—?Nadie sabía que Lucy y Paul esperaban un hijo! —dijo Falk furioso.
—Habían cometido un robo —resopló el doctor White—. Habían robado la propiedad más valiosa de la logia y estaban a punto de destruir todo lo que durante siglos…
—?Vamos, calle de una vez! —gritó mamá—. ?Obligaron a esos jóvenes a abandonar a su querida hija solo dos días después de su nacimiento!
Ese fue el momento en que yo —no sé cómo— me puse en pie de un salto. No podía seguir escuchando aquello ni un segundo más.
—?Gwenny! —dijo Gideon preocupado, pero yo me solté y salí corriendo.
Al cabo de unos pasos ya me había atrapado.
—?Adónde vas? —preguntó.
—?Lo único que quiero es irme lejos de aquí!
Corrí aún más rápido. La porcelana de las vitrinas ante las que pasábamos tintineaba suavemente.
Gideon me cogió de la mano.
—?Voy contigo! —dijo—. No te dejaré sola ahora.
En algún lugar detrás de nosotros, en los pasadizos, alguien gritó nuestros nombres.
—No quiero… —dije jadeando—. No quiero hablar con nadie. —Gideon me apretó la mano con más fuerza—. Conozco un sitio donde nadie podrá encontrarnos en las próximas horas. ?Vamos por aquí!
De las Actas de la inquisición del padre dominico Gian Petro Baribi Archivo de la Biblioteca Universitaria de Padua (descifrado, traducido y revisado por el doctor. M. Giordano)
27 de junio de 1542
Sin mi conocimiento, el padre dominico de la orden terciaria, un hombre de reputación más que dudosa, persuadió a M de la necesidad de realizar un exorcismo de tipo especial para liberar a su hija Elisabetta de su supuesta posesión. Cuando llegó a mis oídos la noticia de este sacrílego proyecto, ya era demasiado tarde. Aunque conseguí acceder a la capilla en la que tenía lugar el infame proceso, no pude evitar que le fueran administradas a la joven sospechosas sustancias que hicieron que brotara espuma de su boca, los ojos se le salieran de las órbitas y empezara a pronunciar palabras confusas, mientras el padre dominico la rociaba con agua bendita. A consecuencia de este tratamiento, para el que no puedo sino emplear la palabra ?tortura?, Elisabetta perdió esa misma noche al fruto de su vientre. Antes de partir, el padre no se mostró en absoluto arrepentido de sus actos, sino, al contrario, exultante por la expulsión del demonio, y tras haber anotado cuidadosamente la confesión de Elisabetta, realizada bajo el efecto de las sustancias y los dolores, la hizo constar en acta como prueba de su enajenación. Rechacé cortésmente la transcripción que me fue ofrecida, dado que mi informe al superior de la Congregación —de eso estoy seguro— ya resultará de todos modos bastante difícil de aceptar. Por mi parte, solo deseo que pueda contribuir a que M caiga en desgracia con sus protectores, aunque no albergo muchas esperanzas al respecto.
Capítulo XII
Mister Marley arrugó la frente cuando irrumpimos en la Sala del Cronógrafo.
—?No le ha vendado los…? —empezó a decir, pero Gideon no le dejó acabar.
—Hoy elapsaré con Gwendolyn al a?o 1953 —anunció.
Mister Marley puso los brazos en jarras.
—No puede hacer eso —respondió—. Necesita su contingente temporal para la operación Turmalina negra barra Zafiro. Y le recordaré que la operación tiene lugar simultáneamente.
El cronógrafo se encontraba sobre la mesa, ante mister Marley, y las piedras preciosas centelleaban bajo la luz artificial.
—Cambio de planes —dijo Gideon escuetamente, y me apretó la mano.
—?Yo no sé nada de eso! Y, además, no les creo. —Mister Marley torció la boca en una mueca de enfado—. Mis órdenes indican con toda claridad…
—No tiene más que llamar arriba e informarse —le interrumpió Gideon se?alando el teléfono de la pared.
—?Justamente eso es lo que voy a hacer!
Mister Marley, con las orejas coloradas, se dirigió muy tieso hacia el teléfono. Gideon me soltó y se inclinó sobre el cronógrafo, mientras yo me quedaba inmóvil junto a la puerta como una estatua. Ahora que ya no teníamos que correr, de repente me sentía totalmente paralizada, como un reloj al que se le había acabado la cuerda. Ni siquiera sentía ya los latidos de mi corazón. Era como si poco a poco me estuviera convirtiendo en piedra. En realidad, un millón de ideas deberían haber bullido en mi cabeza, pero en lugar de eso solo sentía un dolor sordo.
—Gwenny, ya está todo ajustado para ti. Ven. —Sin esperar a que le obedeciera e ignorando las protestas de mister Marley (??Deje eso! ?Esto es función mía!?), Gideon me arrastró hacia la mesa, cogió mi flácida mano y con mucho cuidado colocó un dedo en el compartimento bajo el rubí—. Enseguida estaré contigo.
—?No tiene permiso para manipular el cronógrafo por su cuenta! —exclamó indignado mister Marley mientras descolgaba el teléfono—. Informaré inmediatamente a su tío de esta infracción de las reglas.