La bella de la bestia

—Quizá. Pero, de hecho, creo que tuvo más que ver, mucho más, con la manera en que me miraste.

—?En serio? —Thayer se esforzó para que esa confesión de su bella esposa no se le subiera a la cabeza.

—Sí, así es. Ese ardor tuyo era contagioso —sacudió la cabeza—. Sentí como si viajara hacia mis entra?as y les prendiera fuego.

—Lo tendré en cuenta.

—?Sí? ?Para tener más cuidado la próxima vez?

—No. Para saber exactamente de qué manera mirarte, y así poder usar los ojos cuando me plaza, para lo que más me place.

—Desde luego, esa mirada puede ser de lo más extra?a a veces —le contestó Gytha riéndose.

Thayer se rió también, pero se detuvo abruptamente, con el cuerpo tenso, y aguzó el oído.

—Hombres a caballo.

—Quiera Dios que no sean más asesinos a sueldo —comentó Gytha, y se agazapó con cuidado entre unos arbustos de los alrededores.

Thayer recogió deprisa su espada y su túnica y se colocó delante de su mujer, mirando fijamente hacia el punto del que procedía el ruido de jinetes.

—Si Robert hubiera mandado más hombres, lo lógico sería que vinieran todos juntos, pues así la probabilidad de vencerme y matarme sería más alta. De todas maneras, es mejor ser cautelosos. En estas tierras hay otros hombres con los cuales hay que tener cuidado.

A Gytha le pareció que transcurrieron siglos hasta que aparecieron los desconocidos. Sintió que una oleada de alivio le recorría el cuerpo cuando reconoció a Roger, que cabalgaba frente al grupo de hombres. El temor que la invadió mientras esperaba la nueva amenaza a la que tendrían que enfrentarse le contrajo tanto los músculos y el estómago que le costó mucho levantarse para ir a saludar a los hombres. Su marido, sin embargo, salió del escondite con suma agilidad.

—?Acaso no os dije que quería estar solo? —gru?ó Thayer, que de todas formas les sonrió a modo de bienvenida.

—Sí, creo recordar que dijiste algo así —le contestó Roger, devolviéndole la sonrisa, y enseguida se puso serio—. Sin embargo, algo que nos llamó la atención nos hizo pensar que tal vez apreciarías tener compa?ía bien armada.

—?Y qué os llamó la atención? —Thayer miró a su mujer, que se le había acercado, y le pasó cari?osamente el brazo por los hombros.

—Merlion regresó del pueblo con algunas noticias interesantes. Desde hace unos días se ha visto en el pueblo a varios hombres extranjeros.

—?Cuántos?

—Por lo que pudimos averiguar, son seis.

—Pues ahora sólo son tres, si esa cuenta es correcta.

Roger agrandó ligeramente los ojos mientras pasaba la mirada de Thayer a Gytha.

—?Ya no tenemos que preocuparnos por los otros tres hombres?

—Están en el bosque —contestó Thayer asintiendo secamente con la cabeza—. Puedes enterrarlos, si no quieres que se conviertan en alimento para los buitres.

—Me importa muy poco. ?Dónde está tu caballo?

—Muerto. Necesitamos uno. Nos habéis ahorrado una buena caminata.

Roger se rio. Bajó de su caballo y se subió al de Merlion.

—Tomad el mío, que yo iré con Merlion. Hay otra razón por la cual salimos en tu busca: un mensajero te espera en Riverfall.

Thayer se montó en el caballo de Roger y después levantó a Gytha y la sentó con él.

—?Un mensajero?

—Sí, del rey.

Thayer suspiró con exasperación ante la posible intromisión del rey en sus asuntos, y luego se dirigió a sus hombres.

—Mientras me encargo del mensajero quiero que encontréis a los otros tres hombres.

—?Los matamos?

—Sólo si lo consideráis necesario. No quiero llenar Riverfall de cadáveres —gru?ó y empezó a cabalgar hacia la casa.

Gytha se aferró a la montura y guardó silencio. Notaba, casi sentía, la furia que devoraba a su marido, una ira que ella misma compartía. Robert y su tío habían sobrepasado todos los límites. Sin embargo, la mayor parte de su atención estaba concentrada en el mensajero que esperaba a Thayer en Riverfall. Sólo podía especular sobre lo que el rey quería, pero empezó a temer que quisiera al propio Thayer.

Una vez de vuelta en Riverfall, Thayer dejó al margen a Gytha con cordial firmeza, y se fue a ver al mensajero del rey. Consideraba que su relación con el monarca era un asunto de hombres, y eso enfadaba a la joven. Tratando de dominar su impulso de irrumpir en el vestíbulo, donde sin duda estarían los dos hombres, decidió ir a su habitación a asearse. Tendría que esperar para saber qué había pasado.

Después de ba?arse y ponerse ropa limpia, empezó a peinarse los largos cabellos. Alguien llamó a su puerta, lo que le hizo fruncir el ce?o. Esperaba que no fueran a importunarla en ese momento con algún problema doméstico, pues necesitaba tranquilidad para poder recuperarse de los sucesos de la tarde. Se sorprendió ligeramente cuando escuchó la voz de Bek respondiendo a su invitación a entrar.