Luego, sin embargo se irguió y adquirió de nuevo su porte habitual. A la luz de las velas vi como sus labios se deformaban en una sonrisa burlona.
—Bienvenidos, queridos. Me alegro de ver que estáis bien. Y de comprobar que las descripciones morbosas de Alastair sobre la muerte de Gwendolyn solo eran fruto de la fantasía de un moribundo.
Se acercó un paso y me observó expectante. Vacilé un segundo, y luego pensé que seguramente estaba esperando una reverencia, de modo que me incliné profundamente. Pero cuando me volví a incorporarme, el conde ya hacía rato que había centrado su atención en Gideon.
—Hoy no podemos tener tiempo para formalidades. ?Una nota de tu gran maestre? —preguntó.
Gideon le tendió la carta sellada que nos había entregado mister George. Mientras el conde rompía el sello y leía, eché un vistazo a la habitación. Había un escritorio y varias sillas y sillones. Los anaqueles que cubrían las paredes a nuestro alrededor estaban repletos de libros y de rollos y pilas de papel, y encima de la chimenea colgaba, como en nuestra época, un cuadro. Pero no era el retrato del conde de Saint Germain, sino una agradable naturaleza muerta con libros, pergamino, una pluma y un tintero. Rakoczy se había dejado caer sin más ceremonias en una silla y había apoyado sus botas sobre el escritorio. Sostenía relajadamente en la mano su espada desenvainada, como si fuera un juguete del que no podía separarse. Sus lúgubres ojos sin brillo apuntaron fugazmente hacia mí y contrajo sus labios en forma de desdén. Si es que recordaba nuestro último encuentro, era evidente que no tenía intención de disculparse por su comportamiento.
El conde, que había acabado la lectura, me dirigió una mirada escrutadora, y luego hizo un gesto de asentimiento.
—?Con la magia del cuervo dotado, sol mayor cierra el círculo que los doce han formado.? ?Cómo escapaste a la furiosa espada de lord Alastair? ?O solo fueron imaginaciones suyas?
—No. Efectivamente hirió a Gwendolyn —dijo Gideon, y me quedé asombrada de que su voz sonara tan serena y afable—. Pero solo fue un ara?azo inofensivo, tuvo mucha suerte.
—Lamento que tuvierais que veros en esta situación —dijo el conde—. Os había prometido que nadie os tocaría ni un pelo, y por regla general cumplo mis promesas, pero esta noche amigo Rakoczy no estuvo del todo atento a sus deberes, ?no es cierto, Miro? Lo que de nuevo me dio ocasión para constatar que a veces no es bueno confiar demasiado en los demás. Si la encantadora lady Lavinia no hubiera acudido a mí, posiblemente mi primer secretario se habría recuperado de su desmayo y hubiera puesto pies en polvorosa… Y lord Alastair se habría desangrado solo.
—La encantadora Lady Lavinia fue la primera en traicionarnos —se me escapó—. Esa mujer…
El conde levantó la mano.
—Lo sé todo, querida. Alcott tuvo tiempo más que suficiente para confesar sus pecados.
Rakoczy soltó una risotada ronca.
—Y también Alastair tenía aún muchas cosas que contarnos, aunque al final era un poco difícil entenderle, ?no es cierto, Miro? —El conde embozó una desagradable sonrisa—. Pero ya tendremos ocasión de hablar de esto después, hoy el tiempo nos apremia. —Levantó la carta—. Ahora que ha quedado aclarado el auténtico origen de Gwendolyn, no debería ser difícil convencer a sus padres para que efectúen una peque?a donación de sangre. Confío en que habréis seguido exactamente todas mis instrucciones.
Gideon asintió con la cabeza. Su rostro estaba pálido y tenso, y evitaba mirarme. Y eso que hasta entonces todo estaba transcurriendo tal como habíamos previsto, al menos en términos generales.
—La operación Turmalina negra y Zafiro se efectuará hoy mismo —dijo—. Si el reloj de la pared funciona bien, dentro de unos minutos saltaré de vuelta al a?o 2011. Y desde allí todo está preparado para que visite a Lucy y a Paul.
—Exacto —dijo el conde satisfecho; luego cogió un sobre del bolsillo de su levita y se lo tendió a Gideon—. Aquí está explicado mi plan a grandes rasgos. A nadie, entre mis Vigilantes del futuro, debe ocurrírsele la idea de interponerse en tu camino.
Se acercó a la chimenea y durante un momento permaneció mirando el fuego con aire meditabundo. Luego se volvió. Sus ojos centellaban sobre la nariz del águila, y de repente toda la habitación pareció llenarse con su presencia. Levantó los brazos.
—En el día de hoy se cumplirán todas las profecías. Hoy la humanidad dispondrá por fin un remedio de un poder curativo nunca visto —exclamó.
Hizo una peque?a pausa y nos miró como si esperara que aplaudiéramos. Pensé por un momento en si no debería esforzarme en lanzar un ??Uau! ?Genial!? maravillado, pero en ese instante mis cualidades como actriz no me merecían mucha confianza. También Gideon se limitó a mirarle sin decir nada. Y Rakoczy incluso tuvo el descaro de soltar un ligero eructo en ese solemne momento.