Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—No hay de qué —gru?ó Gideon, y luego su cara se difuminó ante mis ojos, y cuando volví a ver con claridad, estaba arrodillada sobre la hojarasca mojada rodeada de casta?as por todas partes.

Rápidamente me levanté y coloqué el zapato de Raphael en el sitio en que había aterrizado. Llovía a cántaros y no se veía a nadie, a excepción de una ardilla que trepó a toda velocidad hasta la copa del árbol y nos observó con curiosidad. Gideon, que había aterrizado a mi lado, miró a su alrededor.

—Sí —dijo luego secándose la cara—. Un tiempo ideal para cabalgar y vacunar, diría yo. —Pongámonos a resguardo tras ese matorral a ver si viene —propuse.

Y por una vez fui yo la que cogí de la mano a Gideon y tiré de él.

él se resistió.

—Bueno, pero solo diez minutos —gimió finalmente—. Y si para entonces no ha aparecido, volvemos junto a los zapatos de Raphael, ?de acuerdo?

—Vale, vale —repliqué.

Efectivamente, también en esa época había un puente que cruzaba la sección estrecha del lago, aunque tenía un aspecto totalmente distinto al que yo conocía. Un carruaje pasaba traqueteando por el Ring. Y desde el otro lado se acercaba a trote ligero un jinete solitario montado en un caballo alazán.

—?Es él! —grité, y empecé a hacerle se?as gesticulando como una loca—. ?James! ?Estoy aquí!

—?No podrías hacer algo para llamar más la atención? —preguntó Gideon.

James, que llevaba un manto con varias pelerinas de tela fruncida y una especie de tricornio de cuyas alas goteaba la lluvia, detuvo su caballo a unos metros de nosotros.

Su mirada se paseó de mis cabellos empapados hasta la orla de mi vestido, y luego sometió al mismo examen a Gideon.

—?Sois tratante de caballos? —preguntó con desconfianza mientras Gideon revolvía en la mochila de Leslie.

—?No, es médico! —le expliqué—. O prácticamente. —Me fijé en que la mirada de James se detenía en las letras estampadas de la mochila de Leslie. ?Hello Kitty must die?—. Ay, James, estoy tan contenta de que hayas venido —arranqué a hablar—. Por el tiempo y todo eso. Supongo que ayer en el baile no me expliqué con bastante claridad. El caso es que quiero protegerte de una enfermedad con la que te infectarás el a?o que viene y de la que, por desgracia, morirás. La viruela. Ya no recuerdo cómo se llama el tipo en cuya casa te contagiarás, pero en realidad tampoco importa. La buena noticia es que tenemos algo que te protegerá de la enfermedad. —Le dirigí una sonrisa radiante—. Solo tienes que bajar de ese caballo y levantarte la manga, y entonces te lo daremos.

Durante mi monólogo los ojos de James se habían ido dilatando cada vez más. Héctor (un caballo alazán realmente soberbio) retrocedió un paso con un movimiento nervioso.

—Esto es inaudito —dijo James—. ?Me habéis dado cita en el parque para venderme un dudoso medicamento y una aún más dudosa historia? ?Y vuestro acompa?ante tiene todo el aspecto de ser un bandido o un salteador de caminos! —Se echó el manto hacia atrás para que pudiéramos echar una ojeada a la espada que se balanceaba en su cintura—. ?Os prevengo! ?Estoy armado y sé defenderme!

Gideon suspiró.

—?Vamos, James, haz el favor de escuchar! —Me acerqué y sujeté a Héctor de las riendas—. ?Solo quiero ayudarte y por desgracia no tengo mucho tiempo! De modo que, por favor, baja sencillamente del caballo y quítate el manto.

—De ningún modo voy a hacerlo —dijo James indignado—. Y con esto doy por terminada nuestra conversación. ?Fuera de mi camino, extra?a muchacha! ?Espero que este sea nuestro último encuentro!

Y, efectivamente, trató de darme con la fusta sin éxito porque Gideon le había sujetado y le había derribado del caballo.

—No tenemos tiempo para jueguecitos —gru?ó torciéndole los dos brazos contra la espalda.

—?Auxilio! —chilló James mientras se retorcía como una anguila—. ?Estos truhanes me asaltan!

—?James! Lo hacemos solo por tu bien —le aseguré, pero él se limitó a mirarme de arriba abajo como si fuera la encarnación del diablo—. Tú no lo sabes, pero… somos amigos en el lugar de donde vengo. ?Muy buenos amigos diría yo!

—?Auxilio! ?Está loca! ?Me atacan! —gritó james, y miró a Héctor, desesperado. Pero el caballo no parecía tener ningunas ganas de hacer de Belleza Negra, y en lugar de lanzarse heroicamente contra nosotros, bajó la cabeza y empezó a pastar con toda calma.

—No soy una loca —traté de explicarle a James—. Yo…

—Cierra el pico y quítale la espada, Gwenny la Pícara —me interrumpió Gideon con impaciencia—. Y luego dame la lanceta y la ampolla de la mochila.

Suspirando hice lo que me pedía.

La verdad es que tenía razón; probablemente era inútil esperar comprensión por parte de James.

—Bien —gru?ó Gideon mientras abría la ampolla con los dientes—. Esta mujer os cortará la garganta si os movéis, aunque solo sea una vez, dentro de los próximos dos minutos; ?está claro? Y no os atreváis a volver a gritar pidiendo ayuda.