—?De modo que Lucas lo sabía?
—?Naturalmente! él ocultó a Lucy y a Paul en nuestra casa de Durham, y también fue idea suya que yo simulara un embarazo ante todos para que, si hacía falta, pudiera presentar al bebé (es decir, a ti) como mío. Lucy fue a hacerse las revisiones en Durham utilizando mi nombre; ella y Paul vivieron casi cuatro meses en nuestra casa mientras papá se ocupaba de dejar pistas falsas por media Europa. Bien mirado, era el escondite ideal. Nadie se interesó por mi embarazo. El parto debía ser en diciembre, y por eso tú no tenías ninguna importancia para los Vigilantes y la familia. —Mamá se quedó mirando fijamente el tapiz de la pared, absorta en sus pensamientos—. Hasta el final confiamos en que no sería necesario hacer saltar a Lucy y a Paul con el cronógrafo al pasado; pero uno de los detectives privados de los Vigilantes tenía nuestra casa bajo vigilancia… —Se estremeció al recordarlo—. Mi padre aún pudo avisarnos en el último momento. Lucy y Paul no tenían otra elección: tuvieron que huir, mientras que tú te quedaste con nosotros: un bebé diminuto con un divertido mechoncito de pelo en la cabeza y unos enormes ojos azules. —Las lágrimas rodaron por sus mejillas—. Nicolas y yo juramos que te protegeríamos, y desde el primer instante te quisimos como si fueras nuestra propia hija.
Sin darme cuenta, yo también había empezado a llorar.
—Mamá…
—?Sabes?, nosotros nunca quisimos tener hijos. En la familia de Nicolas había tantas enfermedades…, y yo siempre pensé que la maternidad no estaba hecha para mí. Pero todo cambió cuando Lucy y Paul te confiaron a nosotros —dijo incapaz de dejar de llorar—. Nos hiciste tan… felices. Cambiaste radicalmente nuestras vidas y nos ense?aste lo maravillosos que son los ni?os. Si no hubiera sido por ti, seguro que Nick y Caroline nunca habrían venido a este mundo.
Los sollozos no le permitieron seguir hablando. Yo ya no pude soportarlo más y me lancé a sus brazos.
??Todo va bien, mamá!?, traté de decirle, pero solo me salió una especie de gru?ido. De todos modos, mamá pareció comprenderlo, porque me rodeó con sus brazos y me apretó muy fuerte, y durante un rato bastante largo no estuvimos en condiciones de hablar por la llorera. Hasta que Xemerius asomó la cabeza a través de la pared y dijo:
—?Vaya, estás aquí! —Luego introdujo el resto de su cuerpo en la habitación, voló hasta la mesa, y se quedó ahí, inmóvil, contemplándonos con cara de curiosidad—. ?Oh, no, por favor! ?Ahora ya son dos fuentes! El modelo portátil ?Niagara Falls? debía de estar en oferta hoy.
Me solté con suavidad.
—?Tenemos que irnos, mamá! ?No llevarás ningún pa?uelo encima?
—?Espero que haya suerte! —Revolvió en su bolso y me tendió uno—. ?Cómo es que no tienes rímel por toda la cara? —me preguntó esbozando una sonrisa.
Me soné ruidosamente.
—Me temo que está todo pegado a la camiseta de Gideon.
—Realmente parece un buen chico. Aunque debes ir con cuidado… los De Villiers siempre nos han traído problemas a las mujeres Montrose. —Mamá abrió su polvera, se miró en el espejito y suspiró—. Vaya por Dios, parezco la madre de Frankenstein.
—Sí, supongo que esto solo se arregla con una bayeta —dijo Xemerius. Y después de pasar de un salto de la mesa al arca del rincón, nos miró ladeando la cabeza—: ?Por lo que se ve, me he perdido un montón de cosas aquí! Ahí arriba, por otra parte, están todos excitadísimos. Hay gente importante vestida con traje por todos lados y a ese bobo de Marley parece que le han partido los morros. Y por cierto, Gwendolyn, todos están poniendo verde a tu ?buen chico? porque por lo visto les ha destrozado los planes. Y, además, está sacando a todo el mundo de sus casillas porque no para de sonreír para sí como un idiota —me explicó.
Y aunque supongo que no existía absolutamente ninguna razón para eso, de repente me vi haciendo lo mismo, es decir, sonriendo para mí como una idiota.
Mamá me miró por encima del borde de la polvera.
—?Me perdonas? —preguntó en voz baja.
—?Ay, mamá! —La abracé tan fuerte que se le cayó todo al suelo—. ?Te quiero tanto!
—?Oh, por favor! —gimió Xemerius—. Ahora volverá a empezar todo desde el principio. ?No te parece que ya es bastante húmedo esto!
—Así es como imagino que es el cielo —dijo Leslie, y giró sobre sí misma para dejarse impregnar por la atmósfera del fondo del armario de madame Rossini.
Su mirada se deslizó por los estantes con zapatos y botas de todas las épocas, luego por los sombreros, a continuación por las filas de percheros con vestido colgados, tan largas que no se distinguía el final, y por último de vuelta a madame Rossini, que nos había abierto la puerta del paraíso.
—?Y usted es el buen Dios!
—?Qué monadá de ni?a!
Madame Rossini le dirigió una sonrisa radiante.