuerpo agonizante del enemigo.