En eso no podía si no darle la razón. La luz de nuestras linternas de bolsillo se deslizó sobre las paredes embaldosadas e iluminó nuestras caras lívidas. Detrás de nosotros resonaba el traqueteo de los vagones de metro cruzando el túnel.
Para entonces ya sabíamos que cuatro minutos era un tiempo endemoniadamente corto para escalar la barrera situada al extremo del andén, saltar al otro lado y echar a correr junto a los raíles hacia el interior del túnel, por no hablar de lo de recorrer jadeando cincuenta metros detrás de Gideon, pararse, impotente, ante la puerta de hierro empotrada en la pared del túnel, y tener que contemplar sin hacer nada cómo Gideon se sacaba ceremoniosamente del bolsillo de los pantalones una especie de ganzúa y luego se disponía a forzar la cerradura. Ese había sido el momento en el que Leslie, Xemerius y yo habíamos empezado a chillar a coro: ?Rápido, rápido, rápido?, acompa?ados del estruendo del tren que se acercaba.
—En el plano parecía que estuviera más cerca —dijo Gideon disculpándose.
Leslie fue la primera en recuperar el aplomo. Apuntó el haz de su linterna hacia la oscuridad que se abría ante nosotros e iluminó el muro que cerraba el pasadizo unos metros más allá.
—Muy bien, estamos en el sitio correcto. —Consultó el mapa—. En el a?o 1912 esta pared aún no existía. El pasadizo continuaba por detrás.
Mientras Gideon se arrodillaba, desenvolvía el cronógrafo e introducía los datos, yo cogí nuestras ropas de 1912 de la bolsa y me dispuse a quitarme los vaqueros.
—?Qué se supone que haces? —Gideon levantó la cabeza y me dirigió una mirada distraída—. ?Quieres correr por los pasadizos con una falda que llega hasta el suelo?
—Hummm… pensaba… por lo de la autenticidad.
—A la mierda con la autenticidad —dijo Gideon.
Xemerius palmoteó con sus zarpas entusiasmado.
—?Sí, se?or, a la mierda con eso! —gritó, y a?adió volviéndose hacia mí—: Sé que los malos modales se contagian un poco. Pero ya iba siendo hora.
—Tú primera, Gwenny —me indicó Gideon con un gesto.
Me arrodillé ante el cronógrafo. Fue un poco raro desaparecer ante las miradas emocionadas de Leslie y Raphael, pero me di cuenta de que con el tiempo se estaba convirtiendo para mí en una especie de rutina. (Tal como iban las cosas, probablemente no tardaría en saltar a algún sitio para ir a comprar el pan.)
Gideon aterrizó junto a mí y apuntó su linterna hacia delante. En el a?o 1912 no había ningún muro: el cono de luz se perdía en un pasadizo largo y bajo.
—?Estás lista? —me preguntó sonriendo.
—Si tú lo estás —respondí, y le devolví la sonrisa.
Que en la realidad estuviera lista, sin embargo, era algo sobre lo que tenía mis dudas. Si el túnel del metro ya había despertado en mí una sensación de ahogo, en ese momento corría el riesgo de tener que someterme a tratamiento por un ataque de claustrofobia aguda.
Cuanto más avanzábamos, más bajas e intrincadas eran las galerías. A intervalos irregulares nos tropezábamos con escaleras que se hundían aún más en el suelo. Y en una ocasión nos encontramos ante un pasadizo obstruido por un derrumbe y tuvimos que volver atrás. Solo se oía nuestra respiración y el sonido apagado de nuestros pasos, y el crujido del papel cuando Gideon se paraba y miraba el plano. En un momento dado creí oír también unos crujidos y unos pasitos rápidos que venían de algún lugar que no podía precisar. Probablemente en el laberinto vivían ejércitos enteros de ratas, y se me ocurrió, así de repente, que si yo hubiera sido una rata enorme, hubiera elegido ese lugar como residencia familiar y territorio de caza.
—Bien, aquí tendría que girar a la derecha —murmuró Gideon concentrado.
Me daba la sensación de que ya con esta debían de ser cuarenta las veces que habíamos girado. Para mí todos esos pasadizos eran exactamente iguales. No había ningún punto de referencia. ?Y quién sabía si ese maldito plano era realmente correcto? ?Qué pasaría si lo había dibujado algún cretino como, por ejemplo, mister Marley? En ese caso, Gideon y yo probablemente seríamos desenterrados en el a?o 2250 en forma de dos esqueletos dándose la manita. Ah, no, lo olvidaba. Solo Gideon sería un esqueleto, mientras que a mí me encontrarían vivita y coleando aferrada a sus huesos, lo que no contribuía precisamente a hacer la visión más agradable.
Gideon se detuvo, dobló el plano suspirando y se lo metió en el bolsillo de los pantalones.
—?Nos hemos perdido? —Traté de permanecer serena—. Tal vez este plano sea una porquería. Qué pasará si nunca…
—Gwendolyn —me interrumpió con impaciencia—, a partir de aquí conozco el camino. Ya no falta mucho. Ven.
—Ah, vaya.
Me sentí avergonzada. Realmente esa ma?ana estaba un poco demasiado… ?susceptible?. Seguimos avanzando apresuradamente uno detrás de otro. Para mí era todo un misterio cómo podía orientarse Gideon en ese laberinto.