Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

En realidad ya habíamos abandonado la idea de ir a la fiesta, con o sin vestido de Sisí. La conversación con Lucy y Paul me había afectado mucho, y después de que nos hubiéramos despojado de nuestras ropas de principios del siglo XX y hubiéramos salido de la iglesia, yo seguía temblando como una azogada. En ese momento solo quería una cosa: acurrucarme en mi cama y no volver a salir hasta que todo hubiera pasado. O al menos (la versión cama enseguida se reveló como poco realista) conceder a mi exprimido cerebro una sesión de reflexiones estructuradas en una atmósfera tranquila. Con unas cuantas hojas de papel, casillas y flechas, a ser posibles de varios colores. La comparación de Paul sobre el metro que alguien construía en nuestras cabezas me parecía muy acertada. Lo que faltaba ahora era trazar el plano de las líneas.

Pero entonces Leslie me envió cuatro SMS en los que reclamaba con urgencia (sobre todo en el último: ?Será mejor que mováis el culo de una vez, porque si no ya no podré garantizar nada?) nuestra presencia en la fiesta.

—?Uau! ?Gwenny! —Gordon Gelderman, vestido con un mono de césped artificial, lanzó un silbido con la mirada clavada en mi escote—. ?Siempre he sabido que tu blusa ocultaba algo más que un buen corazón!

Puse los ojos en blanco. Gordon era así, sencillamente no podía dejar de comportarse como un orangután, pero ?tenía que sonreír además a Gideon de una forma tan estúpida?

—?Eh, Gordon! Di cuatro veces seguidas: ?Tres tristes tigres comen trigo en un trigal! —gritó Sarah.

—?Tes tistres tigre comen tigro en un trigal! ?Tres trigues tristes comen tigro en un trigal! —gritó Gordon muy seguro de sí mismo—. ?Está chupado! Eh, Gwenny, ?ya has probado el ponche? —Se inclinó hacia mí en plan confidencial y me aulló en la oreja—: Me temo que no he sido el único que ha tenido la idea de… animar un poco la receta.

Durante un breve instante tuve una visión de los invitados a la fiesta pasando junto al bufet, mirando alrededor con aire conspirativo y vaciando una tras otra botellitas de vodka en el ponche.

—?El cielo está enladrillado, quién lo desenladrillará! Prueba a decirlo cuatro veces seguidas —recitó Sarah mientras le palpaba el trasero a Gideon aprovechando el tumulto—. Leslie está detrás, en el invernadero. Allá hay un karaoke. Yo también voy a ir enseguida, pero antes me serviré un poquito de ponche. —La borla del gorrito de fieltro verde que llevaba en la cabeza se bamboleó alegremente—. De verdad que esta es la mejor fiesta a la que he ido nunca.

Gordon rió entre dientes.

—Sí, Cynthia tendría que estarnos agradecida. Después de esta noche nadie dirá que sus fiestas son aburridas. ?Ha tenido una suerte bárbara! Y, además. Como el servicio de catering se ha pasado con las tapas, todos hemos tenido que llamar a algún amigo. Hay algunos que ni siquiera se han disfrazado, ?por no hablar de ir vestidos de verde!

Volví a poner los ojos en blanco y luego tiré enérgicamente de Gideon para arrastrarlo hasta el invernadero, cruzando entre la multitud de bailarines enloquecidos.

Gordon nos siguió.

—?Hoy también cantarás en el karaoke, Gwenny? La última vez fuiste la mejor. Yo te hubiera votado si Kate no se hubiera echado agua por encima. Con la camiseta mojada quedaba tope sexy, ?sabes?; por eso…

—?Por qué no cierras el pico de una vez, Gordon?

Iba a volverme hacia él cuando de repente vi a Charlotte. O a alguien que hubiera podido ser Charlotte si ese alguien no hubiera estado en el invernadero de pie sobre una mesa y con un micro en la mano, cantando con entusiasmo a todo volumen ?Paparazzi? de Lady Gaga.

—Oh, Dios mío —murmuró Gideon, y se sujetó al marco de la puerta.

—Ready for those flashing light… —cantó Charlotte.

Me quedé momentáneamente sin habla.

En torno a la mesa se había agrupado una multitud de groupies aulladores, porque la verdad es que Charlotte no cantaba nada mal, y Gordon se unió rápidamente a la mesa de fans y empezó a bramar:

—?Que se desnude! ?Que se desnude!

Descubrí a Raphael y a Leslie —que estaba encantadora con su vestido de Grace Kelly casi verde y su peinado ondulado a juego— y me abrí paso hasta ellos. Gideon se quedó parado en la puerta.

—?Vaya, por fin! —gritó Leslie echándome los brazos al cuello—. Ha bebido de ese ponche y ya no es ella misma. Desde las nueve y media está tratando de explicarle a la gente lo de la sociedad secreta del conde de Saint Germain y que hay viajeros en el tiempo que viven entre nosotros. Lo hemos intentado todo para llevarla a casa, pero es escurridiza como una anguila.

—Además, es mucho más fuerte que nosotros —dijo Raphael, que llevaba un divertido sombrero verde, pero, aparte de eso, no parecía muy divertido—. Antes casi consigo arrastrarla hasta la puerta, pero entonces me ha retorcido el brazo y me ha amenazado con partirme la rodilla.

—Y ahora además tiene un micro —dijo Leslie con aire sombrío.

Miramos hacia arriba, hacia Charlotte, como si fuera una bomba de relojería a punto de explotar. Aunque admito que era una bomba de relojería muy bien empaquetada.