Apreté con más fuerza la mano de Gideon mientras miraba fijamente a Lucy y esta vez trataba de registrar en mi mente cada detalle de lo que veía. Con sus cabellos rojos, su tez pálida aporcelanada y sus grandes ojos azules, todas las mujeres Montrose tenían un innegable aire familiar, pero yo buscaba sobre todo parecidos conmigo misma. ?No eran esas mis orejas? ?Y esa nariz peque?a, no era clavada a la mía? ?No era muy parecido el arco de las cejas? ?Y esas arrugas que se formaban cuando arrugaba la frente?
—Tiene razón, no deberíamos perder ni un minuto, Margaret —dijo Lucy en voz baja. Se percibía un ligero temblor en su voz, y al oírla se me encogió el corazón—. ?Tendría la amabilidad de ir a buscar a Paul, mister Millhouse?
Lady Tilney suspiró, pero respondió a la mirada interrogativa de Millhouse con una se?a de asentimiento. Mientras el mayordomo pasaba junto a nosotros para dirigirse al piso de arriba, lady Tilney dijo:
—Me gustaría recordarte, Lucy, que la última vez te colocó una pistola en la nuca.
—Yo también lo siento muchísimo, de verdad —dijo Gideon—. Por otra parte… en ese momento las circunstancias me forzaron a hacerlo. —Y a?adió dirigiendo una mirada significativa a Lucy—: Pero entretanto han llegado hasta nosotros algunas informaciones que nos han hecho cambiar de opinión.
Bonita forma de expresarlo. Tenía la sensación de que poco a poco debería ir introduciendo algo de ternura a esta conversación. Pero ?qué podía decir?: ??Madre, sé quién eres, estréchame entre tus brazos??, ?? Lucy, te perdono que me abandonaras, ahora ya nada ni nadie podrá separarnos??
Supongo que solté algún ruido extra?o, que Gideon interpretó correctamente como el inicio de un ataque de histeria, porque me pasó el brazo por los hombros. Y lo hizo justo a tiempo, porque de repente mis piernas ya no parecían estar en condiciones de soportar mi peso.
—?Qué os parece si subimos al salón? —propuso Lucy.
Buena idea. Si no recordaba mal, allí podría sentarme.
En la peque?a habitación redonda esta vez no estaba preparada la mesa del té, pero, aparte de eso, todo seguía exactamente igual, con excepción del arreglo floral, que había pasado de las rosas blancas a los alhelíes y las espuelas de caballero. En el mirador con ventanas que daban a la calle había una cuantas delicadas sillas y butacas.
—Sentaos, por favor —dijo lady Tilney.
Yo me dejé cae en una de las acolchadas sillas Chintz, mientras los otros se quedaron de pie.
Lucy me sonrió. Dio un paso hacia mí y me pareció que iba a acariciarme el pelo. Me volví a levantar de un salto.
—Siento que estemos tan mojados, pero es que, por desgracia, no hemos traído paraguas —solté estúpidamente.
La sonrisa de Lucy se hizo más amplia.
—?Qué dice siempre lady Arista?
Se me escapó una risita.
—?Ni?a, no irás a empaparme los cojines buenos! —recitamos al unísono.
De pronto Lucy cambió de expresión. Ahora parecía que estuviera a punto de echarse a llorar.
—Pediré que traigan el té —dijo lady Tilney en tono enérgico, cogiendo una campanita—. Té a la menta con mucho azúcar y limón caliente.
—?No, por favor! —Gideon sacudió la cabeza desesperado—. No podemos entretenernos con esas cosas. No estoy seguro de haber elegido bien el momento para venir, pero espero que el encuentro entre Paul y yo en el a?o 1782 ya haya tenido lugar visto desde vuestra perspectiva —Lucy, que ya se había rehecho, inclinó lentamente la cabeza, y Gideon respiró aliviado—. Entonces ya sabréis que me entregasteis los papeles secretos del conde. Necesitamos un poco de tiempo para entenderlo todo, pero ahora ya sabemos que la piedra filosofal no es un remedio que vaya a servir para curar todos los males de la humanidad, sino que solo debe proporcionar al conde la inmortalidad.
—?Y que su inmortalidad acabará en el momento del nacimiento de Gwendolyn? —dijo Lucy con un hilo de voz—. ?Y que por eso tratará de matarla en cuanto el circulo se haya cerrado?
Gideon asintió con la cabeza, y yo le miré desconcertada. Aún no habíamos discutido bastante a fondo ese detalle; pero tampoco parecía que ese fuera el momento oportuno para hacerlo, porque enseguida continuó:
—Vuestra única preocupación siempre fue proteger a Gwendolyn.
—Ves, Luce, ya te lo decía yo.
Paul había aparecido en la puerta. Llevaba el brazo en cabestrillo, y la mirada de sus ojos dorados se paseó entre Gideon, Lucy y yo mientras se acercaba.
Contuve la respiración. Solo era unos a?os mayor que yo y en la vida normal habría pensado que su aspecto era fantástico, con su pelo negro azabache, los extra?os ojos de los De Villiers y el peque?o hoyuelo en la barbilla. En cuanto a las patillas, supongo que no podía evitarlo, debía ser lo normal en esa época. Pero con patillas o sin patillas, realmente no tenía aspecto de ser mi padre, ni el padre de nadie en realidad.
—A veces vale la pena dar un margen de confianza a la gente —dijo, y repasó a Gideon con la mirada—. Incluso a los peque?os granujas como este.
—Y a veces sencillamente se tiene una suerte loca al encontrar a según qué gente —resopló Lucy, y se volvió hacia Gideon—. Te estoy muy agradecida por haberle salvado la vida a Paul, Gideon —dijo muy seria—. Si no hubieras pasado por allí por casualidad, ahora estaría muerto.