Esmeralda (Edelstein-Trilogie #3)

—No me apartaré del lado de esta criatura demoníaca hasta que haya cumplido con mi deber. Estaré siempre junto a ella para maldecir el aire que respira.

Suspiré. Qué idea más espantosa. Ya estaba viendo a Darth Vader tambaleándose junto a mí y escupiendo amenazas terroríficas por el resto de mi vida. Suspendería los exámenes porque él estaría roncándome cosas al oído todo el rato, me fastidiaría el baile de fin de estudios y mi boda y…

Por lo visto, Xemerius estaba pensando algo parecido, porque me miró desde abajo con cara de inocencia y me dijo:

—Por favor, ?me lo puedo comer?

Le sonreí.

—?Ya que me lo preguntas tan amablemente, me siento incapaz de decir que no!





Extracto de la Gaceta Social de Londres Diario de lady Danbury





24 de abril de 1785


Lord y lady Pimplebotton han dado a conocer este fin de semana el compromiso de su hijo mayor James Pimplebottom con miss Amelia, la hija menor del vizconde Mountbatton, una noticia que de todos modos no ha sido una sorpresa para nadie, ya que desde hace meses algunos observadores habían hecho alusión a la existencia de una relación de afecto entre ambos jóvenes y, según ciertos rumores, recientemente habían sido vistos en el baile de Claridge (como ya informamos) dándose las manos, muy acaramelados, en el jardín.

James Pimplebotton, que no destaca solo por su agradable aspecto y sus impecables modales entre el por desgracia escaso número de gentlemen de buena posición de edad casadera, es además un destacado jinete y espadachín, mientras que su futura esposa se caracteriza por su exquisito gusto en el vestir y su loable inclinación por las causas benéficas.

La boda de la pareja se celebrará en julio en la residencia campestre de los Pimplebotton.





Epílogo


14 de enero de 1919

—Precioso, querida. Estos tonos discretos resultan elegantes y cálidos al mismo tiempo. Ha valido la pena traer la tela de cortina de Italia, ?no te parece?

Lady Tilney, que se había paseado por el salón examinándolo todo, se acercó a la ancha chimenea y rectificó la posición de las fotografías colocadas en marcos de plata. Lucy rezó para que no se le ocurriera pasar su enguantado índice por la repisa y luego le reprochara que no vigilaba con bastante atención a la criada. Lo que definitivamente era el caso.

—Bien, debo decir que la decoración realmente tiene estilo —continuó lady Tilney—. El salón es la tarjeta de visita de un hogar, y aquí se ve enseguida que la se?ora de la casa es una mujer de gusto.

Paul intercambió una mirada divertida con Lucy y obsequió a lady Tilney con uno de sus abrazos de oso.

—Vamos, Margret —dijo sonriendo—, ahora no hagas como si todo esto fuera obra de Lucy. En realidad fuiste tú la que eligió personalmente cada lámpara y cada cojín. Por no hablar de las broncas que le dedicaste al tapicero. Y nosotros ni siquiera podemos tomarnos la revancha ayudándote a montar una estantería de Ikea.

Lady Tilney arrugó la frente.

—Mis disculpas, jefa.

Paul se inclinó y colocó otro tronco en el fuego crepitante.

—?Lo malo es que esa horrible pintura distorsionada estropea todo el efecto de mi composición! —Lady Tilney se?aló el cuadro que adornaba la pared de enfrente—. ?No podríais al menos colocarlo en otra habitación…?

—Margret, eso es un auténtico Modigliani —dijo Paul pacientemente—. Dentro de cien a?os valdrá una fortuna. Lucy estuvo lanzando chillidos media hora seguida cuando lo descubrió en París.

—Eso no es verdad. Como máximo un minuto —le contradijo Lucy—. En todo caso, con él quedará asegurado el futuro de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos. Con él y con el Chagall que cuelga en la escalera.

—Como si tuvierais necesidad de esas cosas —dijo lady Tilney—. Seguro que tu libro se convertirá en un best-seller, Paul, y sé que los servicios secretos os pagan un sueldo impresionante por vuestros servicios. Algo que, por otra parte, está más que justificado si se piensa en todo lo que llegáis a hacer. —Sacudió la cabeza—. Aunque no puedo aprobar que Lucy ejerza este oficio tan peligroso. Sue?o con el día en que por fin lleve una vida un poco más casera. Lo que, gracias a Dios, de hecho no tardará en ocurrir.