Tengo que admitir que me sentí decepcionada. De algún modo, después de todo este secreteo y esa verborrea sobre los misterios, aquello representaba una terrible decepción. En el cajón no había ningún fluido, como Leslie me había profetizado (?Seguro que es rojo como la sangre?, me había dicho con los ojos abiertos como platos), ni un polvo, ni ninguna clase de piedra rara.
Era una sustancia que se parecía a la sal. Aunque si se miraba con más atención, era una sal especialmente hermosa, formada por un montón de diminutos cristales opalescentes.
—Qué locura —susurré—. Tantos esfuerzos durante siglos por estos granitos.
—Lo importante es que nadie se entere de que ahora nosotros estamos en posesión de ellos —dijo Gideon con la respiración un poco acelerada mientras mantenía la mano sobre el cajón para proteger su contenido.
Asentí con la cabeza. Aparte de los que ya lo sabían, claro. Destapé el frasquito.
—?Date prisa! —susurré, porque de pronto me vino la imagen de lady Arista (que, por lo que sabía, no tenía miedo de nada, y en todo saco seguro que no de las alturas) saliendo por la trampilla y arrancándonos el frasquito de las manos.
Gideon parecía estar pensando en algo parecido, porque metió los granitos en el frasco sin ninguna ceremonia, lo cerró y no respiró tranquilo hasta que no lo tuvo guardado en el bolsillo de su chaqueta.
Pero en ese momento me vino otra idea a la cabeza.
—Ahora que el cronógrafo ha cumplido su objetivo, tal vez deje de funcionar —dije.
—Ya lo veremos —replicó Gideon sonriéndome—. Bueno. Creo que es el momento de decir: adelante al a?o 1912.
Capítulo XIII
—Oh, shit, creo que me he sentado sobre el maldito sombrero —murmuró Gideon a mi lado.
—?Deja de maldecir! ?Aún conseguirás que se nos derrumbe el techo sobre la cabeza! —susurré yo—. ?Y si no te pones el sombgegó, me chivagé a madame Rossini!
Xemerius, que esta vez no había querido perderse de ninguna manera nuestra excursión, soltó un cacareo.
—?El sombrero tampoco lo arreglará! —exclamó—. Con ese peinado, en el a?o 1912 todo el mundo le tomará por lo menos por un buscador de oro. Al menos se habría podido hacer la raya como Dios manda.
Oí maldecir de nuevo en voz baja a Gideon, esta vez porque se había dado un golpe en el codo. No era tan sencillo cambiarse de ropa en un confesionario, y yo estaba bastante segura de que además era un sacrilegio espantoso utilizar un lugar como ese a modo de vestuario. Aparte de que sin duda también existía un castigo terrenal por entrar en una iglesia por la fuerza, aunque no se viniera a robar y solo se pretendiera saltar rápidamente desde la actualidad al a?o 1912. Gideon había forzado la puerta lateral con un gancho metálico, aunque había actuado tan deprisa que no me había dado tiempo a ponerme nerviosa.
—?Repámpanos! —susurró Xemerius admirativamente—. Debería ense?arte ese truco. Tú y yo formaríamos un equipo de ladrones admirable. Inmortalmente bueno, podríamos decir.
La iglesia en la que nos encontrábamos era, por cierto, la misma en la que Xemerius y yo nos habíamos conocido y en la que Gideon me había besado por primera vez. Aunque no era momento para perderse en recuerdos nostálgicos, sentí como si aquellos acontecimientos quedaran muy, muy lejos, sobre todo si se pensaba en todo lo que había sucedido desde entonces. Porque en realidad solo habían pasado unos días entre las dos visitas.
Gideon golpeó la puerta desde afuera.
—?Lista?
—No. Por desgracia cuando hicieron mi vestido aún no se había descubierto la cremallera —dije desesperada con todos esos botones en la espalda, algunos de los cuales eran imposibles de alcanzar por más que me contorsionara.
Me deslicé fuera del confesionario. ?Dejaría de acelerárseme alguna vez el corazón al contemplar a Gideon? ?Dejaría alguna vez de tener la sensación de que con cada mirada que le dirigía algo increíblemente bello me cegaba? Probablemente no. Y eso que esa vez solo llevaba un traje gris oscuro nada espectacular y debajo un chaleco y una camisa blanca. Pero sencillamente la ropa le sentaba de maravilla, y esos anchos hom…
Xemerius, que se balanceaba cabeza abajo colgado de la tribuna, carraspeó.
—Había una vez un corderito de mirada tierna y confiada…
—Muy bonito —dije rápidamente—. Un equipo de capos mafiosos intemporales. Además, la corbata está perfectamente anudada. Madame Rossini estaría orgullosa de ti. —Suspirando, me concentré otra vez en mis botones—. Dios mío, hace tiempo que tendrían que haber canonizado al inventor de la cremallera.
Gideon sonrió con ironía.
—Date la vuelta y déjame hacer a mí —dijo—. ?Oh! —exclamó de repente sorprendido—, pero si aquí hay cientos de botones.
Tardó un buen rato en abrocharlos todos, y supongo que el hecho de que me diera un beso en la espalda cada dos tampoco contribuyó a acelerar las cosas. Aunque habría disfrutado más del momento si Xemerius no hubiera dicho a cada beso: ?Otra vez, morritos de pez?.