Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

Sacudí la cabeza.

Mister Whitman arrugó la frente y apuntó la pistola contra mi pecho.

Traté de reír, pero solo me salió una especie de jadeo medroso.

—?Quiere probar otra vez? —pregunté a pesar de todo, e intenté mirarle a los ojos con aire intrépido—. ?O por fin se ha dado cuenta de que no puede hacerme nada?

Ajá. Nuestro plan empezaba a tomar impulso, y de qué manera. Aunque no estaría mal que Gideon empezara a pensar en dejarse caer por aquí.

Mister Whitman se frotó su bien rasurado mentón y me miró pensativamente antes de guardarse la pistola.

—No —dijo con su voz suave de profesor comprensivo, y de pronto descubrí en él algo del viejo conde—. Supongo que esto no tendría ningún sentido. —Volvió a chasquear la lengua—. Sin duda he cometido un error de razonamiento. La magia del cuervo… ?Qué injusto que hayas podido gozar del don de la inmortalidad ya desde la cuna! Precisamente tú. Pero la verdad es que tiene sentido: en ti se unen las dos líneas…

El doctor White emitió un débil gemido. Le lancé una mirada, pero su rostro seguía ceniciento. El peque?o Robert se levantó de un salto.

—?Vigila, por favor, Gwendolyn! —dijo alarmado—. ?Seguro que está pensando en hacerte algo malo!

Sí, yo también me lo temía. Pero ?qué?

—?Y solo por amor se extingue una estrella, si ha elegido libremente su final? —citó mister Whitman en voz baja—. ?Por qué no lo comprendí enseguida? En fin, aún no es demasiado tarde.

Dio unos pasos hacia mí, se sacó un peque?o estuche de plata del bolsillo y lo colocó en la mesa a mi lado.

—?Una cajita de rapé? —pregunté desconcertada. Empezaban a surgirme algunas dudas sobre la eficacia de nuestro plan. Había algo que no funcionaba, estaba segura.

—Naturalmente, una vez más te cuesta comprender las cosas —dijo el conde de Saint Germain formerly know as mister Whitman lanzando un suspiro—. Esta cajita contiene tres cápsulas de cianuro potásico y ahora podría explicarte por qué las llevo siempre conmigo, pero mi vuelo sale a las dos y media, y por eso vamos un poco justos de tiempo. En otras circunstancias también podrías tirarte al metro o lanzarte desde un rascacielos; pero, bien mirado, el cianuro es el método más humano. Sencillamente te tomas una cápsula y la trituras entre los dientes. El efecto es inmediato. ?Abre el estuche!

Mi corazón empezó a palpitar más rápido.

—?Quiere que yo…? ?Pretende que me quite la vida?

—Exactamente. —Acarició con ternura su pistola—. Como que no hay forma de matarte de otro modo, y podríamos decir que para ayudarte un poco en tu decisión, dispararé contra tu amigo Gideon en cuanto entre. —Miró el reloj—. Debería ocurrir dentro de unos cinco minutos. Si quieres salvarle la vida, será mejor que te tomes las cápsulas enseguida. Aunque también puedes esperar a verle tendido muerto ante ti. Según muestra la experiencia, se trata de una motivación extremadamente fuerte; solo hay que pensar en Romeo y Julieta…

—?Eres tan malo! —gritó el peque?o Robert, y empezó a llorar.

Traté de dirigirle una sonrisa de ánimo, pero fracasé estrepitosamente. En realidad, más bien tenía ganas de sentarme junto a él y echarme a llorar también.

—Mister Whitman… —empecé a decir.

—La verdad es que prefiero el título de conde —dijo jovialmente.

—Por favor… No puede… —Se me rompió la voz.

—?Cómo es posible que aún no lo comprendas, estúpida criatura? —Suspiró—. No sabes cuánto he anhelado que llegara este día. Me moría por volver, por fin, a mi auténtica vida. ?Profesor en la Saint Lennox Highschool! De todas las actividades que he desempe?ado desde hace doscientos treinta a?os, realmente esto era lo último. Durante siglos me he movido siempre en las altas esferas del poder. Hubiera podido almorzar con presidentes, con magnates del petróleo, con reyes. Aunque los de hoy tampoco son lo que eran en otro tiempo. Pero no, en lugar de eso he tenido que dar clases a unos críos cortos de mollera y además abrirme paso en mi propia logia desde el grado de novicio hasta el Círculo Interior. Todos estos a?os, desde tu nacimiento, han sido horribles para mí. No tanto porque mi cuerpo empezara de nuevo a envejecer y poco a poco fuera mostrando ligeros signos de decadencia —al llegar a este punto esbozó una sonrisa vanidosa—, sino por ser tan… vulnerable. Durante siglos viví sin ningún temor. Marché por los campos de batalla bajo el fuego de los ca?ones y me expuse a toda clase de peligros, siempre a sabiendas de que no podía pasarme nada. ?Y ahora? ?Cualquier virus hubiera podido mandarme a la tumba, cualquier maldito autobús hubiera podido atropellarme, cualquier estúpido ladrillo hubiera podido abrirme la cabeza y matarme!