—Eso no puede ser, porque en uno de los cronógrafos el círculo de sangre aún no se ha cerrado y el elixir del otro está escondido en un lugar seguro, o eso espero —dijo Leslie con impaciencia.
—Sí. En este momento —dijo Gideon marcando las sílabas—. Pero no tiene que seguir siendo así. —Suspiró al ver que lo mirábamos con cara de no entender nada—. Pensadlo de nuevo: es posible que el conde, en algún momento del siglo XVIII, tomara el elixir (sin que importe la forma en que lo consiguiera) y se volviera inmortal.
Los tres lo miramos fijamente. Sin que supiera muy bien por qué, se me había puesto la carne de gallina.
—Lo que a su vez significaría que podría perfectamente estar vivo en este momento —continuó Gideon, mirándome fijamente a los ojos—. Que podría estar en algún lugar ahí fuera esperando que le llevemos el elixir al siglo XVIII. Y luego a una oportunidad de matarte.
Durante unos segundos reinó el silencio, hasta que Leslie lo rompió para replicar:
—No quiero decir que haya entendido del todo tu idea, pero es que incluso aunque vosotros, por alguna razón, cambiarais de opinión y le llevarais efectivamente el elixir al conde… él seguiría teniendo un peque?o problemilla. —Al llegar a este punto, Leslie rió satisfecha—. Y es que él no puede matar a Gwenny.
Raphael hizo girar el lápiz sobre la mesa como si fuera un compás.
—Además, ?por qué ibais a cambiar de opinión cuando conocéis las verdaderas intenciones del conde? —a?adió.
Gideon no respondió enseguida, y su rostro estaba totalmente desprovisto de impresión cuando finalmente dijo:
—Porque puede chantajearnos.
Me desperté al sentir algo húmedo y frío por la cara.
—?Dentro de diez minutos sonará el despertador! —exclamó Xemerius.
Gimiendo, me tapé la cabeza con la manta.
—No hay forma de hacer las cosas a tu gusto, ?sabes? Ayer mismo sin ir más lejos te estabas quejando porque no te había despertado —se ofendió Xemerius.
—Ayer no me había puesto el despertador. Y, además, es terriblemente temprano —gru?í.
—Hay que aceptar algún sacrificio si se quiere salvar a tiempo al mundo de un inmortal con delirios de grandeza, ?no? —dijo Xemerius, y le oí zumbar volando en círculos por la habitación—. Al que además vas a ver esta noche, por cierto; te lo digo por si lo habías olvidado. ?Vamos, espabila de una vez!
Me hice la muerta —lo que no me resultó muy difícil, porque, inmortal o no, casi me sentía como si lo estuviera—; pero, por lo visto, mi actuación no impresionó demasiado a Xemerius, porque, en lugar de dejarme en paz, se puso a revolotear alegremente arriba y abajo ante mi cama y a graznarme al oído refranes que venían al caso, empezando por ?A quien madruga Dios le ayuda? y ?Gato que duerme no caza ratones?.
—?Tu gato puede irse al infierno! —dije, pero al final Xemerius consiguió lo que quería. Salí arrastrándome de la cama, fastidiada, y por eso a las siete me encontraba puntualmente en la estación de Temple.
Bueno, la verdad es que eran la siete y dieciséis, pero mi móvil iba un poco atrasado.
—No tienes muy buena pinta. Pareces tan cansada como me siento yo —gimió Leslie, que ya me estaba esperando en el andén convenido.
A esa hora de la ma?ana, y en domingo, no es que hubiera mucho movimiento en la estación, pero de todos modos me pregunté cómo iba a pasar Gideon desde allí a uno de los túneles del metro sin que nadie le viera. Los andenes estaban bien iluminados y además había un montón de cámaras de vigilancia.
Dejé en el suelo mi pesada y bien repleta bolsa de viaje y lancé una mirada asesina a Xemerius, que hacía slalom entre las columnas a una velocidad de vértigo.
—Xemerius es el culpable. No me ha dejado usar el maquillaje de mamá para tapar las ojeras porque supuestamente era muy tarde, y aún menos para hacer una parada en el Starbucks.
Leslie inclinó la cabeza de lado intrigada.
—?Has dormido en casa?
—Pues claro, ?dónde si no? —pregunté un poco irritada.
—Bueno, pensé que habríais interrumpido un rato la planificación después de que Raphael y yo nos fuéramos. —Se rascó la nariz—. Sobre todo porque procuré que la despedida de Raphael fuera extralarga para daros tiempo de pasaros del sofá al dormitorio.
Le gui?e un ojo.
—?Extralarga? —pregunté alargando las sílabas—. ?Qué sacrificada!
Leslie sonrió.
—Sí, imagínate —dijo sin sonrojarse ni un ápice—. Pero ahora no te desvíes del tema. Habrías podido decirle tranquilamente a tu madre que te quedabas a dormir en mi casa.
Hice una mueca.
—Sí, la verdad es que por mí lo habría hecho, pero Gideon insistió en pedirme un taxi —dije, y a?adí sintiéndome un poco desgraciada—: Supongo que no estaba la mitad de arrebatadora de lo que pensaba.
—Es que Gideon es muy… responsable —dijo Leslie para consolarme.