Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—… autenticidad —completó Gideon en voz baja.

—Précisément! —dijo madame Rossini masticando las sílabas—. ?Si queréis hacer una excursión secreta al a?o 1912, lo que está claro es que no será con esta ropa! Para eso podríais aterrizar directamente en medio de la ciudad con una nave espacial, sería igual de discreto. —Mientras su mirada se paseaba de Gideon a mí y otra vez de vuelta a Gideon, sus ojos aún brillaban de ira; pero de repente se puso en movimiento y fue pasando, bajo nuestras miradas sorprendidas, de una hilera de percheros a otra, para volver poco después con el brazo cargado de vestidos y de curiosos tocados.

—Bien —dijo en un tono que no admitía réplica—. Que esto os sirva de lección para no tratar de enga?ar a madame Rossini. —Nos tendió los vestidos, y de pronto su rostro cambió de expresión y fue como si el sol apareciera entre unas oscuras nubes de tormenta—. ?Y si vuelvo a descubrir al de los secgetitós sin su sombgegó —amenazó a Gideon con el dedo—, madame Rossini tendrá que explicar a su tío lo de su peque?a excursión!

Me eché a reí aliviada, y corrí a abrazarla.

—Madame Rossini, sencillamente es usted la mejor.

Caroline y Nick, que estaban sentados en el sofá del cuarto de costura, observaron sorprendidos cómo Gideon y yo nos colábamos en la habitación. Pero mientras que el rostro de Caroline se iluminó al instante con una amplia sonrisa, Nick pareció quedarse un poco cortado al vernos.

—?Pensaba que estabais de fiesta! —dijo mi hermano peque?o.

No sabía exactamente qué le resultaba más incómodo: que estuviera viendo con su hermana peque?a una película infantil o que los dos llevaban ya el pijama puesto, y en concreto el azul cielo que la tía Maddy les había regalado por Navidad. Lo especial de estos pijamas era que tenían una capucha con unas orejas de liebre. Yo los encontraba encantadores —igual que la tía Maddy—, pero cuando se tienen doce a?os estas cosas se ven de un modo distinto. Sobre todo si se recibe una visita inesperada y el amigo de la hermana mayor lleva una chaqueta de piel superchula.

—Charlotte ya hace media hora que se ha ido —explicó Nick—. La tía Glenda iba dando saltitos a su alrededor como una gallina que acababa de poner un huevo. Ayyy, no, deja de besuquearme, Gwenny, estás igual que mamá antes. ?Y cómo es que aún estáis aquí?

—Iremos a la fiesta —dijo Gideon, y se dejó caer en el sofá a su lado.

—Natural —dijo Xemerius, que se había instalado cómodamente sobre una pila de ediciones de Homes and Gardens—. Los tipos realmente guays siempre llevan los últimos.

Caroline miraba a Gideon con cara de veneración y los ojos abiertos como platos.

—?Conoces ya a Margaret? —Le tendió el cerdo de ganchillo que tenía en el regazo—. Puedes acariciarlo si quieres.

Gideon acarició obedientemente la espalda de Margaret.

—Qué blandito. —Miró interesado a la pantalla del televisor—. Oh, ?ya habéis llegado a donde explota el ca?ón de colores? Es mi parte preferida.

Nick le miró de soslayo con aire desconfiado.

—?Conoces a Campanilla?

—Encuentro que sus inventos son geniales —afirmó Gideon.

—Yo también —dijo Xemerius—. Solo el peinado es un poco… miedoso.

Caroline suspiró lánguidamente.

—?Pero qué simpático que eres! ?Vendrás más a menudo a partir de ahora?

—Me temo que sí —dijo Xemerius.

—Eso espero, sí —respondió Gideon; nuestras miradas se cruzaron y yo tampoco pude reprimir un suspiro lánguido.

Después de nuestra productiva incursión en el fondo del armario de los Vigilantes, aún habíamos dado un peque?o rodeo para pasar por la Sala de Tratamiento del doctor White, y mientras Gideon recogía diverso material médico, de pronto se me había ocurrido una idea.

—Ya que estamos puestos, ?no podrías coger una vacuna contra la viruela?

—No te preocupes, has sido vacunada contra prácticamente todas las enfermedades con las que puedas toparte en los viajes en el tiempo —había replicado Gideon—. Y naturalmente también contra los virus de la viruela.

—No es para mí, es para un amigo —había dicho yo—. ?Por favor! Ya te lo explicaré más tarde.

Aunque Gideon había enarcado una ceja, había abierto sin más comentarios el armario de los medicamentos del doctor White y, después de buscar un momento, había cogido una cajita roja.

Le quería aún más por no haberme hecho ninguna pregunta.

—Me parece que está a punto de caérsete la baba —me devolvió Xemerius a la realidad.

Cogí la llave de la puerta que conducía al tejado de la azucarera del armario.

—?Cuánto tiempo lleva mamá en la ba?era? —les pregunté a Nick y Caroline.