—Una razón más para mantenerse apartada del alcohol —gimió Leslie—. Ya puedes darle las vueltas que quieras que el resultado es siempre el mismo: al final acabas quedando como una idiota cuando bebes más de la cuenta. No me gustaría estar en la piel de Charlotte el lunes en la escuela.
—Ni tampoco en la de Cynthia —dije yo. Al salir de la casa habíamos visto a la reina de la fiesta en el guarda ropa besándose con un chico que iba dos cursos por debajo de nosotras. (En esas circunstancias había renunciado a despedirme de Cynthia, con mayor razón aún porque tampoco nos habíamos saludado al entrar.)
—Y aún menos en la piel del pobre tipo que vomitó sobre los cómicos zapatos de rana de mister Dale —dijo Raphael.
Seguimos por la Chelsea Manor Street.
—Sin embargo, Charlotte te ha llevado la palma esta vez. —Leslie se detuvo ante el escaparate de una de tresillos, no para ver la exposición, sino para admirar su propia imagen reflejada en el vidrio—. Chicos, preferiría no tener que decir esto, pero realmente me ha dado pena.
—Y a mí —dije en voz baja.
Al fin y al cabo yo sabía perfectamente qué se sentía al estar enamorada de Gideon. Y por desgracia también sabía qué se sentía al hacer el ridículo ante un montón de gente.
—Con un poco de suerte ma?ana lo habrá olvidado todo —dijo Raphael mientras abría la puerta de una casa roja de ladrillo.
Desde la casa de los Dale en Flood Street hasta allí solo había dos pasos, y por eso antes nos habíamos cambiado para la fiesta en el piso de Gideon; pero en ese momento estaba tan trastornada por mi encuentro con Lucy y Paul en el a?o 1912 que apenas me había fijado en nada.
La verdad es que siempre había estado convencida de que Gideon tenía que vivir en un loft supermoderno con cien metros cuadrados de espacio vacío y un montón de cromo y vidrio y un televisor de pantalla plana de la medida de un campo de fútbol; pero entonces pude comprobar que me había enga?ado. Directamente frente a la entrada, un estrecho pasillo conducía, pasando junto a una peque?a escalera, a una sala de estar muy luminosa, con una enorme ventana que ocupaba casi toda la pared posterior. Estanterías que llegaban hasta el techo, en las que se apilaban en desorden libros, DVD y unos cuantos archivadores, cubrían las restantes paredes, y ante la repisa de la ventana había un gran sofá gris con un montón de cojines.
El auténtico corazón de la habitación, sin embargo, era el piano de cola abierto, a pesar de su dignidad se veía un poco mermado por una tabla de planchar que se apoyaba contra él de un modo nada solemne. Y tampoco el tricornio que colgaba de una esquina de la tapa, y que con toda seguridad madame Rossini estaba buscando desesperada, acababa de encajar en el cuadro. Pero en fin, tal vez esa era la idea que tenía Gideon de Nuevo Estilo.
—?Queréis tomar algo? —preguntó Raphael muy en el papel de anfitrión.
—?Qué tenéis? —preguntó Leslie a su vez, y lanzó una mirada desconfiada hacia la cocina, en donde había un montón de paltos cubiertos de algo que probablemente un día había sido salsa de tomate. Aunque también podría tratarse de un experimento de medicina de Gideon.
Raphael abrió la nevera.
—Esto… Veamos. Aquí teníamos leche, pero la fecha de caducidad es del miércoles pasado. Zumo de naranja…, ?vaya!, ?el zumo de naranja se puede solidificar? El envase cruje de un modo muy raro. Pero esto tiene un aspecto muy prometedor, debe de ser una especie de limonada mezclada con…
—Yo tomaré solo agua, gracias.
Leslie iba a dejarse caer en el enorme sofá gris, pero en el último momento recordó que el vestido de Grace Kelly no era apto para ese tipo de vulgaridades y tomó asiento en el borde muy modosamente. Yo me hundí en el sofá a su lado lanzando un largo y enorme suspiro.
—Pobre Gwenny —comentó Leslie dándome unas palmaditas cari?osas en la mejilla—. ?Vaya día que has tenido! Debes de estar destrozada, ?no? ?Te sirve de consuelo que te diga que no se te nota nada?
Me encogí de hombros.
—Un poco.
Raphael volvió con vasos y una botella de agua y barrió de la mesita unas cuantas revistas y libros, entre ellos un libro ilustrado sobre el hombre rococó.
—?Puedes apartar unos metros cuadrados de tela para que yo también pueda sentarme en el sofá? —me dijo sonriéndome desde arriba.
—Bah, siéntate directamente sobre el vestido —dije yo mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás y cerraba los ojos.
Leslie se levantó de un salto.
—?Ni se te ocurra! Al final aún se estropeará y luego no podremos pedirle prestado nada más a madame Rossini. Venga, ponte de pie te desataré esta parte del corpi?o. —Leslie tiró de mí hacia arriba y empezó a pelarme como una cebolla—. Y mientras tanto tú miras hacia otro lado, Raphael.
él se tendió cuan largo era en el sofá y se quedó mirando al techo.
—?Así está bien?
Después de vestirme otra vez con mis vaqueros y mi camiseta y de haber bebido unos tragos de agua, me sentí un poco mejor.
—?Cómo ha sido tu… tu encuentro con Lucy y Paul? —preguntó Leslie en voz baja cuando volvimos al sofá.